QUE LA IGLESIA EN HUNGRÍA DÉ TESTIMONIO DE UNA “ACOGIDA CON PROFECÍA”: PALABRAS DEL PAPA EN SU ENCUENTRO CON OBISPOS, SACERDOTES, CONSAGRADOS Y LAICOS EN BUDAPEST (28/04/2023)

Este 28 de abril, el Santo Padre se reunió con los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes pastorales de Hungría, en la Concatedral de San Esteban de Budapest, en el marco de su 41º Viaje Apostólico. “La primera pastoral es el testimonio de comunión, porque Dios es comunión y está presente ahí donde hay caridad fraterna. Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor”, fue la exhortación del Papa Francisco, cuyo texto completo transcribimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos Obispos, queridos sacerdotes y diáconos, consagradas, consagrados y seminaristas, queridos agentes pastorales, hermanos y hermanas, dicsértessék a Jézus Krisztus! [laudetur Jesus Christus!]

Estoy feliz de estar nuevamente aquí después de haber compartido con ustedes el 52º Congreso Eucarístico Internacional. Fue un momento de gran gracia y estoy seguro de que sus frutos espirituales los están acompañando. Agradezco a Mons. Veres por el saludo que me dirigió y por haber recogido el deseo de los católicos de Hungría con las siguientes palabras: «En este mundo que está cambiando queremos dar testimonio de que Cristo es nuestro futuro». Cristo. No “el futuro es Cristo”, no: Cristo es nuestro futuro. No cambien las cosas. Es una de las exigencias más importantes para nosotros: interpretar los cambios y las transformaciones de nuestra época, buscando enfrentar de la mejor manera los desafíos pastorales. Con Cristo y en Cristo. Nada fuera del Señor, nada lejos del Señor.

Pero eso es posible mirando a Cristo como nuestro futuro: Él es «el Alfa y la Omega, aquel que es, era y que vendrá, el Omnipotente» (Ap 1, 8), el principio y el fin, el fundamento y la meta última de la historia de la humanidad. Contemplando en este tiempo pascual su gloria, de Él que es «el Primero y el Último» (Ap 1, 17), podemos mirar a las tempestades que a veces se lanzan sobre nuestro mundo, a los cambios rápidos y continuos de la sociedad y a la misma crisis de fe del Occidente con una mirada que no cede a la resignación y que no pierde de vista la centralidad de la Pascua: Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro. Nuestra vida, en cuanto que está marcada por la fragilidad, está sólidamente colocada en sus manos. Si olvidamos esto, incluso nosotros, pastores y laicos, buscaremos medios e instrumentos humanos para defendernos del mundo, encerrándonos en nuestros oasis religiosos, cómodos y tranquilos; o, por el contrario, nos adecuaremos a los vientos cambiantes de la mundanidad y, entonces, nuestro cristianismo perderá vigor y dejaremos de ser sal de la tierra. Volver a Cristo, que es el futuro, para no caer en los vientos cambiantes de la mundanidad, qué es lo peor que puede sucederle a la Iglesia: una Iglesia mundana.

Estas son, por ello, las dos interpretaciones – quisiera decir las dos tentaciones – de las que siempre debemos cuidarnos como Iglesia: una lectura catastrofista de la historia presente, que se alimenta del derrotismo de quien repite que todo está perdido, que ya no existen los valores de hace tiempo, que no se sabe dónde iremos a terminar. Es hermoso que el Rvdo. Sándor haya manifestado su gratitud a Dios que lo “liberó del derrotismo”. ¿Y qué ha hecho de su vida, una gran catedral? No, una pequeña iglesia de emergencia, de campaña. Pero la hizo, no se dejó vencer. ¡Gracias, hermano! Y después está el otro riesgo, el de la lectura ingenua de nuestro tiempo, que en cambio se basa en la comodidad del conformismo y nos hace creer que en el fondo todo está bien, que el mundo ya ha cambiado y hace falta adecuarse – sin discernimiento; eso es terrible. Entonces, contra el derrotismo catastrófico y el conformismo mundano el Evangelio nos da ojos nuevos, nos da la gracia del discernimiento para entrar en nuestro tiempo con una actitud acogedora, pero también con un espíritu de profecía. Es decir, con acogida abierta a las profecía. No me gusta utilizar el adjetivo “profético”, se usa demasiado. Sustantivo: profecía. Estamos viviendo una crisis de los sustantivos y recurrimos mucho, muy a menudo a los adjetivos. No: profecía. Espíritu, actitud acogedora, abierta y con profecía en el corazón.

