EL DOLOR DE LOS MIGRANTES CLAMA A DIOS QUE CONOCE SUS ROSTROS: PALABRAS DEL PAPA EN EL MOMENTO DE ORACIÓN POR LOS MIGRANTES EN LA PLAZA DE SAN PEDRO (19/10/2023)

Por la noche de este 19 de octubre, se realizó un momento de oración en la Plaza de San Pedro, presidido por el Papa Francisco, con la presencia de participantes en el Sínodo, dedicado a quienes han perdido la vida en las distintas rutas migratorias, a sus familiares y a quienes han sobrevivido, así como a los refugiados y migrantes que aún están en camino. “Es necesario multiplicar los esfuerzos para combatir las redes criminales, señalar caminos más seguros y comprometerse en ampliar los canales migratorios regulares”, dijo el Santo Padre en su mensaje, que compartimos a continuación, traducido del italiano:

Nunca estaremos suficientemente agradecidos con San Lucas por habernos transmitido esta parábola del Señor (cf. Lc 10, 25-37). Ésta también está al centro de la Encíclica Fratelli tutti, porque es una llave, diría la llave para pasar de la cerrazón de un mundo a un mundo abierto, de un mundo en guerra a la paz de otro mundo. Esta noche la hemos escuchado pensando en los migrantes, que vemos representados en esta gran escultura: hombres y mujeres de todas las edades y proveniencias; y en medio de ellos los ángeles, que los conducen.

El camino que desde Jerusalén llevaba a Jericó, no era un camino seguro, como hoy no lo son las numerosas rutas migratorias que atraviesan desiertos, selvas, ríos, mares. ¿Cuántos hermanos y hermanas hoy se encuentran en la misma condición del viajero de la parábola? ¡Muchos! ¿Cuántos son asaltados, despojados y golpeados en el camino? Parten engañados por traficantes sin escrúpulos. Después son vendidos como mercancía de intercambio. Son secuestrados, aprisionados, explotados y convertidos en esclavos. Son humillados, torturados, violentados. Y muchos, muchos mueren sin nunca llegar a la meta. Las rutas migratorias de nuestro tiempo están pobladas por hombres y mujeres heridos y abandonados medio muertos, por hermanos y hermanas cuyo clamor se eleva hacia Dios. A menudo son personas que escapan de la guerra y el terrorismo, como vemos desafortunadamente en estos días.

También hoy, como entonces, hay quien mira y pasa de largo, seguramente dándose una buena justificación, en realidad por egoísmo, indiferencia, miedo. Esa es la verdad. En cambio, ¿qué dice el Evangelio de aquel samaritano? Dice que vio a aquel hombre herido y tuvo compasión de él (v. 33). Esa es la clave. La compasión y la huella de Dios en nuestro corazón. El estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura: ese es el estilo de Dios. Y la compasión es huella de Dios en nuestro corazón. Esa es la clave. Aquí está el cambio. De hecho, desde aquel momento la vida de ese herido comienza a levantarse, gracias a aquel extranjero que se comportó como hermano. Y así el fruto no es solamente una buena acción asistencial, el fruto es la fraternidad.

Como el buen samaritano, estamos llamados a ser los prójimos de todos los viajeros de hoy, para salvar sus vidas, curar sus heridas, aliviar su dolor. Para muchos, desgraciadamente, es demasiado tarde y no nos queda más que llorar sobre sus tumbas, si tienen una, o el Mediterráneo ha terminado por ser su tumba. Pero el Señor conoce el rostro de cada uno, y no lo olvida.

El buen samaritano no se limita a socorrer al pobre viajero en el camino. Lo carga sobre su asno, lo lleva a una posada y cuida de él. Aquí podemos encontrar en el sentido de los cuatro verbos que resumen nuestra acción con los migrantes: acoger, proteger, promover e integrar. Los migrantes deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Se trata de una responsabilidad a largo plazo, de hecho, el buen samaritano se compromete tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. Por eso es importante prepararnos adecuadamente a los desafíos de las migraciones actuales, comprendiendo sí su carácter crítico, pero también la oportunidad que ofrecen, en vista del crecimiento de sociedades más inclusivas, más hermosas, más pacíficas.

Me permito poner en evidencia la urgencia de otra acción, que no se contempla en la parábola. Todos debemos comprometernos a hacer más seguro el camino, para que los viajeros de hoy no caigan víctimas de los delincuentes. Es necesario multiplicar los esfuerzos para convertir las redes criminales, que especulan con los sueños de los migrantes. Pero es también necesario señalar caminos más seguros. Por eso, es necesario comprometerse en ampliar los canales migratorios regulares. En el escenario mundial actual es evidente cuánto es necesario hacer dialogar las políticas demográficas y económicas con las migratorias en beneficio de todas las personas involucradas, sin olvidar nunca poner en el centro a los más vulnerables. También es necesario promover un enfoque común y corresponsable del gobierno con respecto a los flujos migratorios, que parecen destinados a aumentar en los próximos años.

Acoger, proteger, promover e integrar: ese es el trabajo que debemos hacer.

Pidamos al señor la gracia de hacernos prójimos de todos los migrantes y refugiados que tocan nuestra puerta, porque hoy «el que no es delincuente y el que no pasa a la distancia, o está herido o está llevando sobre sus espaldas a algún herido» (Fratelli tutti, 70).

Y ahora guardaremos un breve momento de silencio, recordando a todos aquellos que no lo lograron, que perdieron la vida en las distintas rutas migratorias, y a aquellos que han sido utilizados, esclavizados.

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