CATEQUESIS DEL PAPA: IMPREGNAR DE ORACIÓN LAS HUMILDES SITUACIONES COTIDIANAS (10/02/2021)

Es la carta a los Colosenses del Apóstol Pablo la que introduce este 10 de febrero la catequesis del Papa Francisco, que reflexiona sobre la oración en la vida cotidiana. El Santo Padre, desde la Biblioteca del Palacio Apostólico, presidió la Audiencia General, recordando que en la catequesis de la semana pasada vimos “cómo la oración cristiana está ‘anclada’ a la Liturgia”. “Hoy – explicó el Papa – destacaremos cómo desde la Liturgia esta vuelve siempre a la vida cotidiana: por las calles, en las oficinas, en los medios de transporte…”, donde “continúa el diálogo con Dios”, pues “quien ora es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde sea que esté”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis anterior vimos cómo la oración cristiana está “anclada” a la Liturgia. Hoy sacaremos a la luz cómo desde la Liturgia ésta vuelve siempre a la vida cotidiana: por las calles, en las oficinas, en los medios de transporte… Y ahí continúa el diálogo con Dios: quien ora es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a la persona amada, donde quiera que se encuentre.

En efecto, todo es asumido en este diálogo con Dios: toda alegría se convierte en motivo de alabanza, toda prueba es ocasión para una petición de ayuda. La oración está siempre viva en la vida, como una brasa de fuego, incluso cuando la boca no habla, pero el corazón habla. Todo pensamiento, incluso si es aparentemente “profano”, puede ser permeado por la oración. También en la inteligencia humana hay un aspecto orante; ella de hecho es una ventana asomada al misterio: aclara los pocos pasos que están delante de nosotros y después se abre a la realidad toda entera, esta realidad que la precede y la supera. Este misterio no tiene un rostro inquietante o angustiante, no: el conocimiento de Cristo nos hace confiados de que allí donde nuestros ojos y los ojos de nuestra mente no pueden ver, no está la nada, sino que hay alguien que nos espera, hay una gracia infinita. Y así la oración cristiana infunde en el corazón humano una esperanza invencible: cualquier experiencia que toque nuestro camino, el amor de Dios puede convertirla en bien.

Al respecto, el Catecismo dice: «Aprendemos a orar en momentos particulares, cuando escuchamos la Palabra del Señor y participamos en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, que se nos ofrece su Espíritu para que haga surgir la oración. […] El tiempo está en las manos del Padre; es en el presente que lo encontramos, ni ayer ni mañana, sino hoy» (n. 2659). Hoy encuentro a Dios, siempre está el hoy del encuentro.

No existe otro maravilloso día que el hoy que estamos viviendo. La gente que vive siempre pensando en el futuro: “Pero, el futuro será mejor…”, pero no toma el hoy como viene: es gente que vive en la fantasía, no sabe tomar lo concreto de la realidad. Y el hoy es real, el hoy es concreto. Y la oración sucede en el hoy. Jesús viene al encuentro hoy, este hoy que estamos viviendo. Y es la oración que transforma este hoy en gracia, o mejor, que nos transforma: aplaca la ira, sostiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar. En algún momento nos parecerá que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que la gracia vive y obra en nosotros mediante la oración. Y cuando nos viene un pensamiento de rabia, de descontento, que nos lleva hacia la amargura. Detengámonos y digamos al Señor: “¿Dónde estás? ¿Y dónde estoy yendo yo?”. Y el Señor está ahí, el Señor nos dará la palabra justa, el consejo para ir adelante sin este jugo amargo de lo negativo. Porque siempre la oración, usando una palabra profana, es positiva. Siempre. Te lleva adelante. Cada día que empieza, si es acogido en la oración, va acompañado de valentía, de forma que los problemas a afrontar no sean ya estorbos a nuestra felicidad, sino llamados de Dios, ocasiones para nuestro encuentro con Él. Y cuando uno es acompañado por el Señor, se siente más valiente, más libre, y también más feliz.

Oremos entonces siempre por todo y por todos, también por los enemigos. Jesús nos ha aconsejado esto: “Oren por los enemigos”. Oremos por nuestros seres queridos, pero también por aquellos que no conocemos; oremos incluso por nuestros enemigos, como he dicho, como a menudo nos invita a hacer la Escritura. La oración dispone a un amor sobreabundante. Oremos sobre todo por las personas infelices, por aquellos que lloran en la soledad y desesperan porque haya todavía un amor que late por ellos. La oración realiza milagros; y los pobres entonces intuyen, por gracia de Dios, que, también en esa situación suya de precariedad, la oración de un cristiano ha hecho presente la compasión de Jesús: Él de hecho miraba con gran ternura a la multitud cansada y perdida como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 34). El Señor es – no lo olvidemos – el Señor de la compasión, de la cercanía, de la ternura: tres palabras para no olvidar nunca. Porque es el estilo del Señor: compasión, cercanía, ternura.

La oración nos ayuda a amar a los demás, no obstante sus errores y sus pecados. La persona es siempre más importante que sus acciones, y Jesús no ha juzgado al mundo, sino que lo ha salvado. Es una fea vida la de las personas que siempre juzgan a los demás, siempre están condenando, juzgando: es una vida fea, infeliz. Jesús ha venido a salvarnos: abre tu corazón, perdona, justifica a los demás, entiende, también tú sé cercano a los demás, ten compasión, ten ternura como Jesús. Es necesario querer a todos y cada uno recordando, en la oración, que todos somos pecadores y al mismo tiempo amados por Dios uno a uno. Amando así a este mundo, amándolo con ternura, descubriremos que cada día y cada cosa lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.

Escribe el Catecismo: «Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los siervos de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es bueno y justo orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en el camino de la historia, pero también es importante “impregnar” con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino» (n. 2660).

El hombre — la persona humana, el hombre y la mujer — es como un soplo, como la hierba (cf. Sal 144, 4; 103, 15). El filósofo Pascal escribía: «No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo».[1] Somos seres frágiles, pero sabemos orar: esta es nuestra dignidad más grande, también es nuestra fortaleza. Valentía. Orar en cada momento, en cada situación, porque el Señor está cerca de nosotros. Y cuando una oración es según el corazón de Jesús, obtiene milagros.


[1] Pensamientos, 186.

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