COMO MARÍA, CUANDO NOS ABAJAMOS, ES CUANDO SUBIMOS: ÁNGELUS DEL 15/08/2023

Jesús y María, dos vidas que vencen a la muerte y resurgen, recorren el mismo camino: ascienden a lo alto, glorificando a Dios y sirviendo a los hermanos. Alabanza y servicio son los dos aspectos que destacó el Santo Padre Francisco previamente a la oración del Ángelus de este 15 de agosto, desde la ventana de su estudio frente a la Plaza de San Pedro, en la Solemnidad de la Asunción. “Cuando nos abajamos para servir a los hermanos es cuando subimos: es el amor el que eleva la vida”, observó el Santo Padre en su alocución, cuyo texto traducido del italiano, compartimos a continuación:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, contemplamos cómo sube en alma y cuerpo a la gloria del Cielo. También el Evangelio de hoy nos la presenta mientras sube, esta vez a una «región montañosa» (Lc 1, 39). ¿Y por qué sube? Para ayudar a su prima Isabel, y allí proclama el cántico gozoso del Magnificat. María sube y la Palabra de Dios nos revela lo que la caracteriza mientras va hacia lo alto: el servicio al prójimo y la alabanza a Dios. Ambas cosas: María es la mujer del servicio al prójimo y María es la mujer que alaba a Dios. El evangelista Lucas, por otra parte, narra la vida misma de Cristo como un subir hacia lo alto, hacia Jerusalén, lugar de la entrega de sí mismo en la cruz, y del mismo modo describe también el camino de María. Jesús y María, en resumen, recorren el mismo camino: dos vidas que suben hacia lo alto, glorificando a Dios y sirviendo a los hermanos. Jesús como Redentor, que da la vida por nosotros, por nuestra justificación; María como la sierva que sale a servir: dos vidas que vencen a la muerte y resurgen; dos vidas cuyos secretos son el servicio y la alabanza. Detengámonos en estos dos aspectos: servicio y alabanza.

El servicio. Es cuando nos abajamos para servir a los hermanos y hermanas que vamos hacia lo alto: es el amor el que eleva la vida. Vamos a servir a los hermanos y con este servicio vamos “hacia lo alto”. Pero servir no es fácil: la Virgen, que acaba de concebir, recorre casi 150 kilómetros para llegar, desde Nazaret, a casa de Isabel. Ayudar cuesta, a todos nosotros. Lo experimentamos siempre, en el cansancio, en la paciencia y en las preocupaciones que implica cuidar a los demás. Pensemos, por ejemplo, en los kilómetros que muchos recorren cada día para ir y volver del trabajo y realizar muchas tareas en favor del prójimo; pensemos en los sacrificios de tiempo y de sueño para cuidar a un recién nacido o a un anciano; y en el compromiso de servir a los que no tienen nada que dar a cambio, tanto en la Iglesia como en el voluntariado. Yo admiro el voluntariado. Es fatigoso, pero es subir hacia lo alto, ¡es ganar el Cielo! Esto es servicio verdadero.

Pero el servicio corre el riesgo de ser estéril sin la alabanza a Dios. En efecto, cuando María entra en casa de su prima, alaba al Señor. No habla de su cansancio por el viaje, sino que del corazón prorrumpe un cántico de júbilo. Porque quien ama a Dios conoce la alabanza. Y el Evangelio de hoy nos muestra “una cascada de alabanzas”: el niño salta de alegría en el seno de Isabel (cf. Lc 1, 44), que pronuncia palabras de bendición y “la primera bienaventuranza”: «Bienaventurada tú que has creído» (Lc 1, 45); y todo culmina en María, que proclama el Magnificat (cf. Lc 1, 46-55). La alabanza aumenta la alegría. La alabanza es como una escalera: lleva hacia lo alto los corazones. La alabanza eleva los ánimos y vence la tentación de dejarse caer. ¿Han visto que la gente aburrida, la que vive de las habladurías, es incapaz de alabar? Pregúntense: ¿yo soy capaz de alabar? ¡Cuánto bien hace alabar cada día a Dios, y también a los demás! ¡Cuánto bien hace vivir de gratitud y bendición en lugar de reclamos y quejas, alzar la mirada hacia lo alto en lugar de tener la cara larga! Las quejas: hay gente que se queja todos los días. Pero mira que Dios está cerca de ti, mira que te ha creado, mira las cosas que te ha dado. ¡Alaba, alaba! Y eso es salud espiritual.

Servicio y alabanza. Tratemos de preguntarnos: ¿yo vivo el trabajo y las ocupaciones cotidianas con espíritu de servicio o con egoísmo? ¿Me dedico a alguien gratuitamente, sin buscar beneficios inmediatos? En resumen, ¿hago del servicio el “trampolín de impulso” de mi vida? Y pensando en la alabanza: ¿sé, como María, exultar en Dios (cf. Lc 1, 47)? ¿Hago oración bendiciendo al Señor? Y, después de haberlo alabado, ¿difundo su alegría entre las personas que encuentro? Cada uno trate de responder a estas preguntas.

Que nuestra Madre, Asunta al Cielo, nos ayude a subir cada día más hacia lo alto a través del servicio y la alabanza.

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