CATEQUESIS DEL PAPA: EN LOS MOMENTOS DIFÍCILES, INVOQUEMOS A MARÍA, NUESTRA MADRE (23/08/2023)

En la Audiencia General de este 23 de agosto, el Papa Francisco retomó el ciclo de catequesis dedicadas al tema del celo apostólico, reflexionando sobre la evangelización en el continente americano. El Santo Padre ofreció a los fieles el testimonio del santo mexicano Juan Diego, a quien se le apareció la Virgen de Guadalupe haciendo llegar su mensaje a todo el Pueblo fiel de Dios. El Papa observó que el Evangelio se transmite en la lengua materna, la más adecuada para ser comprendida por la gente, y aprovechó para agradecer a las madres y a las abuelas que son las primeras anunciadoras de la fe hijos y nietos. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El anuncio en lengua materna: Juan Diego, mensajero de la Virgen de Guadalupe

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro recorrido de redescubrimiento de la pasión por el anuncio del Evangelio, para ver cómo el celo apostólico, esta pasión por anunciar el Evangelio se ha desarrollado en la historia de la Iglesia, en este recorrido miramos hoy a las Américas. Aquí, la evangelización tiene una fuente siempre viva: Guadalupe. Es una fuente viva. ¡Los mexicanos están contentos! Cierto, el Evangelio ya había llegado antes de esas apariciones, pero lamentablemente también había estado acompañado por intereses mundanos. En lugar del camino de la inculturación, se había seguido con demasiada frecuencia la vía apresurada de trasplantar e imponer modelos preestablecidos – europeos, por ejemplo – faltando al respeto a las poblaciones indígenas. La Virgen de Guadalupe, en cambio, aparece vestida con las ropas de los nativos, habla su lengua, acoge y ama la cultura del lugar: María es Madre y bajo su manto encuentra lugar cada hijo. En ella, Dios se hizo carne y, a través de María, continúa encarnándose en la vida de los pueblos. La Virgen, de hecho, anuncia a Dios en la lengua más adecuada, es decir la lengua materna. Y también a nosotros, la Virgen nos habla en lengua materna, la que entendemos bien. El Evangelio se transmite en la lengua materna. Y quisiera decir gracias a las muchas madres y las muchas abuelas que lo transmiten a los hijos y nietos: la fe pasa con la vida, por eso las madres y abuelas son las primeras anunciadoras. ¡Un aplauso a las madres y las abuelas! Y el Evangelio se comunica, como muestra María, en la sencillez: siempre la Virgen elige a los sencillos, en la colina del Tepeyac en México como en Lourdes y Fátima: al hablarles a ellos, le habla a cada uno, con un lenguaje adecuado a todos, con un lenguaje comprensible, como el de Jesús.

