EL VALOR DEL TRABAJO SON LAS PERSONAS, NO LAS MÁQUINAS: MENSAJE DEL PAPA A EMPRESARIOS FRANCESES (29/08/2023)

El Papa Francisco envió un mensaje a los empresarios franceses, reunidos los días 28 y 29 de agosto, como cada año al final del verano en el hipódromo de Longchamp, al oeste de París. En su misiva, leída ayer 28 de agosto por el Obispo de Nanterre, Mons. Matthieu Rougé, el Santo Padre redefine la misión del empresario como actor del bien común y sucesor de San José carpintero, al tiempo que alaba el valor del trabajo como factor de dignidad. Transcribimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

[El mensaje fue leído la tarde del lunes 28 de agosto, por S.E. Mons. Matthieu Rougé, obispo de Nanterre]

Me alegra poder enviarles, queridos empresarios y empresarias de Francia, este breve mensaje en ocasión de su encuentro anual. Cuando pienso en los dirigentes de negocios, la primera palabra que me viene a la mente es “Bien común”. En efecto, no es posible hoy imaginar un mejoramiento del Bien común, o sea de la vida económica y social, de la justicia, de las condiciones de vida de los más pobres, si no se considera a los empresarios como actores del desarrollo y el bienestar. Ustedes son un motor esencial de la riqueza, de la prosperidad, de la felicidad de todos.

El período que estamos atravesando no es fácil para nadie, e incluso el mundo empresarial sufre, a veces mucho: por distintas razones, en particular por esta guerra absurda y, aún antes, por los años muy difíciles de la pandemia. Los empresarios sufren cuando su negocio sufre, y sufren mucho cuando el negocio fracasa y debe cerrar. Los medios hablan poco de las dificultades y el dolor de los empresarios que cierran su propio negocio y fracasan no por su culpa. El libro de Job nos enseña que la desventura no es sinónimo de error porque impacta también a los justos, y que el éxito no es directamente sinónimo de virtud y de bondad. La desgracia afecta tanto a buenos como a malos. La Iglesia comprende el sufrimiento del buen empresario, comprende su sufrimiento. Ella lo acoge, los acompaña, les agradece. Desde el comienzo, la Iglesia también ha acogido en su seno a los mercaderes, a los precursores de los empresarios modernos. En la Biblia y los Evangelios, se habla a menudo de dinero, de comercio, y entre los relatos más hermosos de la historia de la salvación se encuentran también fragmentos que hablan de economía: de dracmas, de talentos, de propietarios de tierras, de administradores, de perlas preciosas. En el Evangelio de Lucas, el padre del hijo pródigo se nos presenta como un hombre rico, quizá un propietario de tierras. De la misma manera, el Buen Samaritano, que podría ser un mercader, se detiene junto al herido, cuida de él, después lo encomienda a un posadero y le da dos denarios como pago.

Hoy una de las formas más importantes para participar en el Bien común es la creación de puestos de trabajo, de empleo para todos, en particular para los jóvenes – tengan confianza en los jóvenes: ellos lo necesitan y ustedes necesitan de ellos. Cada nuevo puesto de trabajo creado es una riqueza compartida, que no termina en los bancos produciendo intereses financieros, sino que se invierte para que nuevas personas puedan trabajar y hacer su vida más digna. El trabajo es algo legítimamente importante. En efecto, sí es verdad que el trabajo ennoblece al hombre, es aún más cierto que son los hombres quienes ennoblecen al trabajo. Somos nosotros, y no las máquinas, quienes somos el verdadero valor del trabajo.

El empresario es también un trabajador. Vive de su trabajo, vive trabajando y sigue siendo empresario mientras trabaja. Cuando el empresario deja de trabajar, se transforma en especulador o en poseedor y cambia de oficio. El buen empresario, como el “buen pastor” del Evangelio, al contrario del “mercenario”, conoce a sus trabajadores porque conoce su trabajo. Una de las crisis más graves de nuestro tiempo es la pérdida de contacto del empresario con el trabajo de su empresa, y por tanto con sus trabajadores, que se vuelven “invisibles” (Pierre Y. Gomes). Ustedes se han vuelto a empresarios porque un día se quedaron fascinados por el olor del laboratorio, por la alegría de tocar con sus manos sus productos, por la satisfacción de ver que sus servicios son útiles: nunca lo olviden, es así que nació su vocación. Y en eso se asemejan a José, a Jesús que transcurrió parte de su vida trabajando como artesano: “el Verbo se hizo carpintero”. Conocía el olor de la madera.

Una última palabra. El primer capital de su negocio son ustedes: su corazón, su conciencia, sus virtudes, su deseo de vivir, su justicia. Estos capitales humanos, éticos y espirituales valen más que los capitales económicos y financieros. Hoy los nuevos desafíos de nuestra compleja sociedad no pueden enfrentarse sin buenos empresarios. Ustedes pueden vivir su trabajo como una vocación, como una tarea moral, como un destino existencial. Pero una empresa no basta, la economía es muy poco para ustedes: su creatividad y su innovación son muy necesarias en la sociedad civil, en las comunidades, en el cuidado de la creación. Sin nuevos empresarios, nuestra tierra no resistirá el impacto del capitalismo. Hasta hoy han hecho cosas, algunos de ustedes han hecho muchas: pero no es suficiente. Vivimos un período de urgencia, de gran urgencia: debemos, deben, hacer más: los niños se lo agradecerán y yo con ellos.

Hago oración para que su trabajo y sus esfuerzos den frutos abundantes y duraderos y les envío mis cordiales saludos.

Desde el Vaticano, 13 de julio 2023

Francisco

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