EN EL SÍNODO, ESCUCHA Y AYUNO DE LA PALABRA PÚBLICA: PALABRAS DEL PAPA EN LA PRIMERA CONGREGACIÓN GENERAL DEL SÍNODO (04/10/2023)

La escucha, ayuno de la palabra pública, mucho espacio para el Espíritu Santo, la oración, la reflexión – especialmente sobre los textos de San Basilio –, sin lugar para el chismorreo, la mundanidad, las ideologías. Sentado a la mesa con los representantes de la Secretaría General del Sínodo, el Papa abrió la primera Congregación General del Sínodo sobre la Sinodalidad y señaló a los más de 460 participantes el camino a seguir durante estas cuatro semanas de trabajo, instando a todos los periodistas, que hacen un trabajo “muy hermoso, muy bueno”, a que les ayuden a transmitir el mensaje de que la “prioridad” es “escuchar”, antes de hablar. Transcribimos a continuación, el mensaje del Santo Padre, traducido del italiano:

Hermanos y hermanas, buenas tardes:

Los saludo a todos ustedes, con quienes comenzamos este camino sinodal.

Me da gusto recordar que fue San Pablo VI quien dijo que la Iglesia en Occidente había perdido la idea de la sinodalidad, y por eso había creado el secretariado para el Sínodo de los Obispos, que ha realizado muchos encuentros, muchos Sínodos sobre distintos temas.

Pero la expresión de la sinodalidad aún no está madura. Recuerdo que era secretario en uno de estos Sínodos y el Cardenal Secretario – un excelente misionero belga, muy bueno – cuando yo preparaba para las votaciones venía a mirar: “¿Qué estás haciendo?” – “Lo que debe votarse mañana” – “¿Qué es eso? No, eso no se vota” – “Pero escuche, es sinodal” – “No, no, no se vota”. Porque aún no teníamos la costumbre de que todos deben expresarse con libertad. Y así, lentamente, en estos casi 60 años, el camino ha ido en esta dirección y hoy podemos llegar a este Sínodo sobre la sinodalidad.

No es fácil, pero es hermoso, es muy hermoso. Un sínodo que todos los obispos del mundo desearon. En el sondeo que se hizo después del Sínodo para la Amazonía, entre todos los obispos del mundo, el segundo lugar de preferencias era éste: la sinodalidad. En primero estaban los sacerdotes, en el tercero creo que una cuestión social. Pero [éste era] el segundo. Todos los obispos del mundo veían la necesidad de reflexionar acerca de la sinodalidad. ¿Por qué? Porque todos habían entendido que el fruto estaba maduro para algo de ese tipo.

Y con ese espíritu comenzamos a trabajar hoy. Y a mí me gusta decir que el Sínodo no es un parlamento, es otra cosa; que el Sínodo no es una reunión de amigos para resolver algunas cosas del momento o dar opiniones, es otra cosa. No olvidemos, hermanos y hermanas, que el protagonista del Sínodo no somos nosotros: es el Espíritu Santo. Y si en medio de nosotros está el Espíritu que nos guía, será un hermoso Sínodo. Si en medio de nosotros están otras formas de avanzar por intereses ya sea humanos, personales, ideológicos, no será un Sínodo, será una reunión más parlamentaria, que es otra cosa. Sínodo es un camino que hace el Espíritu Santo. Se les ha entregado una hoja con textos patrísticos que nos ayudarán en la apertura del Sínodo. Son tomados de San Basilio, que escribió ese hermoso tratado acerca del Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque es necesario entender esta realidad que no es fácil, no es fácil.

Cuando, en el 50º aniversario de la creación del Sínodo, los teólogos me prepararon una carta que firmé, fue un lindo paso hacia adelante. Pero ahora nosotros debemos encontrar la explicación en ese camino. Los protagonistas del Sínodo no somos nosotros, es el Espíritu Santo, y si nosotros damos lugar al Espíritu Santo, el Sínodo irá bien. Estas hojas sobre San Basilio se las han entregado en distintos idiomas: inglés, francés, portugués y español, así tendrán a la mano esto. No menciono estos textos, sobre los cuales les pido reflexionar y meditar después.

