ACABAR CON LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA POR LA SOLEMNIDAD DE MARÍA MADRE DE DIOS (01/01/2022)

En la primera Misa del año 2022, la mañana de ese 1º de enero, Solemnidad de la Madre de Dios, el Papa recordó que María es la mujer del “custodiar meditando”, capaz de sostener ofreciendo el dolor en silencio y mostrando una fe “generadora”, porque es capaz de vincular lo bueno y lo malo según la perspectiva de Dios. En su homilía, el Santo Padre también pidió acabar con la violencia contra las mujeres: “¡Basta! Herir a una mujer es ultrajar a Dios”. Transcribimos a continuación, la homilía del Papa, traducida del italiano:

Los pastores encuentran a «María y José y el niño acostado en un pesebre» (Lc 2, 16). El pesebre es signo gozoso para los pastores: es la confirmación de cuanto escucharon del ángel (cf v. 12), es el lugar donde encuentran al Salvador. Y es también la prueba de que Dios está a su lado: nace en un pesebre, objeto para ellos bien conocido, demostrando así ser cercano y familiar. Pero el pesebre es signo gozoso también para nosotros: Jesús nos toca el corazón naciendo pequeño y pobre, nos infunde amor en lugar de temor. El pesebre nos anticipa que se hará alimento para nosotros. Y su pobreza es una bella noticia para todos, especialmente para quien está en los márgenes, para los rechazados, para quien no cuenta para el mundo. Dios viene allí: ¡no hay una vía preferencial, ni siquiera hay cuna! He ahí la belleza de verlo acostado en un pesebre.

Pero para María, la Santa Madre de Dios, no fue así. Ella tuvo que sostener “el escándalo del pesebre”. También ella, mucho antes que los pastores, había recibido el anuncio de un ángel, que le había dicho palabras solemnes, hablándole del trono de David: «Concebirás a un hijo, lo darás a luz y lo llamarás Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31-32). Y ahora lo debe colocar en un pesebre para animales. ¿Cómo tener juntos el trono de rey y el pobre pesebre? ¿Cómo conciliar la gloria del Altísimo y la miseria de un establo? Pensemos en el malestar de la Madre de Dios. ¿Qué cosa es más duro para una madre que ver al propio hijo sufrir la miseria? Es para sentirse desanimados. No se podría reprochar a María si se hubiera lamentado de toda esa inesperada desolación. Pero ella no pierde el ánimo. No se desahoga, sino que se queda en silencio. Elige una cosa distinta a la queja: «María, por su parte – dice el Evangelio – custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». (Lc 2, 19).

Es un modo de actuar distinto al de los pastores y la gente. Ellos le cuentan a todos lo que han visto: el ángel apareció en el corazón de la noche, sus palabras en torno al Niño. Y la gente, al oír estas cosas, es presa del estupor (cf. v. 18): palabras y maravilla. María en cambio aparece pensativa. Custodia y medita en el corazón. Son dos actitudes distintas que podemos encontrar también en nosotros. El relato y el estupor de los pastores recuerda las condiciones de los inicios de la fe. Allí todo es fácil y lineal, se está alegre por la novedad de Dios que entra en la vida, trayendo en cada aspecto un clima de maravilla. Mientras la actitud de meditación de María es la expresión de una fe madura, adulta, no de los inicios. De una fe que no acaba de nacer, de una fe que se convertido en generadora. Porque la fecundidad espiritual pasa a través de la prueba. Desde la quietud de Nazaret y las promesas triunfantes recibidas del ángel – su inicio – María se encuentra ahora en el oscuro establo de Belén. Pero es allí donde da a Dios al mundo. Y mientras otros, frente al escándalo del pesebre, habrían sido presos de la desesperación, ella no: custodia meditando.

Aprendamos de la Madre de Dios esta actitud: custodiar meditando. Porque también a nosotros nos pasa el tener que soportar ciertos “escándalos del pesebre”. Deseamos que todo vaya bien y luego llega, como un rayo en el cielo sereno, un problema inesperado. Y se crea un doloroso choque entre las expectativas y la realidad. También ocurre en la fe, cuando la alegría del Evangelio se pone a prueba por una situación dura en la que se debe caminar. Pero hoy la Madre de Dios nos enseña a obtener un beneficio de este choque. Nos muestra que es necesario, que es el camino estrecho para llegar a la meta, la cruz sin la cual no se resucita. Es como un parto doloroso, que da vida a una fe más madura.

