APROVECHEN EL SILENCIO PARA EL ENCUENTRO, NO PARA REDES SOCIALES: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN BUDAPEST (29/04/2023)

El Papa Francisco se reunió este 29 de abril por la tarde con los jóvenes de Hungría en la Papp László Budapest Sportaréna, durante su segundo día en Budapest, y les dio la pócima secreta para “ganar en la vida” y sus consejos para no caer en la soledad del mundo virtual y salir al encuentro de los demás. El Santo Padre les recordó que “la juventud es un tiempo de grandes preguntas y grandes respuestas” y aprovechó este encuentro para invitarles a la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Lisboa, Portugal, a principios de agosto. Compartimos a continuación el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Dicsértessék a Jézus Krisztus! [¡Alabado sea Jesucristo!]

Queridos hermanos y hermanas, quisiera decirles köszönöm! [¡gracias!] Gracias por la danza, gracias por el canto, por sus testimonios valientes, y gracias a cada uno por estar aquí: ¡estoy feliz de estar con ustedes! Gracias.

Mons. Ferenc nos dijo que la juventud es tiempo de grandes preguntas y grandes respuestas. Es verdad, y es importante que haya alguien que provoque y escuche sus preguntas y que no les dé respuestas fáciles, respuestas preconcebidas, sino que les ayude a desafiar sin miedo la aventura de la vida en busca de grandes respuestas. Las respuestas preconcebidas no sirven, no hacen feliz. Así, de hecho, lo hacía Jesús. Bertalan, dijo que Jesús no es un personaje de un libro de fábulas o el superhéroe de una historieta, y es verdad: Cristo es Dios en carne y hueso, es el Dios vivo que se acerca de nosotros; es el Amigo, el mejor de los amigos, es el Hermano, el mejor de los hermanos, y es muy bueno planteando preguntas. En el Evangelio, de hecho, Él, qué es el Maestro, antes de dar respuestas, hacer preguntas. Pienso en cuando se encuentra ante aquella mujer adúltera contra la que todos apuntaban el dedo. Jesús interviene, aquellos que la acusaban se van y Él se queda solo con ella. Entonces con delicadeza le pregunta: «Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?» (Jn 8, 10). Ella responde: «¡Ninguno, Señor!» (v. 11). Y así, mientras lo dice, entiende que Dios no quiere condenar, sino perdonar. Métete esto en la cabeza: Dios no quiere condenar, sino perdonar. Dios perdona siempre. ¿Cómo se dice en húngaro “Dios perdona siempre”? [el traductor lo dice en húngaro y el Papa lo hace repetir a los jóvenes]. ¡No lo olviden! ¡Él está listo para volver a levantarnos de cada una de nuestras caídas! Con Él, por ello, nunca debemos tener miedo de caminar e ir adelante en la vida. Pensemos también en María Magdalena, que en la mañana de Pascua fue la primera en ver a Jesús resucitado – ¡y tenía una historia esa mujer!, pero fue la primera en verlo. Ella estaba en lágrimas junto a la tumba vacía y Jesús le pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» (Jn 20, 15). Y así, tocada en la carne viva, María de Magdala abre el corazón, le cuenta sus angustias, revela sus deseos y su amor: “¿Dónde está el Señor?”.

