FUERTE COMPROMISO DE LA IGLESIA PARA DAR JUSTICIA A LAS VÍCTIMAS DE ABUSOS: PALABRAS DEL PAPA A LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (21/01/2022)

El Papa Francisco recibió en audiencia en la Sala Clementina, este 21 de enero por la mañana, a los participantes en la sesión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe y les instó a tener “discernimiento” en la lucha contra los abusos y también en los casos de disolución del vínculo matrimonial “in favorem fidei”. Una invitación también a defender la dignidad humana “desde la concepción hasta la muerte natural” y a utilizar el discernimiento en el tratamiento de los fenómenos sobrenaturales y el camino sinodal. Reproducimos a continuación, el texto de su mensaje traducido del italiano:

Señores Cardenales, queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibirlos al término de los trabajos de su Asamblea Plenaria. Agradezco al Prefecto por su introducción y saludo a todos ustedes, superiores, oficiales y miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Renuevo mi gratitud por su valioso servicio a la Iglesia universal, en la promoción y el cuidado de la integridad de la doctrina católica acerca de la fe y la moral. Integridad fecunda.

En esta ocasión, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones reuniendo las en torno a 3 palabras: dignidad, discernimiento y fe.

La primera palabra: dignidad. Como escribí al inicio de la Encíclica Fratelli tutti, es mi gran deseo «que, en este tiempo que se nos ha dado vivir, reconociendo la dignidad de toda persona humana, podamos hacer renacer entre todos una aspiración mundial por la fraternidad» (n. 8). Si la fraternidad es el destino que el creador ha designado para el camino de la humanidad, el camino principal es el del reconocimiento de la dignidad de toda persona humana.

En nuestra época, sin embargo, marcada por tantas tensiones sociales, políticas e incluso sanitarias, crece la tentación de considerar al otro como extraño o enemigo, negándole una real dignidad. Por ello, especialmente en este tiempo, estamos llamados a recordar, «en toda ocasión oportuna y no oportuna» (2 Tim 4, 2), y siguiendo fielmente una bimilenaria enseñanza eclesial, que la dignidad de todo ser humano tiene un carácter intrínseco y es válida desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Precisamente la afirmación de tal dignidad es el presupuesto irrenunciable para el cuidado de una existencia personal y social, y también la condición necesaria para que la fraternidad y la amistad social pueden realizarse entre todos los pueblos de la tierra.

La Iglesia, desde el inicio de su misión, siempre ha proclamado y promovido el valor intangible de la dignidad humana. El hombre es, de hecho, la obra maestra de la creación: es deseado y amado por Dios como socio de sus designios eternos, y para su salvación Jesús dio la vida hasta morir en la Cruz por todos los hombres, por cada uno de nosotros.

Les agradezco entonces por la reflexión que han iniciado sobre el valor de la dignidad humana, teniendo en cuenta los desafíos que la realidad actual pone a tal propósito.

La segunda palabra es discernimiento. Cada vez más hoy a los creyentes se les pide el arte del discernimiento. En el cambio de época que estamos atravesando, mientras por una parte los creyentes se encuentran ante cuestiones inéditas y complejas, por la otra aumenta una necesidad de espiritualidad que no siempre encuentra en el Evangelio su punto de referencia. Sucede así que a menudo haya que enfrentarse con presuntos fenómenos sobrenaturales, por los cuales el pueblo de Dios debe recibir indicaciones seguras y sólidas.

El ejercicio del discernimiento encuentra después un ámbito de necesaria aplicación en la lucha contra los abusos de todo tipo. La Iglesia, con la ayuda de Dios, está haciendo avanzar con decisión firme el compromiso de hacer justicia a las víctimas de los abusos realizados por sus miembros, aplicando con particular atención y rigor la legislación canónica prevista. Bajo esta luz recientemente procedí a la actualización de las Normas sobre los delitos reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el deseo de hacer más incisiva la acción judicial. Ésta, por sí sola, no es suficiente para eliminar el fenómeno, pero constituye un paso necesario para restablecer la justicia, reparar el escándalo y enmendar al culpable

Un esfuerzo de discernimiento similar se expresa también en otro campo del que se ocupan cotidianamente: la disolución del vínculo matrimonial in favorem fidei. Cuando, en virtud de la potestad petrina, la Iglesia concede la disolución de un vínculo matrimonial no sacramental, no se trata sólo de poner fin canónico a un matrimonio, normalmente ya fallido de hecho, sino, en realidad, a través de este acto eminentemente pastoral tratar de favorecer siempre la fe católica – in favorem fidei –en la nueva unión y en la familia, de la cual dicho nuevo matrimonio será el núcleo.

Y aquí quisiera detenerme también en la necesidad del discernimiento en el camino sinodal. Alguno puede pensar que el camino sinodal es escuchar a todos, hacer una encuesta y dar los resultados. Tantos votos, tantos votos, tantos votos... No. Un camino sinodal sin discernimiento no es un camino sinodal. Es necesario – en el camino sinodal – discernir continuamente las opiniones, los puntos de vista, las reflexiones. No se puede avanzar en el camino sinodal sin discernir. Este discernimiento es lo que hará del Sínodo un verdadero Sínodo, del cual el personaje – digámoslo así – más importante es el Espíritu Santo, y no un Parlamento o una encuesta de opiniones qué pueden hacer los medios. Por eso subrayó: es importante el discernimiento en el camino sinodal.

La última palabra es fe. Su congregación está llamada no sólo a defender sino también a promover la fe. Sin la fe, la presencia de los creyentes en el mundo se reduciría a la de una agencia humanitaria. La fe debe ser el corazón de la vida y de la acción de todo bautizado. Y no es una fe genérica o vaga, como si fuera vino diluido que pierde valor; sino una fe genuina, franca, como la quiere el señor cuando dice a los discípulos: «Si tuvieran fe como una semilla de mostaza...» (Lc 17, 6). Por eso, nunca debemos olvidar que «una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre la que debemos interrogarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe ser animada; una fe que no nos inquieta es una fe que debe ser inquietada» (Discurso a la Curia Romana, 21 de diciembre 2017).

No nos contentemos con una fe tibia, de costumbres, de manual. Colaboremos con el Espíritu Santo y colaboremos entre nosotros para que el fuego que Jesús vino a traer al mundo pueda continuar ardiendo e inflamando los corazones de todos.

Muy queridos míos, les agradezco mucho por su trabajo y les animo a seguir adelante con la ayuda del Señor. Y por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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