CATEQUESIS DEL PAPA: EN LA ORACIÓN, LA VOZ DE DIOS NOS SOSTIENE EN LAS ADVERSIDADES (26/01/2022)

En su novena catequesis sobre San José, durante la Audiencia General de este 26 de enero por la mañana, celebrada en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, el Papa Francisco se refirió a este hombre que “sueña”, un concepto al que se refirió en diversas ocasiones por ser una de sus figuras de gran inspiración. El Santo Padre añadió que la oración jamás “es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en la figura de San José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba [1]. El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno de nosotros, ese espacio interior, que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno de nosotros no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Es importante entonces, llegar a reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones correctas delante de la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos relata cuatro sueños de José.

En el primer sueño (cf. Mt 1, 18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María, tu esposa. De hecho, el niño engendrado en ella viene del Espíritu Santo; ella dará a luz un hijo y tú le llamarás Jesús: él, en efecto, salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Cuando se despertó del sueño, hizo como le había ordenado el ángel» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone ante situaciones que no comprendemos y parecen sin solución. Orar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique la cosa correcta que hay que hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí en el horno solos. No nos tira entre las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o revela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.

Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje es claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allá hasta que yo te lo advierta: Herodes de hecho, quiere buscar al niño para matarlo» (Mt 2, 13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, en la noche, tomó al niño y a su madre y se refugió en Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos nosotros experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En estas situaciones, orar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.

En Egipto, José espera de Dios el signo para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena partir con María y Jesús y volver a la patria (cf. Mt 2, 19-20). José «se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (v. 21). Pero precisamente durante el viaje de regreso, «al enterarse que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Ahí está entonces la cuarta revelación: «Advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también éste necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, éste no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.

Pienso en este momento en muchas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni orar. Que San José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para reencontrar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, los hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo manejar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen travesuras y terminan en accidente con el coche. Los padres que ven a los hijos que no avanzan en la escuela y no saben qué hacer… Muchos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. Y a estos padres les digo: no se asusten. Sí, hay dolor. Mucho. Pero piensen cómo resolvió los problemas José y pidan a José que los ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba de estaban las mamás, ahí que me daban mucha ternura: delante del problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no lo dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esta valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los papás y a todas las mamás esta valentía que dio a José. Y después orar para que el Señor nos ayude en estos momentos.

La oración, sin embargo, nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor por los hijos para el caso que dije ahora o el amor por el prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José oraba, trabajaba y amaba —tres cosas bellas para los padres: orar, trabajar y amar— y por esto recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.

San José, tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que orar es inútil;
ayuda a cada uno de nosotros a corresponder a lo que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,
nuestro corazón animado por Su fuerza
y nuestros miedos salvados por Su misericordia. Amén.


[1] cf. Gen 20, 3; 28, 12; 31, 11.24; 40, 8; 41, 1-32; Num 12, 6; 1 Sam 3, 3-10; Dn 2, 4; Jb 33, 15

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