PARA TENER ESPERANZA HAY QUE ALIMENTAR LA MEMORIA, ¡RECUERDA Y CAMINA!: HOMILÍA DEL PAPA EN LA VIGILIA PASCUAL (08/04/2023)

El Papa Francisco recordó en su homilía durante la Vigilia Pascual de este Sábado Santo, que la Pascua del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús. Es decir, nos pide que revivamos ese momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor, sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida. Compartimos a continuación el texto de su homilía, traducido del italiano:

La noche está por terminar y se encienden las primeras luces del alba, cuando las  mujeres se ponen en camino hacia la tumba de Jesús. Avanzan con incertidumbre, desorientadas, con el corazón lacerado por el dolor por esa muerte que les ha quitado al Amado. Pero, llegando a aquel lugar y viendo la tumba vacía, invierten la ruta, cambian de camino; abandonan el sepulcro y corren a anunciar a los discípulos un recorrido nuevo: Jesús ha resucitado y los espera en Galilea. En la vida de estas mujeres ha ocurrido la Pascua, que significa paso: ellas, de hecho, pasan del triste camino hacia el sepulcro a la alegre carrera hacia los discípulos, para decirles no sólo que el Señor ha resucitado, sino que hay una meta que deben alcanzar de inmediato, Galilea. La cita con el Resucitado es allí. El nuevo nacimiento de los discípulos, la resurrección de sus corazones pasa por Galilea. Entremos también nosotros en este camino de los discípulos que va del sepulcro a Galilea.

Las mujeres, dice el Evangelio, «fueron a visitar la tumba» (Mt 28, 1). Piensan que Jesús se  encuentra en el lugar de la muerte y que todo ha terminado para siempre. A veces nos pasa también a nosotros el pensar que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el presente conocemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones, de nuestras amarguras. de nuestra desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”, “las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día” porque “no hay certeza del mañana”. También nosotros, si hemos sido atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado; amargados por algún fracaso o perseguidos por alguna preocupación, hemos experimentado el sabor amargo del cansancio y hemos visto apagarse la alegría en el corazón.

A veces simplemente hemos advertido la fatiga de llevar adelante la cotidianidad, cansados de arriesgarnos en primera persona frente al muro de indiferencia de un mundo donde parece que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte. Otras veces, nos hemos sentido impotentes y desanimados ante el poder del mal, ante los conflictos que laceran las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción – hay tanta –, ante la propagación de la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra. E, incluso, quizá nos hemos encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las desgracias, y fácilmente hemos quedado atrapados por la desilusión y se ha secado en nosotros la fuente de la esperanza. Así, por estas u otras situaciones – cada uno conoce las propias –, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes repitiéndonos nuestros “por qué”. Esa cadena de “por qué”

En cambio, las mujeres en Pascua no se quedan paralizadas frente a una tumba sino que, dice el Evangelio, «abandonando con prisa el sepulcro con temor y gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos” (v. 8). Llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v. 6). Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allá lo verán (cf. v. 7). Pero, hermanos y hermanas, nos preguntamos hoy, ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por los gentiles (cf. Mt 4, 15), salir de lo oculto para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro. Y por otra parte – y esto es muy hermoso –, significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos. Por tanto, ir a Galilea es volver a la gracia original, es adquirir de nuevo la memoria que regenera la esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el Resucitado.

Esto es lo que hace la Pascua del Señor: nos impulsa a ir hacia adelante, a salir del sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar con confianza el futuro, porque Cristo ha resucitado y ha cambiado la dirección de la historia; pero, para hacer esto, la Pascua del Señor nos lleva de nuevo a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí donde inició nuestra historia de amor con Jesús, donde fue la primera llamada. Nos pide, entonces, que revivamos ese momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor, sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida. Hermanos y hermanas, para resurgir, para recomenzar, para retomar el camino, siempre necesitamos volver a Galilea; es decir volver a ir no con un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, a la memoria concreta y palpitante del primer encuentro con Él. Sí, para caminar debemos recordar; para tener esperanza debemos alimentar la memoria. Esta es la invitación: ¡recuerda y camina! Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina. Recuerda y camina.

Recuerda tu Galilea y camina hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en  persona; donde para ti Él dejó de ser un personaje histórico como otros, sino que se convirtió en la persona de la vida: no un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce más que nadie y te ama más que cualquier otro. Hermano, hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea: de tu llamada, de esa Palabra de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia fuerte en el Espíritu; de la más grande alegría del perdón experimentada después de aquella confesión, de ese momento intenso e inolvidable de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó  tu vida; de ese encuentro, de esa peregrinación… Cada uno sabe dónde está la propia Galilea, cada uno de nosotros conoce el lugar de su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, ese que cambió las cosas. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver allí para celebrar la Pascua. Recuerda tu Galilea, haz  memoria de ella, reavívala hoy. Vuelve a ese primer encuentro. Pregúntate cómo y cuándo fue; reconstruye el contexto, el tiempo y el lugar; vuelve a experimentar las emociones y las sensaciones; revive los colores y los sabores. Porque ¿sabes?, es cuando has olvidado ese primer amor, es cuando has pasado por alto ese primer encuentro que ha comenzado a depositarse el polvo en tu corazón. Y has experimentado la tristeza y, como para los discípulos, todo ha parecido sin perspectiva, con una piedra sellando la esperanza. Pero hoy, hermano, hermana, la fuerza de la Pascua invita a quitar las lápidas de la desilusión y la desconfianza; el Señor, experto en remover las piedras del sepulcro del pecado y del miedo, quiere iluminar tu memoria santa, tu recuerdo más hermoso, hacer actual ese primer encuentro con Él. Recuerda y camina; regresa a Él, ¡recupera la gracia de la resurrección de Dios en ti! Vuelve a Galilea, vuelve a tu Galilea.

Hermanos, hermanas, sigamos a Jesús a Galilea; encontrémoslo y adorémoslo allí donde Él espera a cada uno de nosotros. Revivamos la belleza de cuando, después de haberlo descubierto vivo, lo hemos proclamamos Señor de nuestra vida. Volvamos a Galilea, a la Galilea del primer amor: ¡que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, y resurjamos a una vida nueva!

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