Al respecto, quisiera detenerme brevemente en una bella imagen usada por Jesús: la de la higuera (cf. Mc 13, 28-29). Nos la ofrece en el contexto del Templo de Jerusalén. A quien se encontraba admirando sus hermosas piedras y vivía así una especie de conformismo mundano, volviendo a poner la seguridad en el espacio sagrado y en su solemne imponencia, Jesús dice que no hay que absolutizar nada en esta tierra, porque todo es precario y no quedará piedra sobre piedra – estamos leyendo en estos días en el Oficio Divino el libro del Apocalipsis, donde se hace ver que no quedará piedra sobre piedra – pero, al mismo tiempo, el señor no quiere inducir al desánimo o al miedo. Y por ello agrega: cuando todo pase, cuando caigan los templos humanos, sucederán cosas terribles y habrá violentas persecuciones, entonces «verán al hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y gloria» (v. 26). Y es aquí que invita a mirar la higuera: «De la higuera aprendan la parábola: cuando ya su rama se vuelve tierna y salen las hojas, saben que el verano está cerca. Así también ustedes: cuando vean suceder estas cosas, sepan que él está cerca, está a la puerta» (vv. 28-29). Estamos entonces llamados a acoger como una planta fecunda el tiempo que vivimos, con sus cambios y desafíos, porque precisamente a través de todo ello – dice el Evangelio – el Señor se acerca. Y Mientras tanto estamos llamados a cultivar esta nuestra época, a leerla, a sembrar en ella el Evangelio, a podar las ramas secas del mal, a dar fruto. Estamos llamados a una acogida con profecía.

Acogida con profecía: se trata de aprender a reconocer los signos de la presencia de Dios en la realidad, incluso ahí donde no parece explícitamente marcada por el espíritu Cristiano y nos sale al encuentro con su carácter de desafío o de cuestionamiento. Y, al mismo tiempo, se trata de interpretar todo la luz del Evangelio sin dejarse mundanizar – ¡tengan cuidado! –, sino como anunciadores y testigos de la profecía cristiana. Tengan cuidado con el proceso de mundanización. Caer en las mundanidad quizá es lo peor que puede ocurrirle a una comunidad cristiana. Vemos que incluso en este país, donde la tradición de fe permanece bien enraizada, se asiste a la difusión del secularismo y a cuánto lo acompaña, lo que a menudo pone en riesgo el amenazar la integridad y la belleza de la familia, exponer a los jóvenes a modelos de vida marcados por el materialismo y el hedonismo, polarizar el debate sobre temáticas y desafíos nuevos. Y entonces la tentación puede ser la de hacerse rígidos, encerrarse y asumir una actitud de “combatientes”. Pero tales realidades pueden representar oportunidades para nosotros los cristianos, porque estimulan la fe y la profundización de algunos temas, invitan a preguntarnos de qué manera estos desafíos pueden entrar en diálogo con el Evangelio, a buscar caminos, instrumentos y lenguajes nuevos. En este sentido, Benedicto XVI afirmó que las distintas épocas de secularización vienen en ayuda de la Iglesia porque «han contribuido de manera esencial a su purificación y reforma interior. Las secularizaciones de hecho […] significaron cada vez una profunda liberación de la Iglesia de formas de mundanidad» (Encuentro con los católicos comprometidos en la Iglesia y la sociedad, Freiburg im Breisgau, 25 de septiembre 2011). Ante cualquier tipo de secularización hay un desafío y una invitación a purificar a la iglesia de todo tipo de mundanidad. Volvamos sobre esta palabra, que es lo peor: caer en las mundanidad es lo peor que nos puede suceder. Es un paganismo soft, es un paganismo que no te quita la paz, ¿por qué? ¿Porque es bueno? No, porque estás anestesiado.

El compromiso para entrar en diálogo con las situaciones de hoy pide a la comunidad cristiana estar presente y dar testimonio, saber escuchar las preguntas y los desafíos sin miedo o rigidez. Y eso no es fácil en la situación actual, porque no faltan incluso hacia el interior los cansancios. En particular, quisiera subrayar la sobrecarga de trabajo para los sacerdotes. Por un lado, en efecto, las exigencias de la vida parroquial y pastoral son numerosas pero, por el otro, las vocaciones disminuyen y los sacerdotes son pocos, a menudo avanzados en años y con algunos signos de cansancio. Esta es una condición común en muchas realidades europeas, con respecto a la cual es importante que todos – pastores y laicos – se sientan corresponsables: ante todo en la oración, porque las respuestas vienen del Señor y no del mundo, del tabernáculo y no de la computadora. Y después en la pasión por la pastoral vocacional, buscando las maneras para ofrecer con entusiasmo a los jóvenes la fascinación del seguimiento de Jesús también en la consagración especial.

