PECADORES SÍ, CORRUPTOS NO: ÁNGELUS DEL 01/10/2023

Al mediodía de este 1º de octubre, domingo de la XXVI semana del Tiempo Ordinario, el Pontífice comentó el Evangelio según San Mateo de este día, en el que el evangelista presenta la parábola de los dos hijos. El Papa Francisco explicó que el problema no está aquí tan ligado a la resistencia a ir a trabajar en la viña, “sino en la sinceridad o no frente al padre y frente a uno mismo”. Tras presentar el evangelio del día, el Santo Padre invitó a “mirarse a uno mismo” y preguntarse, en definitiva, si soy un pecador, como todos, ¿o hay en mi algo de corrupto? Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hoy el Evangelio habla de dos hijos, a los que el padre pide que vayan a trabajar en la viña (cf. Mt 21, 28-32). Uno de ellos responde inmediatamente “sí”, pero luego no va. El otro en cambio, dice “no”, pero luego se arrepiente y va.

¿Qué decir de estos dos comportamientos?  Se puede pensar inmediatamente que ir a trabajar en la viña requiere sacrificio y que sacrificarse cuesta, no es espontáneo, aún con lo hermoso de saberse hijos y herederos. El problema no está aquí tan ligado a la resistencia a ir a trabajar en la viña, sino en la sinceridad o no frente al padre y frente a sí mismo. Si de hecho ninguno de los dos hijos se porta de manera impecable, uno miente, mientras que el otro se equivoca, pero permanece sincero.

Miremos al hijo que dice “sí”, pero luego no va. Él no quiere hacer la voluntad del padre, pero tampoco quiere ponerse a discutirlo y hablar. Así se esconde detrás de un “sí”, detrás de un asentimiento fingido, que esconde su pereza y por el momento le salva la cara, es un hipócrita. Se escabulle sin conflictos, pero engaña y desilusiona a su padre, faltándole al respeto de peor forma de lo que habría hecho un franco “no”. El problema de un hombre que se comporta así es que no sólo es un pecador, sino un corrupto, porque miente sin problemas para cubrir y camuflar su desobediencia, sin aceptar algún dialogo o discusión honesta.

El otro hijo, aquel que dice “no” pero luego va, en cambio es sincero. No es perfecto, pero sincero. Es cierto, nos hubiera gustado verlo decir “sí” inmediatamente. No es así, pero, al menos, manifiesta de manera franca y en un cierto sentido valiente su reticencia. Se asume, por tanto, la responsabilidad de su comportamiento y actúa a la luz del sol. Luego, con esta honestidad de base, termina poniéndose en discusión, llegando a entender que se ha equivocado y regresando sobre sus pasos. Es, podríamos decir, un pecador, pero no un corrupto. Escuchen bien esto: éste es un pecador, pero no es un corrupto. Y para el pecador hay siempre esperanza de redención; para el corrupto, en cambio, es mucho más difícil. De hecho, sus falsos “sí”, sus apariencias elegantes pero hipócritas y sus ficciones convertidas en costumbre son como un grueso “muro de goma”, detrás del cual se resguarda de los reclamos de la conciencia. ¡Y estos hipócritas hacen mucho daño! Hermanos y hermanas, pecadores sí – todos lo somos –, ¡corruptos no! ¡Pecadores sí, corruptos no!

Mirémonos ahora a nosotros mismos y, a la luz de todo esto, hagámonos algunas preguntas. Frente al cansancio de vivir una vida honesta y generosa, de comprometerme según la voluntad del Padre, ¿estoy dispuesto a decir “sí” cada día, aunque cueste? Y cuando no lo consigo, ¿soy sincero al confrontarme con Dios sobre mis dificultades, mis caídas, mis fragilidades? Y cuando digo “no”, ¿después vuelvo atrás? Hablemos con el Señor sobre esto. Cuando me equivoco, ¿estoy dispuesto a arrepentirme y a regresar sobre mis pasos? ¿O hago como si no pasara nada y vivo llevando una máscara, preocupándome sólo de aparentar ser bueno y correcto? En definitiva, ¿soy un pecador, como todos, o hay en mí algo de corrupto? No lo olviden: pecadores sí, corruptos no.

Que María, espejo de santidad, nos ayude a ser cristianos sinceros.

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