Y miremos el primer encuentro de Jesús con esos que se volverán sus discípulos. Dos de ellos, dirigidos por Juan el Bautista, lo siguen. El señor se voltea y hace una única pregunta: «¿Qué buscan?» (Jn 1, 38). También yo hago una pregunta, y cada quien responda en el corazón, en silencio. Mi pregunta es: “¿Qué buscan? ¿Qué buscan en la vida? ¿Qué buscas en tu corazón?”. En silencio, cada uno responde dentro de sí. ¿Qué busco yo? Jesús no predica mucho, no, hace camino, hace el camino junto a cada uno de nosotros; Jesús camina cerca de cada uno de nosotros. No quiere que sus discípulos sean escolares que repiten una lección, sino que sean jóvenes libres y caminen, compañeros de camino de un Dios que escucha, que escucha sus necesidades y está atento a sus sueños. Después, después de bastante tiempo, dos jóvenes discípulos se resbalan terriblemente – ¡los discípulos de Jesús se resbalaron mucho! – Y hacen a Jesús una petición equivocada, es decir el poder estar a su derecha y a su izquierda cuando él se convierta en Rey – querían treparse, estos dos. Pero es interesante ver que Jesús no les reclama por haberse atrevido, no les dice: “¡Cómo se permiten hacer esto, dejen de soñar esas cosas!”. No, Jesús no derriba sus sueños, sino que los corrige acerca del modo de realizarlos; acepta su deseo de llegar alto – eso es bueno – pero insiste en una cosa: no se llega a ser grande pasando por encima de los demás, sino abajándose hacia los demás; no a expensas de los demás, sino sirviendo a los demás (cf. Mc 10, 35-45). [Pide al traductor que repita la última frase en húngaro] ¿Entendieron? Vean, amigos, Jesús es feliz de que alcancemos grandes metas, no nos quiere perezosos y sentados en un sillón, no nos quiere callados y tímidos, nos quiere vivos, activos, protagonistas, protagonistas de la historia. Y no devalúa nunca nuestras expectativas sino que, al contrario, eleva el listón de nuestros deseos. Jesús estaría de acuerdo con un proverbio de ustedes, que espero pronunciar bien: Aki mer az nyer [El que se atreve, vence].

Ustedes pueden preguntarme: ¿qué se hace para ser vencedores en la vida? Hay dos pasos fundamentales, como en el deporte: primero, apuntar hacia lo alto; segundo, entrenarse. Apuntar hacia lo alto. Dime, ¿tienes un talento? ¡De seguro lo tienes, todos lo tenemos! No lo hagas a un lado pensando que para ser feliz basta el mínimo indispensable: un título de estudio, un trabajo para ganar, divertirse un poco... No, ¡pone en juegos lo que tienes! ¿Tienes una buena cualidad? ¡Invierte en ella, sin miedo, ve adelante! ¿Sientes en el corazón que tienes una capacidad que puede hacer bien a muchos? ¿Sientes que es hermoso amar al Señor, crear una familia numerosa, ayudar al necesitado? Sigue adelante, no pienses que son deseos irrealizables, más bien ¡invierte en las grandes metas de la vida! Eso es lo primero, apuntar hacia lo alto. Y lo segundo: entrenarse. ¿Cómo? En diálogo con Jesús, qué es el mejor entrenador posible. Él te escucha, Él motiva, Él cree en ti, ¿sabes?, ¡Jesús cree en ti!, sabe sacar lo mejor de ti. Y siempre invita a hacer equipo: nunca solos sino con los demás: eso es muy importante. Si quieres madurar y crecer en la vida, sigue adelante haciendo equipo en la comunidad, viviendo experiencias comunes. Pienso, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, y aprovechó la ocasión para invitarlos a la próxima, que será en Portugal, en Lisboa, al inicio de agosto. Hoy en cambio existe la gran tentación de conformarse con un celular y con algún amigo – ¡poca cosa, por favor! Pero, aún si eso es lo que hacen muchos, aún si fuera lo que quieres hacer, no hace bien. No puedes encerrarte en un grupito de amigos y dialogar solamente con el celular: eso es algo – permítanme la palabra – un poco estúpido.

Hay además un elemento importante para entrenarse y tú, Krisztina, nos lo recordaste diciendo que entre mil carreras, tanto frenesí y velocidad, hay algo esencial que le falta hoy a los jóvenes, y también a los adultos. Dijiste: «No nos concedemos tiempo para el en el ruido, porque tenemos miedo de la soledad y después cada día acabamos por estar cansados». Lo dijiste tú, Krisztina: gracias. Quisiera decirles: en eso no tengan miedo de ir contracorriente, de encontrar un tiempo de cada día para detenerse y orar. Hoy todo les dice que es necesario ser veloces, eficientes, prácticamente perfectos, ¡como máquinas! Pero, queridos, ¡nosotros no somos máquinas! Y después nos damos cuenta que a menudo nos terminamos la gasolina y no sabemos qué hacer. Hace mucho bien saber detenerse para llenar el tanque, para recargar las baterías. Pero cuidado: no para sumergirse en las propias melancolías o rumiar las propias tristezas, no para pensar en quién me hizo esto o aquello, haciendo teorías sobre cómo se comportan los demás; no, ¡eso no hace bien! Ese es un veneno, eso no se hace.

