CATEQUESIS DEL PAPA: EL MONACATO, FUERZA INVISIBLE QUE SOSTIENE A LA IGLESIA Y SU MISIÓN (26/04/2023)

Con su oración ayudan al anuncio del Evangelio y, renunciando “a sí mismos y al mundo para imitar a Jesús en el camino de la pobreza, la castidad, la obediencia y para interceder a favor de todos”, ellos también dan testimonio del celo apostólico. Son los que eligen el monacato. El Papa Francisco, en su catequesis de la Audiencia General de este 26 de abril, explica que su testimonio, como el de San Pablo y los mártires, descritos en semanas anteriores, “atraviesa la historia de la fe”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Testigos: el monacato y la fuerza de la intercesión. Gregorio de Narek

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos las catequesis sobre los testigos del celo apostólico. Empezamos por San Pablo y la vez pasada miramos a los mártires, que anuncian a Jesús con la vida, hasta entregarla por Él y por el Evangelio. Pero hay otro gran testimonio que atraviesa la historia de la fe: el de las monjas y los monjes, hermanas y hermanos que renuncian a sí mismos, renuncian al mundo para imitar a Jesús en el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia y para interceder en favor de todos. Sus vidas hablan por sí mismas, pero nosotros podríamos preguntarnos: ¿cómo puede la gente que vive en un monasterio ayudar al anuncio del Evangelio? ¿No sería mejor que emplearan sus energías en la misión? ¿Saliendo del monasterio y predicando el Evangelio fuera del monasterio? En realidad, los monjes son el corazón palpitante del anuncio, su oración es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo, su oración es la fuerza invisible que sostiene la misión. No es casualidad que la patrona de las misiones sea una monja, Santa Teresa del Niño Jesús. Escuchemos cómo descubrió su vocación, escribió esto: «Comprendí que la Iglesia tiene un corazón, un corazón consumido por el amor. Entendí que sólo el amor impulsa a la acción a los miembros de la Iglesia; que, si se apaga este amor, los apóstoles ya no habrían anunciado el Evangelio, los mártires no habrían podido derramar su sangre. Comprendí y supe que el amor abraza en sí mismo a todas las vocaciones […]. Entonces con suma alegría y éxtasis, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! […] En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor» (Manuscrito autobiográfico “B”, 8 de septiembre de 1896). Los contemplativos, los monjes, las monjas: gente que ora, trabaja, ora en silencio, por toda la Iglesia. Y esto es el amor: es el amor que se expresa orando por la Iglesia, trabajando por la Iglesia, en los monasterios.

Este amor por todos anima la vida de los monjes y se traduce en su oración de intercesión. Al respecto quisiera traerles como ejemplo a San Gregorio de Narek, Doctor de la Iglesia. Es un monje armenio, que vivió alrededor del año 1000, que nos dejó un libro de oraciones, en el cual se ha derramado la fe del pueblo armenio, el primero en abrazar el cristianismo; un pueblo que, aferrado a la cruz de Cristo, ha sufrido mucho a lo largo de la historia. Y San Gregorio pasó en el monasterio de Narek casi toda la vida. Allí aprendió a escrutar las profundidades del alma humana y, fundiendo poesía y oración, marcó la cima tanto de la literatura como de la espiritualidad armenia. El aspecto que más conmueve en él es precisamente la solidaridad universal de la que es intérprete. Y entre los monjes y las monjas hay una solidaridad universal: cualquier cosa que sucede en el mundo, encuentra lugar en su corazón y oran. El corazón de los monjes y las monjas es un corazón que capta como una antena, capta lo que sucede en el mundo y pide e intercede por esto. Y así viven en unión con el Señor y con todos. Y San Gregorio de Narek escribe: «Yo cargué voluntariamente todas las culpas, desde las del primer padre hasta las del último de sus descendientes» (Libro de las Lamentaciones, 72). Y como hizo Jesús, los monjes toman sobre ellos los problemas del mundo, las dificultades, las enfermedades, tantas cosas y piden por los demás. Y estos son los grandes evangelizadores. ¿Cómo es que los monasterios viven encerrados y evangelizan? Porque con la palabra, el ejemplo, la intercesión y el trabajo cotidiano, los monjes son un puente de intercesión por todas las personas y por los pecados. Ellos lloran también con las lágrimas, lloran por sus pecados —todos somos pecadores— y también lloran por los pecados del mundo, y piden e interceden con las manos y el corazón en alto. Pensemos un poco en esta — me permito la palabra— “reserva” que nosotros tenemos en la Iglesia: son la verdadera fuerza, la verdadera fuerza que lleva adelante al pueblo de Dios y de aquí viene la costumbre de que la gente — el pueblo de Dios — cuando encuentra a un consagrado, una consagrada, dice: “Pide por mí, pide por mí”, porque sabe que hay una oración de intercesión. Nos hará bien — en la medida de nuestras posibilidades — visitar algún monasterio, porque ahí se ora y se trabaja. Cada uno tiene su propia regla, pero ahí las manos siempre están ocupadas: ocupadas con el trabajo, ocupadas con la oración. Que el Señor nos dé nuevos monasterios, nos dé monjes y monjas que lleven adelante la Iglesia con su intercesión. Gracias.

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