Es hermoso todo lo que nos contó Sor Krisztina... ¡Pero ha sido una vocación difícil la suya! Porque para volverse dominica fue ayudada primero por un sacerdote franciscano, después por jesuitas con los ejercicios... Y finalmente se volvió dominica. ¡Muy bien! ¡Has hecho un hermoso camino! Es hermoso lo que ella nos contó acerca de “discutir con Jesús” sobre por qué la llamó precisamente a ella – quería que llamara a sus hermanas, no a ella –; ¡hace falta quien escuche y ayude a discutir bien con el Señor! Y, más en general, hace falta iniciar una reflexión eclesial – sinodal, para hacerse todos juntos – para actualizar la vida pastoral, sin conformarse con repetir el pasado y sin miedo de reconfigurar la parroquia en el territorio, pero poniendo como prioridad la evangelización e iniciando una activa colaboración entre sacerdotes, catequistas, agentes pastorales, profesores. Ya están en camino sobre esta vía: por favor, no se detengan. Busquen los caminos posibles para colaborar con alegría en la causa del Evangelio y llevar adelante juntos, cada quien con su propio carisma, la pastoral como anuncio, anuncio kerigmático, es decir el que mueve las conciencias. Es hermoso en tal sentido lo que dijo Dorina sobre la necesidad de llegar al prójimo a través de la narración, la comunicación, tocando la vida cotidiana. Y aquí me detengo un poco para subrayar el hermoso trabajo de los catequistas, este antiquum ministerium. Hay lugares en el mundo – pensemos en África, por ejemplo – donde la evangelización la llevan adelante los catequistas. ¡Los catequistas son columnas de la Iglesia! Gracias por lo que hacen. Y agradezco a los diáconos y a los catequistas, que tienen un papel decisivo en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones, y a cuantos, profesores y formadores, están comprometidos con generosidad en el campo educativo: ¡gracias, muchas gracias!

Permítanme además decirles que una buena pastoral es posible si somos capaces de vivir ese amor que el señor nos ordenó y que es don de su Espíritu. Si estamos distantes o divididos, si nos hacemos rígidos en las posiciones o en los grupos, no damos fruto; pensamos en nosotros mismos, en nuestras ideas y nuestras teologías. Es triste cuando nos dividimos porque, en lugar de jugar en equipo, se hace el juegos del enemigo: el diablo es el que divide, es un artista en hacer eso, es su especialidad. Y vemos a los Obispos desconectados entre ellos, a los sacerdotes en tensión con el Obispo, a esos ancianos en conflicto con los más jóvenes, a los diocesanos con los religiosos, a los presbíteros con los laicos, a los latinos con los griegos; nos polarizamos sobre cuestiones que se refieren a la vida de la Iglesia, pero también sobre aspectos políticos y sociales, atrincherándonos en posiciones ideológicas. ¡No dejen entrar a las ideologías! La vida de fe, el acto de fe no puede ser reducido a ideología: eso es del diablo. No, por favor: el primer trabajo pastoral es el testimonio de la comunión, Porque Dios es comunión y está presente donde hay caridad fraterna. ¡Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor! Sumerjámonos en el espíritu del Evangelio, pongamos nuestras raíces en la oración, especialmente en la adoración y la escucha de la Palabra de Dios, cultivemos la formación permanente, la fraternidad, la cercanía y la atención a los demás. Un gran tesoro se nos ha puesto en las manos, ¡no lo desperdiciemos siguiendo realidades secundarias con respecto al Evangelio!

Y aquí me permito decirles: tengan cuidado con las habladurías, las habladurías entre los Obispos, entre los sacerdotes, entre las hermanas, entre los laicos... Las habladurías destruyen. Parecen algo muy bonito, las habladurías, un caramelo de azúcar, es lindo hablar mal de los demás. Se cae a menudo en eso. Tengan cuidado, porque es el camino a la destrucción. Si un consagrado o un laico que vive en serio, lograra no hablar mal de otro, ese es un santo, una santa. Vayan por este camino: nada de habladurías. “Eh, Padre, es difícil, porque a veces uno se resbala: ese comentario, aquel otro...”. Hay un lindo remedio contra las habladurías: la oración, por ejemplo; pero hay otro lindo remedio: morderse la lengua. ¿Sabes? Te muerdes la lengua y nada de habladurías. ¿De acuerdo?