El terreno sobre el cual cultivar relaciones benéficas, porque permite encomendar a Jesús lo que vivimos, llevarle rostros y nombres, abandonar en Él los afanes, pasar una reseña de los amigos y decir una oración por ellos. El silencio nos da la posibilidad de leer una página del Evangelio que habla a nuestra vida, de adorar a Dios reencontrando así la paz en el corazón. El permite tomar un libro en la mano que no estás obligado a leer, pero que te ayuda a leer el alma humana, observar la naturaleza para no estar sólo en contacto con cosas hechas por los hombres y descubrir la belleza que nos rodea. Pero el silencio no es para pegarse a los celulares y las redes sociales; no, por favor: la vida es real, no virtual, no ocurre en una pantalla, ¡la vida ocurre en el mundo! ¡Por favor, no virtualicen la vida! Lo repito: no virtualicen la vida, que es concreta. ¿Entendido?

El silencio, entonces, es la puerta de la oración y la oración es la puerta del amor. Dóra, quisiera agradecerte porque hablaste de la fe como de una historia de amor – es hermoso eso, es tu experiencia –, donde cada día enfrentas las dificultades de la adolescencia, pero sabes que hay Alguien contigo, Alguien para ti, y que ese Alguien, Jesús, no tiene miedo de superar contigo cada obstáculo que encuentres. La oración ayuda a hacer esto, porque es diálogo con Jesús, así como la Misa es encuentro con Él, y la Confesión es el abrazo que se recibe de Él. Me viene a la mente su grandísimo músico Ferenc Liszt. Durante la limpieza de su piano se encontraron cuentas del Rosario que quizá, al romperse, cayeron dentro del instrumento. Es un indicio que nos hace pensar cómo, antes de una composición o una ejecución, quizá incluso después de un momento de diversión en el piano, era habitual para él orar: hablaba con el Señor, hablaba con la Virgen de lo que amaba y ponía su arte y sus talentos en la oración. ¡Orar no es aburrido! Somos nosotros los que lo hacemos aburrido. Orar es un encuentro, un encuentro con el Señor: eso es hermoso. Y cuando oren, no tengan miedo de llevarle a Jesús todo lo que pasa en su mundo interior: los afectos, los temores, los problemas, las expectativas, los recuerdos, las esperanzas, todo, incluso los pecados. Él entiende todo. La oración es diálogo de vida, la oración es vida. Bertalan, hoy no tuvo vergüenza de contarle a todos la ansiedad que a veces te paraliza y el trabajo que te cuesta acercarte a la fe. Qué hermoso cuando se tiene la valentía de lo verdadero, que no es mostrar que nunca se tiene miedo, sino abrirse y compartir las propias fragilidades con el Señor y con los demás, sin esconder, sin camuflar, sin ponerse máscaras. Gracias por tu testimonio, Bertalan, ¡gracias! El Señor, como relata en cada página el Evangelio, no hace grandes cosas con personas extraordinarias, sino con personas reales, limitadas como nosotros. En cambio, quien se basa en las propias capacidades y vive de apariencias para parecer perfecto, tiene lejos a Dios de su corazón porque se ocupa solamente de sí mismo. Jesús con sus preguntas, con su amor, con su Espíritu, nos escarba por dentro para hacer de nosotros personas reales. ¡Y hoy se necesitan mucho personas reales! Les digo algo: ¿sabes cuál es el peligro hoy? Ser una persona fingida. Por favor, nunca seas una persona fingida, siempre una persona real, ¡con la propia verdad! “Pero Padre, a mí me da vergüenza porque mi realidad no es buena, sabe, Padre, tengo mis cosas dentro...”. ¡Mira hacia adelante, hacia el Señor, ten valor! El Señor nos quiere así como somos, como somos ahora, nos quiere así. ¡Valor y adelante! No se asusten de sus miserias.

