CON EL DIABLO JAMÁS SE DIALOGA: ÁNGELUS DEL 21/02/2021

Este 21 de febrero al mediodía, el Papa Francisco se asomó desde el balcón del Palacio Apostólico para reflexionar sobre el Evangelio del día según Marcos, que relata el retiro de Jesús al desierto durante 40 días, donde fue tentado por Satanás, y con el que da comienzo la Cuaresma. El Papa Francisco recordó que el evangelista subraya que el Espíritu empuja a Jesús al desierto: “El Espíritu Santo, que descendió sobre Él inmediatamente después de el bautismo recibido de Juan en el Río Jordán, el mismo Espíritu ahora le empuja a ir al desierto, para enfrentar al Tentador, para luchar contra el diablo”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasado miércoles, con el rito penitencial de las cenizas, iniciamos el camino de la Cuaresma. Hoy, primer domingo de este tiempo litúrgico, la Palabra de Dios nos indica el camino para vivir fructuosamente los cuarenta días que conducen a la celebración anual de la Pascua. Es el camino recorrido por Jesús, que el Evangelio, en el estilo esencial de Marcos, resume diciendo que Él, antes de comenzar su predicación, se retiró durante cuarenta días al desierto, donde fue tentado por Satanás (cf. 1, 12-15). El evangelista subraya que «el Espíritu empuja a Jesús al desierto» (v. 12). El Espíritu Santo, que descendió sobre Él inmediatamente después del bautismo recibido de Juan en el Río Jordán, el mismo Espíritu ahora le empuja a ir al desierto, para enfrentar al Tentador, para luchar contra el diablo. Toda la existencia de Jesús es puesta bajo el signo del Espíritu de Dios, que lo anima, lo inspira, lo guía.

Pero pensemos en el desierto. Detengámonos un momento en este ambiente, natural y simbólico, tan importante en la Biblia. El desierto es el lugar donde Dios habla al corazón del hombre, y donde brota la respuesta de la oración, o sea el desierto de la soledad, el corazón sin apego a otras cosas y solo, en esa soledad, se abre a la Palabra de Dios. Pero es también el lugar de la prueba y la tentación, donde el Tentador, aprovechando la fragilidad y las necesidades humanas, insinúa su voz mentirosa, alternativa a la de Dios, una voz alternativa que te hace ver otro camino, otro camino de engaño. El Tentador seduce. De hecho, durante los cuarenta días vividos por Jesús en el desierto, comienza el “duelo” entre Jesús y el diablo, que concluirá con la Pasión y la Cruz. Todo el ministerio de Cristo es una lucha contra el Maligno en sus múltiples manifestaciones: curaciones de enfermedades, exorcismos de los endemoniados, perdón de los pecados. Después de la primera fase en la que Jesús demuestra que habla y actúa con el poder de Dios, parece que el diablo prevalece cuando el Hijo de Dios es rechazado, abandonado y, finalmente, capturado y condenado a muerte. Parece que el vencedor es el diablo. En realidad, la muerte era el último “desierto” a atravesar para derrotar definitivamente a Satanás y liberarnos a todos de su poder. Y así Jesús triunfó en el desierto de la muerte para triunfar en la Resurrección.

Cada año, al comienzo de la Cuaresma, este Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto nos recuerda que la vida del cristiano, tras las huellas del Señor, es un combate contra el espíritu del mal. Nos muestra que Jesús se enfrentó voluntariamente al Tentador y lo venció; y al mismo tiempo nos recuerda que al diablo se le concede la posibilidad de actuar también sobre nosotros con las tentaciones. Debemos ser conscientes de la presencia de este enemigo astuto, interesado en nuestra condena eterna, en nuestro fracaso, y prepararnos para defendernos de él y combatirlo. La gracia de Dios nos asegura, con la fe, la oración y la penitencia, la victoria sobre el enemigo. Pero me gustaría subrayar una cosa: en las tentaciones Jesús nunca dialoga con el diablo, nunca. En su vida Jesús nunca tuvo un diálogo con el diablo, jamás. O lo expulsa de los endemoniados o lo condena o hace ver su malicia, pero nunca un diálogo. Y en el desierto parece que haya un diálogo porque el diablo le hace tres propuestas y Jesús responde. Pero Jesús no responde con sus palabras; responde con la Palabra de Dios, con tres pasajes de la Escritura. Y esto debemos hacer también todos nosotros. Cuando se acerca el seductor, comienza a seducirnos: “Pero piensa esto, haz aquello...”. La tentación es la de dialogar con él, como hizo Eva; y si nosotros entramos en diálogo con el diablo seremos derrotados. Métanse esto en la cabeza y en el corazón: con el diablo nunca se dialoga, no hay diálogo posible. Sólo la Palabra de Dios.

En el tiempo de Cuaresma, el Espíritu Santo nos empuja también a nosotros, como a Jesús, a entrar en el desierto. No se trata — como hemos visto — de un lugar físico, sino de una dimensión existencial en la cual hacer silencio, ponernos a la escucha de la palabra de Dios, «para que se cumpla en nosotros la verdadera conversión» (Oración colecta 1er Domingo de Cuaresma B). No tengan miedo del desierto, busquen más momentos de oración, de silencio, para entrar en nosotros mismos. No tengan miedo. Estamos llamados a caminar por las sendas de Dios, renovando las promesas de nuestro Bautismo: renunciar a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones. El enemigo está ahí oculto, tengan cuidado. Pero no dialoguen nunca con él. Nos encomendamos a la intercesión maternal de la Virgen María.

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