El Espíritu Santo es el protagonista de la vida eclesial: el plan de salvación de los hombres se realiza por la gracia del Espíritu. Es Él quien hace el protagonismo. Si no entendemos esto, seremos como aquellos de los que se habla en los Hechos de los Apóstoles: “¿Han recibido el Espíritu Santo?” – “¿Qué es el Espíritu Santo? Nunca habíamos oído hablar de él” (cf. 19, 1-2). Debemos entender que es Él el protagonista de la vida de la Iglesia, Aquel que la hace avanzar.

El Espíritu Santo enciende en la comunidad eclesial un dinamismo profundo y variado: el “alboroto” de Pentecostés. Es curioso lo que sucede en Pentecostés: todo estaba bien organizado, todo claro... Esa mañana hay un alboroto, se hablan todas las lenguas, todos entendían... Pero hay una variedad que no se entiende del todo qué significa... Y después de esto, la gran obra del Espíritu Santo: no la unidad, no, la armonía. Él nos une en armonía, la armonía de todas las diferencias. Si no existe armonía, no está el Espíritu: es Él quien actúa así.

Después, el tercer texto que puede ayudar: El Espíritu Santo es el compositor armónico de la historia de la salvación. Armonía – tengamos cuidado – no significa “síntesis”, sino “vínculo de comunión entre partes diferentes”. Si nosotros en este sínodo terminamos con una declaración todos iguales, todos iguales, sin nuances, el Espíritu no está, se ha quedado fuera. Él construye esa armonía que no es síntesis, es un vínculo de comunión entre partes diferentes.

La Iglesia, una única armonía de voces, en muchas voces, construida por el Espíritu Santo: así debemos concebir a la Iglesia. Cada comunidad cristiana, cada persona tiene su propia peculiaridad, pero estas particularidades deben insertarse en la sinfonía de la Iglesia y esa sinfonía correcta la hace el Espíritu: nosotros no podemos hacerla. Nosotros no somos un parlamento, no somos las Naciones Unidas, no, es otra cosa.

El Espíritu Santo es el origen de la armonía entre las Iglesias. Es interesante lo que Basilio dice a los hermanos Obispos: “De la misma manera en que nosotros estimamos como un bien nuestro su recíproca concordia y unidad, así también los invitamos a ustedes a participar de nuestros sufrimientos causados por las divisiones y a no separarnos de ustedes por el hecho de que estamos lejos debido a la colocación y los lugares, sino que, ya que estamos unidos en la comunión según el Espíritu, nos acojan en la armonía de un único cuerpo”.

El Espíritu Santo nos conduce de la mano y nos consuela. La presencia del Espíritu es así – me permito la palabra – casi maternal, como una madre nos conduce, nos da este consuelo. Es el Consolador, uno de los nombres del Espíritu: el Consolador. La acción consoladora del Espíritu Santo representada por el posadero a quien se le confía el hombre que tropezó con los ladrones (cf. Lc 10, 34-35): Basilio interpreta esa parábola del buen Samaritano y en el posadero ve al Espíritu Santo que permite que la buena voluntad de un hombre y el pecado de otro vayan en un camino armónico.

Además, aquel que custodia a la Iglesia es el Espíritu Santo. Por otra parte, El Espíritu Santo tiene un multiforme ejercicio paraclético. Debemos aprender a escuchar las voces del Espíritu: son todas distintas. Aprender a discernir.

Y también, el Espíritu Santo es Aquel que construye la Iglesia: es Él quien construye la Iglesia. Hay un vínculo muy importante entre la Palabra y el Espíritu. Podemos pensar en esto: el Verbo y el Espíritu. La Escritura, la Liturgia, la antigua tradición nos hablan de la “tristeza” del Espíritu Santo, y una de las cosas que más entristecen al Espíritu Santo son las palabras vacías. Las palabras vacías, las palabras mundanas y – descendiendo un poco a cierta actitud humana pero no buena – el chismorreo. El chismorreo es lo anti Espíritu Santo, va en contra. Es una enfermedad muy frecuente entre nosotros. Y las palabras vacías entristecen al Espíritu Santo. “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios con el cual fueron marcados” (cf. Ef 4, 30). Qué gran mal es entristecer al Espíritu Santo de Dios, ¿hay necesidad de decirlo? Chisme, maledicencia: esto entristece al Espíritu Santo. Es la enfermedad más común en la Iglesia, el chismorreo. Y si no dejamos que Él nos cure de esta enfermedad, difícilmente un camino sinodal será bueno. Al menos aquí dentro: si no estás de acuerdo con lo que dice ese obispo o esa hermana o ese laico de allá, díselo a la cara. Por eso es un Sínodo. Para decir la verdad, no el chismorreo bajo la mesa.

