NUNCA SE CANSEN DE CONSTRUIR EL ARSENAL DE LA PAZ CON LOS JