NO OLVIDEMOS A LOS QUE NO TIENEN QUÉ COMER: MENSAJE DEL PAPA A TRABAJADORES AGRÍCOLAS ITALIANOS (15/10/2023)

El Papa Francisco envía este 15 de octubre un mensaje a los participantes en “Villaggi Coldiretti” que se realiza en el Circo Massimo, en Roma, del 13 al 15 de octubre, donde agricultores y empresarios del sector agrícola de las distintas regiones italianas instalaron stands para dar a conocer la biodiversidad y la sostenibilidad de la agricultura, el modelo basado en la peculiaridad y la calidad del “Made in Italy”, el espíritu emprendedor de los jóvenes agricultores y las fronteras de la innovación. Reproducimos a continuación, el texto del mensaje del Santo Padre, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, saludo cordialmente a todos ustedes, reunidos en Roma en este importante encuentro, que tiene la presencia de agricultores y emprendedores del sector agrícola provenientes de las distintas regiones de Italia.

En la Encíclica Mater et Magistra, San Juan XXIII quiso subrayar el valor enriquecedor del trabajo agrícola con el fin de la promoción integral de la persona, tanto en el plano humano, como eminente camino de realización individual y de desarrollo comunitario, así como en el plano del espíritu, como participación en la realización del designio providencial de Dios en la historia.

El trabajo agrícola – afirmaba el Sumo Pontífice – «debe concebirse y vivirse como una vocación y como una misión» [1], ya que lanza una luz sobre la dimensión “responsorial” del llamado del hombre a hacer progresar el Reino de los cielos.

La creación, en efecto, fue deseada por Dios como un don y una herencia encomendada al hombre [2]. Hecha en el Verbo eterno y por medio suyo, esta no salió de las manos del creador ya “terminada”, sino «en camino», es decir abierta y dirigida a un cumplimiento. Al entregarla al hombre, como un bien que hay que cuidar, Dios dispuso que contribuyera a dirigirla a esa perfección a la que está destinada y que será alcanzada al final de los tiempos [3]. Por tanto, responder a la invitación de Dios, original y siempre actual, de hacer germinar y fructificar la tierra, de transformarla con respeto y cuidado, significa cooperar en el proyecto inicial de Dios.

El libro del Génesis da evidencia inmediatamente de cómo en el trabajo agrícola se ha ofrecido al hombre la posibilidad de educarse para reconocer en la creación el signo de la alianza que Dios había establecido con él. Después de haber hecho el cielo y la tierra, el Señor se dio cuenta de que la tierra era árida y estéril, sin hierba campestre, no solamente porque Él no había hecho llover, sino porque no había nadie que trabajara la tierra, ni que hiciera salir de la tierra el agua en los canales para poder irrigar el suelo (cf. Gen 2, 4-6). Dios, entonces, moldeo al hombre con polvo de la tierra, lo animó con su soplo vital, y plantó un maravilloso jardín para que «lo cultivará y lo custodiara» (Gen 2, 15).

El hombre está llamado por Dios a desarrollar con inteligencia una actividad técnica a la que está asociada el deber de una custodia, no sólo material, sino también moral. En el relato del Génesis, aprender a conocer las leyes de la agricultura, construir canales para modificar el curso de los ríos, son trabajos que hay que cumplir en vista de una doble ventaja: hacer a la tierra más hermosa y fecunda, mientras que se la convierte en más humana, más acogedora y hospitalaria para la vida de sus habitantes. Mientras el hombre trabaja, cambia al mundo, pero se cambia también a sí mismo volviéndose más responsable y generoso.

El dinamismo laborioso y generativo del trabajo agrícola se aclara más adelante a la luz de la revelación del Evangelio de Cristo: la orden de Dios de «dominar la tierra» (Gen 1, 26) se declina como participación en la realeza del Señor crucificado y resucitado, en la lógica del amor que se hace servicio y que libera al mundo de la corrupción y de la caducidad del pecado (cf. Rom 8, 19-20).

Asistimos cada día al desarrollo de nuevas tecnologías, cada vez más eficientes y con mejor desempeño, gracias a las cuales el hombre es capaz de acrecentar su poder sobre la naturaleza, a menudo forzando a la tierra a dar fruto. El uso desconsiderado y coercitivo de la tecnología, aplicada a ritmos de producción insostenibles, sujeta a modelos de consumo tendientes a homologar, tiene un precio altísimo. Lo demuestra la crisis climática que estamos atravesando: el impacto ambiental de los ritmos intensivos, hasta ahora adoptados, ha influido negativamente en los cultivos, creando círculos viciosos de los cuales es cada vez más complejo salir. Entre más maltratamos a la tierra, contaminando el agua y el aire, entre más le quitamos espacio a la biodiversidad, derribando los bosques y comprometiendo los ecosistemas, más se hace difícil enfrentar la inestabilidad de los eventos meteorológicos. Cultivar la tierra mientras aumentan las ondas de calor, las lluvias torrenciales, las imprevistas heladas, hace al trabajo agrícola una empresa cada vez más difícil de realizar.

Pagando el precio no se encuentra solamente en la naturaleza, sino también los pobres. Es la paradoja “escandalosa” de la cultura del descarte: producimos alimentos suficientes para quitarle el hambre a toda la población del mundo, pero la mayor parte de ella vive sin el pan cotidiano. Por tanto, es deber de todos extirpar esta injusticia mediante acciones concretas y buenas prácticas, a través de políticas locales e internacionales que tengan la valentía de elegir lo justo y no solamente lo útil, lo conveniente, lo que genera ganancias [4]. Mientras reflexionan sobre cómo valorar el carácter distintivo y la calidad del Made in Italy agroalimentario, los invito a recordarse de quienes les falta lo necesario para quitarse el hambre.

Por favor, no nos olvidemos de los pobres. Soñemos un mundo en que el agua, el pan, el trabajo, las medicinas, la tierra, la casa, sean bienes disponibles para todo individuo.

Pido para que el Señor pueda infundir en todos ustedes la valentía y el ardor de plantar semillas de paz que contribuyan para construir un mundo más fraterno e imploro a Dios, dador de todos los bienes, para que pueda concederles abundantes bendiciones.

Roma, desde San Juan de Letrán, 6 de octubre 2023


FRANCISCO

[1] Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra, n. 135.

[2] cf. CCC, n. 299.

[3] cf. CCC, n. 302.

[4] cf. Francisco, Mensaje del Santo Padre en ocasión del Pre-Summit sobre la “Food System Summit 2021”, (Ciudad del Vaticano, 26 de julio 2021).

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