El Espíritu Santo nos confirma en la fe. Es Él quien lo hace continuamente...

Estos textos de Basilio, léanlos, están en su idioma, porque creo que nos ayudarán a hacer en nuestro corazón espacio al Espíritu. Repito: no es un parlamento, no es una reunión para la pastoral de la Iglesia. Esto es un syn-odos, caminar juntos es el programa. Hemos hecho muchas cosas, como dijo Su Eminencia: la consulta, todo eso, con el pueblo de Dios. Pero el que toma en su mano esto, el que guía es el Espíritu Santo. Si Él no está, esto no dará un buen resultado.

Insisto en esto: por favor, no entristezcan al Espíritu. Y en nuestra teología hagan espacio al Espíritu Santo. Y también en este Sínodo, disciernan las voces del Espíritu de las que no son del Espíritu, que son mundanas. En mi opinión, la enfermedad más terrible que hoy – siempre, pero también hoy – se ve en la Iglesia es lo que va contra el Espíritu, es decir la mundanidad espiritual. Un espíritu, pero no santo: de mundanidad. Tengan cuidado con eso: no tomemos el lugar del Espíritu Santo con cosas mundanas – incluso buenas –como en el sentido común: eso ayuda, pero el Espíritu va más allá. Debemos aprender a vivir en nuestra Iglesia con el Espíritu Santo. Les pido, reflexionen sobre estos textos de San Basilio que nos ayudarán mucho.

Después, quiero decir que en este Sínodo – también para hacerle lugar al Espíritu Santo – existe la prioridad de la escucha, está esta prioridad. Y debemos dar un mensaje a los trabajadores de la prensa, a los periodistas, que hacen un trabajo muy hermoso, muy bueno. Debemos dar precisamente una comunicación que sea el reflejo de esta vida en el Espíritu Santo. Se necesita una ascesis – perdónenme si hablo así a los periodistas –un cierto ayuno de la palabra pública para custodiar esto. Y lo que se publica, que sea en este clima. Alguno dirá – lo están diciendo – que los obispos tienen miedo y por eso no quieren que los periodistas hablen. No, el trabajo de los periodistas es muy importante. Pero debemos ayudarles para que digan esto, este caminar en el Espíritu. Y más que la prioridad de hablar, existe la prioridad de la escucha. Y a los periodistas les pido por favor hacer entender esto a la gente, que sepan que la prioridad es de la escucha. Cuando fue el sínodo sobre la familia, existía la opinión pública, hecha de nuestra mundanidad, de que era para darle la comunión a los divorciados: y así entramos al Sínodo. Cuando fue el sínodo para la Amazonía, existía la opinión pública, la presión, de que era para instituir a los viri probati: entramos con esta presión. Ahora hay algunas hipótesis sobre este Sínodo: “¿qué harán?”, “quizá el sacerdocio para las mujeres”..., no lo sé, esas cosas se dicen fuera. Y dicen muchas veces que los Obispos tienen miedo de comunicar lo que sucede. Por eso le pido a ustedes, comunicadores, que hagan su función bien, correcta, de manera que la iglesia y las personas de buena voluntad – las demás dirán lo que quieran – entiendan que también en la iglesia existe la prioridad de la escucha. Transmitan eso: es muy importante.

Les agradezco por ayudarnos a todos nosotros en esta “pausa” de la Iglesia. La Iglesia se ha detenido, como se detuvieron los Apóstoles después del Viernes Santo, ese Sábado Santo, pero ellos por miedo, nosotros no. Pero está detenida. Es una pausa de toda la Iglesia, en escucha. Ese es el mensaje más importante. Gracias por su trabajo, gracias por lo que hacen. Y les pido, si pueden, lean estas cosas de San Basilio, que ayudan mucho. Gracias.

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