LA PALABRA ES EL FARO QUE GUÍA EL CAMINO SINODAL INICIADO EN LA IGLESIA: ÁNGELUS DEL 23/11/2022

Este 23 de enero, y tras haber presidido la Misa con ocasión de la celebración del Domingo de la Palabra de Dios; el Papa Francisco encabezó la oración mariana del Ángelus a la hora del mediodía romano, asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano. Ante la presencia de los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre la Liturgia del día que nos presenta el momento en el que Jesús que inaugura su predicación captando la atención popular (cf. Lc 4, 14-21). El Sucesor de Pedro, concluyó su alocución haciendo hincapié en que la Palabra de Dios es también “el faro que guía el recorrido sinodal” iniciado en toda la Iglesia. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy vemos a Jesús que inaugura su predicación (cf. Lc 4, 14-21): es la primera predicación de Jesús. Se dirige a Nazaret, donde creció, y participa en la oración en la sinagoga. Se levanta a leer y, en el rollo del profeta Isaías, encuentra el pasaje que se refiere al Mesías, que proclama un mensaje de consolación y liberación para los pobres y los oprimidos (cf. Is 61, 1-2). Terminada la lectura, «los ojos de todos estaban fijos en él» (v. 20). Y Jesús inicia diciendo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura» (v. 21). Detengámonos en este hoy. Es la primera palabra de la predicación de Jesús reportada en el Evangelio de Lucas. Pronunciada por el Señor, indica un “hoy” que atraviesa toda época y permanece siempre válido. La Palabra de Dios siempre es “hoy”. Empieza un “hoy”: cuando tú lees la Palabra de Dios, en tu alma empieza un “hoy”, si tú la entiendes bien. Hoy. La profecía de Isaías se remontaba a siglos antes, pero Jesús, «con la fuerza del Espíritu» (v. 14), la hace actual y, sobre todo, la lleva a cumplimiento e indica la forma de recibir la Palabra de Dios: hoy. No como una historia antigua, no: hoy. Hoy habla a tu corazón.

Los paisanos de Jesús están impactados por su palabra. Incluso si, nublados por los prejuicios, no le creen, se dan cuenta de que su enseñanza es diferente de la de otros maestros (cf. v. 22): intuyen que en Jesús hay más. ¿Qué? Está la unción del Espíritu Santo. A veces, sucede que nuestras predicaciones y nuestras enseñanzas permanecen genéricas, abstractas, no tocan el alma y la vida de la gente. ¿Y por qué? Porque les falta la fuerza de este hoy, ese que Jesús “llena de sentido” con el poder del Espíritu es el hoy. Hoy te está hablando. Sí a veces se escuchan conferencias impecables, discursos bien construidos, pero que no mueven el corazón, y así todo queda como antes. También muchas homilías – lo digo con respeto pero con dolor – son abstractas, y en vez de despertar el alma la adormecen. Cuando los fieles empiezan a mirar el reloj – “¿cuándo terminará esto?” – adormecen el alma. La predicación corre este riesgo: sin la unción del Espíritu empobrece la Palabra de Dios, cae en el moralismo o en conceptos abstractos; presenta el Evangelio con desapego, como si estuviera fuera del tiempo, lejos de la realidad. Y este no es el camino. Pero una palabra en la que no palpita la fuerza del hoy no es digna de Jesús y no ayuda a la vida de la gente. Por esto quien predica, por favor, es el primero que debe experimentar el hoy de Jesús, para así poderlo comunicar en el hoy de los otros. Y si quiere dar clases, conferencias, que lo haga, pero en otro lado, no en el momento de la homilía, donde debe dar la Palabra para que sacuda los corazones.

Queridos hermanos y hermanas, en este Domingo de la Palabra de Dios quisiera agradecer a los predicadores y los anunciadores del Evangelio que permanecen fieles a la Palabra que sacude el corazón, que permanecen fieles al “hoy”. Oremos por ellos, para que vivan el hoy de Jesús, la dulce fuerza de su Espíritu que hace viva la Escritura. La Palabra de Dios, de hecho, es viva y eficaz (cf. Hb 4, 12), nos cambia, entra en nuestras vivencias, ilumina nuestra vida cotidiana, consuela y pone orden. Recordemos: la Palabra de Dios transforma una jornada cualquiera en el hoy en que Dios nos habla. Entonces, tomemos el Evangelio en la mano, cada día un pequeño pasaje para leer y releer. Lleven en el bolsillo el Evangelio o en la bolsa, para leerlo en el viaje, en cualquier momento, y leerlo con calma. Con el tiempo descubriremos que esas palabras están hechas a propósito para nosotros, para nuestra vida. Nos ayudarán a acoger cada día con una mirada mejor, más serena, porque, cuando el Evangelio entra en el hoy, lo llena de Dios. Quisiera hacerles una propuesta. En los domingos de este año litúrgico es proclamado el Evangelio de Lucas, el Evangelio de la misericordia. ¿Por qué no leerlo también personalmente, entero, un pequeño pasaje cada día? Un pequeño pasaje. Familiaricémonos con el Evangelio, ¡nos traerá la novedad y la alegría de Dios!

La Palabra de Dios es también el faro que guía el camino sinodal iniciado en toda la Iglesia. Mientras nos comprometemos a escucharnos mutuamente, con atención y discernimiento – porque no es hacer una encuesta de opiniones, no, sino discernir la Palabra, ahí –, escuchemos juntos la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. Y que la Virgen nos obtenga la constancia para alimentarnos cada día con el Evangelio.

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