Y otra cosa quisiera decirle a los sacerdotes, para ofrecer al Pueblo Santo de Dios el rostro del padre y crear un espíritu de familia: busquemos no ser rígidos, sino tener miradas y enfoques misericordiosos y compasivos. Sobre esto quiero subrayar algo: cual es el estilo de Dios. El primer estilo de Dios es la actitud de cercanía. Él mismo lo dice en el Deuteronomio: “Dime, ¿qué pueblo tiene a sus dioses cerca de sí como tú me tienes cerca a mí?”. Dios, la actitud de Dios es cercanía, con compasión y ternura. Cercanía, compasión y ternura: ese es el estilo de Dios. Vayamos sobre ese estilo. Yo, ¿soy cercano a la gente, ayudo a la gente, soy compasivo o condeno a todos? ¿Soy tierno, suave? Por eso, nada de rigidez, sino cercanía, compasión y ternura. A este respecto me impactaron las palabras de Don József, que trajo a la memoria la dedicación y el ministerio de su hermano, el Beato János Brenner, bárbaramente asesinado a sus solo 26 años. ¡Cuántos testigos y confesores de la fe ha tenido este pueblo durante los totalitarismos del siglo pasado! ¡Han sufrido mucho! El Beato János vivió en su piel muchos sufrimientos y habría sido fácil para él guardar rencor, encerrarse, hacerse rígido. En cambio fue buen pastor. Eso se nos pide a todos nosotros, en particular a los sacerdotes: una mirada misericordiosa, un corazón compasivo, que perdona siempre, que perdona siempre, que perdona siempre, que ayuda a recomenzar, que acoge y no juzga y no hecha fuera, y que anima y no critica, sirve y no chismea.

Esta actitud nos entrena para la acogida, una acogida que es profecía: es decir para transmitir el consuelo del Señor en las situaciones de dolor y pobreza del mundo, estando cerca de los cristianos perseguidos, de los migrantes que buscan hospitalidad, de las personas de otras etnias, de cualquiera que se encuentre en necesidad. Tienen en tal sentido grandes ejemplos de santidad, como San Martín. Su gesto de dividir el manto con el pobre es mucho más que una obra de caridad: es la imagen de iglesia hacia la que debemos tender, es lo que la Iglesia de Hungría puede aportar como profecía en el corazón de Europa: misericordia, proximidad. Pero quisiera recordar una vez más a San Esteban, cuya reliquia está aquí junto a mí: él, que primero encomendó a la nación a la Madre de Dios, que fue intrépido evangelizador y fundador de monasterios y abadías, sabía bien también escuchar y dialogar con todos y ocuparse de los pobres: disminuyó para ellos los impuestos e iba a dar limosna disfrazándose para no ser reconocido. Esa es la Iglesia que debemos soñar: una iglesia capaz de escucha mutua, de diálogo, de atención a los más débiles; una iglesia acogedora con todos, una iglesia valiente al llevar a cada uno la profecía del Evangelio.

Hermanos y hermanas muy queridos, Cristo es nuestro futuro, porque es Él quien guía la historia, Él es el señor de la historia. De ello estaban firmemente convencidos sus Confesores de la fe: tantos Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos martirizados durante la persecución atea; ellos dan testimonio de la fe granítica de los húngaros. Y esa no es una exageración, estoy convencido: ustedes tienen una fe granítica, y agradecemos a Dios por ello. Deseo hacer memoria del Cardenal Mindszenty, quien creía en el poder de la oración, al punto de que todavía hoy, casi como como un dicho popular, aquí se repite: «Si hay un millón de húngaros en oración, no tendré miedo del futuro». Sean acogedores, sean acogedores, sean testigos de la profecía del Evangelio, pero sobre todo sean mujeres y hombres de oración, porque la historia y el futuro dependen de ello. Yo les agradezco por su fe y su fidelidad, por todo el bien que son y que hacen. Y no puedo olvidar el testimonio valiente y paciente de las Hermanas húngaras de la Sociedad de Jesús, que conocí en Argentina después de que habían dejado Hungría durante la persecución religiosa. Eran mujeres de testimonio, ¡eran muy buenas! Con el testimonio me hicieron mucho bien. Pido por ustedes, para que siguiendo el ejemplo de sus grandes testigos de fe nunca sean atrapados por el cansancio interior, que nos lleva a la mediocridad, y sigan adelante con alegría. Y les pido que sigan orando por mí.

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