Y a este respecto, me impactó lo que dijiste tú, Tódor, a partir de tu nombre, que llevas en honor del Beato Teodoro, un gran confesor de la fe que nos llama a no vivir a medias tintas. Quisiste “hacer sonar la alarma”, diciendo que el celo por la misión está anestesiado por nuestro modo de vivir en la seguridad y la comodidad, mientras que a no muchos kilómetros de aquí la guerra y el sufrimiento están a la orden del día. Ahí está entonces la invitación: tomar en la mano la vida para ayudar al mundo a vivir en paz. Dejémonos incomodar por eso, preguntémonos, cada uno de nosotros: ¿qué hago yo por los demás, qué hago por la sociedad, qué hago por la Iglesia, qué hago por mis enemigos? ¿Vivo pensando en mí bien o me la juegos por alguien, sin calcular mis intereses? Por favor, interroguemos sobre nuestra gratuidad, sobre nuestra capacidad de amar, amar como Jesús, es decir amar y servir.

Queridos amigos, hay una última cosa que quisiera compartir con ustedes, una página del Evangelio que resume lo que hemos dicho. Hace un año y medio estaba aquí para el Congreso Eucarístico; en el Evangelio de Juan, en el capítulo 6, hay una hermosa página eucarística que tiene en el centro a un joven. Habla de un joven que estaba en la multitud para escuchar a Jesús. Probablemente sabía que el encuentro sería largo y había sido previsor: había traído consigo el almuerzo – ¿ustedes trajeron un sándwich? Pero Jesús siente compasión por la multitud – eran más de 5,000 – y quiere quitarles el hambre; entonces, a su estilo, hace preguntas a los discípulos para desbloquear sus energías. Pregunta a 1 de ellos cómo hacerlo y le llega una respuesta “de contador”: «Doscientos denarios de pan no serían suficientes ni siquiera para que cada uno pudiera recibir un pedazo» (Jn 6, 7). Como diciendo: matemáticamente imposible. Otro, Mientras tanto, de a aquel muchacho y hace una constatación, pero una vez más pesimista: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es eso para tanta gente?» (v. 9). En cambio a Jesús esos cinco panes y dos peces le bastan, le bastan y sobran para realizar el famoso milagro de la multiplicación de los panes. Cada uno de nosotros, las pequeñas cosas que tenemos, incluso nuestros pecados, a Jesús le bastan. ¿Y nosotros qué debemos hacer? Dejarlas en las manos de Jesús: eso es todo, con eso basta.

Sin embargo el Evangelio no cuenta un detalle, que deja a nuestra imaginación: ¿cómo habrán hecho los discípulos para convencer a ese joven para dar todo lo que tenía? Quizá le habrán pedido poner a disposición su almuerzo y él habrá mirado a su alrededor, mirando a miles de personas. Y quizá, como ellos, habrá respondido diciendo: “No es suficiente, ¿por qué me piden a mí y no se ocupan de ello ustedes, que son los discípulos de Jesús? ¿Quién soy yo?”. Entonces, quizá, le habrán dicho que es Jesús mismo quien se lo pide. Y él hace una cosa extraordinaria: confía. Ese muchacho, que tenía el almuerzo para sí mismo, confía, da todo, no se queda nada para sí mismo. Había venido para recibir de Jesús y se encuentra dándole a Jesús. Pero así ocurre el milagro. Nace de compartir: la multiplicación obrada por Jesús comienza con el compartir de aquel joven con Él y para los demás. Lo poco de aquel muchacho en las manos de Jesús se convierte en mucho. He ahí a dónde lleva la fe: ¡a la libertad de dar, al entusiasmo del don, a vencer los miedos, a jugársela! Amigos, ¡cada uno de ustedes es valioso para Jesús, y también para mí! Acuérdate que nadie puede tomar tu lugar en la historia del mundo, en la historia de la Iglesia, nadie puede tomar tu lugar, nadie puede hacer lo que sólo tú puedes hacer. Ayudémonos entonces a creer que somos amados y valiosos, que somos hechos para cosas grandes. ¡Oremos por ello y animémonos en esto! Y acuérdense también de hacerme el bien con su oración. Köszönöm! [Gracias].

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