Me pregunto, hermanos y hermanas, ¿cómo cumplir este paso, cómo superar el choque entre lo ideal y lo real? Actuando, justamente, como María: custodiando y meditando. Antes que nada, María custodia, es decir no se dispersa. No rechaza lo que sucede, Conserva en el corazón cada cosa, todo lo que ha visto y oído. Las cosas bellas, como lo que le había dicho el ángel y lo que le había contado los pastores. Pero también las cosas difíciles de aceptar: el camino peligroso por estar embarazada antes del matrimonio, ahora la angustia desoladora del establo donde ha dado a luz. Esto es lo que hace María: no selecciona, sino que custodia. Acoge la realidad como viene, no intenta camuflar, maquillar la vida, custodia en el corazón.

Y luego está la segunda actitud. ¿Cómo custodia María? Custodia meditando. El verbo empleado por el Evangelio evoca la relación entre las cosas: María confronta experiencias distintas, encontrando los hilos escondidos que las unen. En su corazón, en su oración realiza esta operación extraordinaria: relaciona las cosas bellas y las feas; no las separa, sino que las une. Y por esto María es la Madre de la catolicidad. Podemos, forzando el lenguaje, decir que por esto María es católica, porque une, no separa. Y así aferra el sentido pleno, la perspectiva de Dios. En su corazón de madre comprende que la gloria del Altísimo pasa por la humildad; acoge el designio de la salvación por el cual Dios debía descansar en un pesebre. Ve al Niño divino frágil y tembloroso, y acoge el maravilloso tejido divino entre grandeza y pequeñez. Así custodia María, meditando.

Esta mirada inclusiva, que supera las tensiones custodiando y meditando en el corazón, es la mirada de las madres, que en las tensiones no separan, las custodian y así crece la vida. Es la mirada con la que tantas madres abrazan las situaciones de los hijos. Es una mirada concreta, que no se deja apresar por la incomodidad, que no se paraliza ante los problemas, sino que los coloca en un horizonte más amplio. Y María va así, hasta el calvario, meditando y custodiando, custodia y medita. Vienen a la mente los rostros de las madres que asisten a un hijo enfermo o en dificultad. ¡Cuánto amor hay en sus ojos, que mientras lloran saben infundir motivos para esperar! La suya es una mirada consciente, sin ilusiones, y sin embargo más allá del dolor y los problemas ofrece una perspectiva más amplia, la del cuidado, del amor que regenera esperanza. Cuánto hacen las madres: saben superar obstáculos y conflictos, saben infundir paz. Así logran transformar las adversidades en oportunidades de renacimiento y en oportunidades de crecimiento. Lo hacen porque saben custodiar. Las madres saben custodiar, saben tener juntos los hilos de la vida, todos. Hace falta gente capaz de tejer hilos de comunión, que contrasten los muchos hilos espinosos de las divisiones. Y esto las madres saben hacerlo.

El nuevo año comienza en el signo de la Santa Madre de Dios, en el signo de la Madre. La mirada materna es el camino para renacer y crecer. Las madres, las mujeres miran el mundo no para explotarlo sino para que haya vida: mirando con el corazón, logran tener juntos los sueños y la concreción, evitando las desviaciones del pragmatismo aséptico y la abstracción. Y la Iglesia es madre, es madre así, la Iglesia es mujer, es mujer así. Por ello no podemos encontrar el lugar de la mujer en la Iglesia sin reflejarla en este corazón de mujer-madre. Este es el lugar de la mujer en la Iglesia, el gran lugar, del cual derivan otros más concretos, más secundarios. Pero la Iglesia es madre, la Iglesia es mujer. Y mientras las madres dan la vida y las mujeres custodian el mundo, trabajemos todos para promover a las madres y proteger a las mujeres. ¡Cuánta violencia hay contra las mujeres! ¡Basta! Herir a una mujer es ultrajar a Dios, que de una mujer tomó la humanidad, no de un ángel, no directamente: de una mujer. Como de una mujer, la Iglesia mujer, toma la humanidad de los hijos.

Al inicio del nuevo año pongámonos bajo la protección de esta mujer, la Santa Madre de Dios que es nuestra madre. Que nos ayude a custodiar y meditar cada cosa, sin temer las pruebas, en la gozosa certeza de que el Señor es fiel y sabe transformar las cruces en resurrecciones. También hoy invoquémosla como hacía el Pueblo de Dios en Éfeso. Nos ponemos todos de pie, miremos a la Virgen, y como hacía el Pueblo de Dios en Éfeso, repitamos tres veces su título de Madre de Dios. Todos juntos: “¡Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios!”. Amén.

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