CATEQUESIS DEL PAPA: DIOS ES MISERICORDIA Y NOS ESPERA SIEMPRE (26/03/2025)

Este 26 de marzo, la Sala de Prensa de la Santa Sede publicó el texto de la catequesis preparado por el Papa Francisco para este día, en el que continúa su ciclo de reflexiones titulado “Jesucristo, nuestra esperanza”. La Audiencia General de este día se canceló debido a la convalecencia del Pontífice en Casa Santa Martha y en su texto, el Santo Padre escribe que “para ir a anunciar el Evangelio, necesitamos primero poner el peso de nuestra historia a los pies del Señor, entregarle a Él el peso de nuestro pasado. Sólo personas reconciliadas pueden llevar el Evangelio”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 2. La samaritana. «¡Dame de beber!» (Jn 4, 7)

Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber meditado sobre el encuentro de Jesús con Nicodemo, quien había ido a buscar a Jesús, hoy reflexionamos sobre aquellos momentos en los que parece que Él nos estaba esperando justo allí, en esa encrucijada de nuestra vida. Son encuentros que nos sorprenden, y al principio tal vez estamos un poco desconfiados: buscamos ser prudentes y entender lo que está sucediendo.

Ésta probablemente fue también la experiencia de la mujer samaritana, de la que se habla en el capítulo cuarto del Evangelio de Juan (cf. 4, 5-26). Ella no esperaba encontrar a un hombre en el pozo al mediodía, más bien esperaba no encontrar a nadie. En efecto, va a buscar el agua al pozo a una hora insólita, cuando hace mucho calor. Quizá esta mujer se avergüenza de su vida, quizá se ha sentido juzgada, condenada, incomprendida, y por eso se ha aislado, ha roto las relaciones con todos.

Para ir a Galilea desde Judea, Jesús habría podido elegir otro camino y no atravesar Samaria. Habría sido incluso más seguro, dadas las tensas relaciones entre judíos y samaritanos. Él, en cambio, ¡quiere pasar por allí y se detiene en ese pozo justo a esa hora! Jesús nos espera y se hace encontrar precisamente cuando pensamos que para nosotros ya no hay esperanza. El pozo, en el antiguo Medio Oriente, es un lugar de encuentro, donde a veces se conciertan matrimonios, es un lugar de compromiso. Jesús quiere ayudar a esta mujer a comprender dónde buscar la verdadera respuesta a su deseo de ser amada.

El tema del deseo es fundamental para entender este encuentro. Jesús es el primero en expresar su deseo: «¡Dame de beber!» (v. 10). Con tal de abrir un diálogo, Jesús se hace ver débil, así hace que la otra persona se sienta cómoda, hace que no se asuste. La sed es a menudo, también en la Biblia, la imagen del deseo. Pero Jesús aquí tiene sed ante todo de la salvación de esa mujer. «El que pedía de beber – dice San Agustín – tenía sed de la fe de esta mujer». [1]

Si Nicodemo había ido con Jesús de noche, aquí Jesús encuentra a la mujer samaritana al mediodía, el momento en que hay más luz. Es, de hecho, un momento de revelación. Jesús se hace conocer por ella como el Mesías y, además, arroja luz sobre su vida. La ayuda a releer de una manera nueva su historia, que es complicada y dolorosa: ha tenido cinco maridos y ahora está con un sexto que no es su marido. El número seis no es casual, sino que indica generalmente imperfección. Quizá sea una alusión al séptimo esposo, el que finalmente podrá saciar el deseo de esta mujer de ser amada de verdad. Y ese esposo sólo puede ser Jesús.

Cuando se da cuenta de que Jesús conoce su vida, la mujer cambia el discurso a la cuestión religiosa que dividía a judíos y samaritanos. Esto nos pasa a veces también a nosotros mientras oramos: en el momento en que Dios está tocando nuestra vida con sus problemas, a veces nos perdemos en reflexiones que nos dan la ilusión de una oración bien hecha. En realidad, hemos levantado barreras de protección. El Señor, sin embargo, es siempre más grande, y a aquella mujer samaritana, a la que según los esquemas culturales ni siquiera debería haberle dirigido la palabra, le regala la revelación más alta: le habla del Padre, que debe ser adorado en espíritu y verdad. Y cuando ella, sorprendida una vez más, observa que para estas cosas es mejor esperar al Mesías, Él le dice: «Soy yo, que hablo contigo» (v. 26). Es como una declaración de amor: Aquel a quien esperas soy yo; Aquel que puede responder finalmente a tu deseo de ser amada.

En ese momento, la mujer corre a llamar a la gente del pueblo, porque es precisamente de la experiencia de sentirse amada de donde surge la misión. ¿Y qué anuncio podría haber llevado sino su experiencia de ser comprendida, acogida, perdonada? Es una imagen que debería hacernos reflexionar sobre nuestra búsqueda de nuevas formas de evangelizar.

Precisamente como una persona enamorada, la samaritana olvida su ánfora a los pies de Jesús. El peso de esa ánfora sobre su cabeza, cada vez que volvía a casa, le recordaba su condición, su vida atribulada. Pero ahora el ánfora está depositada a los pies de Jesús. El pasado ya no es un peso; ella está reconciliada. Y es así también para nosotros: para ir a anunciar el Evangelio, necesitamos primero dejar el peso de nuestra historia a los pies del Señor, entregarle a Él el peso de nuestro pasado. Sólo personas reconciliadas pueden llevar el Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, ¡no perdamos la esperanza! Incluso si nuestra historia nos parece pesada, complicada, tal vez incluso arruinada, siempre tenemos la posibilidad de entregarla a Dios y comenzar de nuevo nuestro camino. ¡Dios es misericordia y nos espera siempre!


[1] Homilía 15, 11.

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