PIDAMOS LA GRACIA DE AMAR SUPERANDO MIEDOS Y PREJUICIOS: ÁNGELUS DEL 14/02/2021

Este 14 de febrero, VI domingo del Tiempo Ordinario, el Papa Francisco presidió la oración mariana del Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano ante la presencia de fieles, ya que a causa de la pandemia del COVID-19, el Santo Padre ha celebrado, en las últimas semanas, su cita dominical desde la biblioteca del Palacio apostólico. Reflexionando sobre el Evangelio de este día (Mc 1, 40-45) que relata el momento en el que Jesús cura a un hombre enfermo de lepra, el Papa señaló que en este episodio podemos ver que se encuentran dos “transgresiones”: el leproso que se acerca a Jesús y Jesús que, movido por la compasión, lo toca para curarlo. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

¡Es bella la plaza con el sol! ¡Es bella!

El Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) nos presenta el encuentro entre Jesús y un hombre enfermo de lepra. Los leprosos eran considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer fuera de los lugares habitados. Eran excluidos de toda relación humana, social y religiosa: por ejemplo, no podían entrar en la sinagoga, no podían entrar en el Templo, también religiosamente. Jesús, en cambio, deja que se le acerque aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca. Esto era impensable en aquel tiempo. Así, realiza la Buena Noticia que anuncia: Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, tiene compasión de la suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impide vivir la relación con Él, con los demás y con nosotros mismos. Se hizo cercano… Cercanía. Recuerden bien esta palabra, cercanía. Compasión: el Evangelio dice que Jesús al ver al leproso, tuvo compasión. Y ternura. Tres palabras que indican el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura. En este episodio podemos ver a dos “transgresiones” que se encuentran: la transgresión del leproso que se acerca a Jesús – y no podía hacerlo –, y Jesús que, movido por la compasión, lo toca con ternura para curarlo – y no podía hacerlo. Ambos son transgresores. Son dos transgresiones.

La primera transgresión es aquella del leproso: a pesar de las prescripciones de la Ley, sale del aislamiento y viene hacia Jesús. Su enfermedad era considerada un castigo divino, pero, en Jesús, él pudo ver otro rostro de Dios: no el Dios que castiga, sino el Padre de la compasión y del amor, que nos libera del pecado y que nunca nos excluye de su misericordia. Así aquel hombre pudo salir de su aislamiento, porque en Jesús encuentra a Dios que comparte su dolor. La actitud de Jesús lo atrae, lo empuja a salir de sí mismo y a confiarle a Él su historia dolorosa.

Y permítanme aquí un pensamiento para tantos buenos sacerdotes confesores que tienen esta actitud: de atraer a la gente, tanta gente que se siente nada, se siente “en el suelo” por sus pecados… Pero con ternura, con compasión… Buenos aquellos confesores que no están con el látigo en la mano, sino solamente para recibir, escuchar, y decir que Dios es bueno y que Dios perdona siempre, que Dios no se cansa de perdonar. Para estos confesores misericordiosos pido hoy, a todos ustedes, darles un aplauso, aquí, en la plaza, todos.

La segunda transgresión es la de Jesús: mientras la Ley prohibía tocar a los leprosos, Él se conmueve, extiende la mano y lo toca para curarlo. Alguno podría decir: ha pecado, ha hecho aquello que la Ley prohíbe, es un transgresor. Es verdad, es un transgresor. No se limita a las palabras, sino que lo toca. Y tocar con amor significa establecer una relación, entrar en comunión, implicarse en la vida del otro hasta el punto de compartir incluso sus heridas. Con este gesto Jesús muestra que Dios que no es indiferente, no se mantiene a una “distancia segura”; es más, se acerca con compasión y toca nuestra vida para sanarla con ternura. Es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. La transgresión de Dios; es un gran transgresor en este sentido.

Hermanos y hermanas, aún hoy en el mundo muchos de nuestros hermanos sufren por esta enfermedad, del mal de Hansen, o por otras enfermedades y condiciones a las que, lamentablemente, se asocia un prejuicio social. “¡Este es un pecador!”. Piensen en aquel momento (cf. Lc 7, 36-50) en que entró en el banquete aquella mujer y derramó sobre los pies de Jesús el perfume. Los demás decían: “Pero si este fuera profeta sería consciente, sabría quién es esta mujer: una pecadora”. El desprecio. En cambio Jesús recibe, es más, agradece: “Te son perdonados tus pecados”. La ternura de Jesús. Y el prejuicio social de alejar a la gente con la palabra: “Este es un impuro, este es un pecador, este es un estafador, este…”. Sí, a veces es verdad, pero no prejuzgar. A cada uno de nosotros nos puede ocurrir experimentar heridas, fracasos, sufrimientos, egoísmos que nos cierran a Dios y a los demás, porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, por vergüenza, por humillación, pero Dios quiere abrir el corazón. Frente a todo esto, Jesús nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino que Dios es Aquel que se “contamina” con nuestra humanidad herida y que no tiene miedo de entrar en contacto con nuestras heridas. “Pero Padre, ¿qué está diciendo? ¿Que Dios se contamina?”. No lo digo yo, lo ha dicho San Pablo: “se ha hecho pecado” (2 Cor 5, 21). Él que no es pecador, que no puede pecar, se ha hecho pecado. Mira cómo se ha contaminado Dios para acercarse a nosotros, para tener compasión y para hacer comprender su ternura. Cercanía, compasión y ternura.

Para respetar las reglas de la buena reputación y las costumbres sociales, a menudo silenciamos el dolor o usamos máscaras para camuflarlo. Para hacer cuadrar los cálculos de nuestros egoísmos o las leyes internas de nuestros miedos, no nos involucramos demasiado en los sufrimientos de los demás. Pidamos en cambio al Señor la gracia de vivir estas dos “transgresiones” del Evangelio de hoy. La del leproso, para que tengamos la valentía de salir de nuestro aislamiento y, en lugar de quedarnos allí a conmiserarnos o a llorar por nuestros fracasos, las lamentaciones, y en lugar de esto vayamos con Jesús tal como somos: “Señor, yo soy así”. Sentiremos aquel abrazo, aquel abrazo de Jesús tan hermoso. Y luego la transgresión de Jesús: un amor que hace ir más allá de las convenciones, que hace superar los prejuicios y el miedo a mezclarnos con la vida del otro. Aprendamos a ser “transgresores” como estos dos: como el leproso y como Jesús.

Que nos acompañe en este camino la Virgen María, a la que ahora invocamos en la oración del Ángelus.

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