Detengámonos entonces en el testimonio de San Juan Diego, que es el mensajero, es el hombre, es el indígena que recibió la revelación de María: el mensajero de la Virgen de Guadalupe. Él era una persona humilde, un indígena del pueblo: sobre él se posa la mirada de Dios, que ama realizar prodigios a través de los pequeños. Juan Diego había venido a la fe ya adulto y casado. En diciembre de 1531 tiene alrededor de 55 años. Mientras está en camino, ve en una colina a la Madre de Dios, que tiernamente lo llama, y ¿cómo lo llama la Virgen? «mi muy amado hijito Juanito» (Nican Mopohua, 23). Luego lo envía con el Obispo para pedirle que construyera un templo justo allí, donde ella había aparecido. Juan Diego, sencillo y dispuesto, va con la generosidad de su corazón puro, pero debe esperar mucho tiempo. Finalmente habla con el Obispo, pero no le creyeron. A veces nosotros los Obispos… Se encuentra de nuevo con la Virgen, que lo consuela y le pide que lo intente de nuevo. El indígena regresa con el Obispo y, con gran esfuerzo, lo encuentra, pero éste, después de escucharlo, lo despide y manda hombres a seguirlo. Aquí está el esfuerzo, la prueba del anuncio: a pesar del celo, llegan los imprevistos, a veces de la Iglesia misma. Para anunciar, de hecho, no basta con dar testimonio del bien, es necesario saber soportar el mal. No olvidemos esto: es muy importante para anunciar el Evangelio: no basta con dar testimonio del bien, es necesario saber soportar el mal. Un cristiano hace el bien, pero soporta el mal. Ambas van juntas, la vida es así. Incluso hoy, en muchos lugares, para inculturar el Evangelio y evangelizar las culturas se requieren constancia y paciencia, se requiere no temer a los conflictos, no desanimarse. Estoy pensando en un país donde los cristianos son perseguidos, porque son cristianos, y no pueden practicar su religión bien y en paz. Juan Diego, desanimado, porque el Obispo lo rechazaba, pide a la Virgen que lo dispense y que encargue a alguien más respetado y capaz que él, pero es invitado a perseverar. Siempre existe el riesgo de una cierta renuncia en el anuncio: algo no va bien y uno va hacia atrás, desanimándose y refugiándose tal vez en las propias certezas, en pequeños grupos y en algunas devociones intimistas. La Virgen, en cambio, mientras nos consuela, nos hace ir adelante y de esta manera, nos hace crecer, como una buena madre que, mientras sigue los pasos del hijo, lo lanza a los desafíos del mundo.

Juan Diego, así animado, regresa con el Obispo que le pide una señal. La Virgen se lo promete y lo consuela con estas palabras: «No se turbe tu rostro, tu corazón: [...] ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?» (ibid., 118-119). Es hermoso esto, la Virgen tantas veces cuando estamos en la desolación, en la tristeza, en la dificultad, nos lo dice también a nosotros, en el corazón. «No se turbe tu rostro, tu corazón: [...] ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?». Siempre cerca para consolarnos y darnos la fuerza para seguir adelante. Luego le pide que suba a la árida cima de la colina a recoger flores. Es invierno, pero a pesar de ello, Juan Diego encuentra flores bellísimas, las coloca en el manto y las ofrece a la Madre de Dios, quien lo invita a llevarlas al Obispo como prueba. Él va, espera su turno con paciencia y finalmente, ante la vista del Obispo, abre su tilma; – que es lo que usaban los indígenas para cubrirse – abre su tilma mostrando las flores y he aquí: en el tejido del manto aparece la imagen de la Virgen, esa extraordinaria y viva que conocemos, en cuyos ojos están todavía impresos los protagonistas de entonces. Ahí está la sorpresa de Dios: cuando hay disponibilidad, cuando hay obediencia, Él puede realizar algo inesperado, en tiempos y formas que no podemos prever. Y así el santuario pedido por la Virgen es construido y hoy se puede visitar.

Juan Diego lo deja todo y, con el permiso del Obispo, dedica su vida al santuario. Acoge a los peregrinos y los evangeliza. Es lo que ocurre en los santuarios marianos, meta de peregrinaciones y lugares de anuncio, donde cada uno se siente en casa –porque es la casa de la mamá, es la casa de la madre – y experimenta la nostalgia de casa, es decir la nostalgia del lugar donde está la Madre, el Cielo. Ahí, la fe se recibe de manera sencilla, la fe se acoge de forma genuina, en un modo popular, y la Virgen, como le dijo a Juan Diego, escucha nuestros llantos y cura nuestras penas (cf. ibid., 32). Aprendamos esto: cuando hay dificultades en la vida vayamos con la Madre; y cuando la vida es feliz, vayamos con la Madre a compartir también esto. Necesitamos dirigirnos a estos oasis de consolación y misericordia, donde la fe se expresa en lengua materna; donde se depositan las fatigas de la vida en los brazos de la Virgen y se vuelve a vivir con la paz en el corazón. Quizás con la paz de los niños. ¡Gracias!

Comentarios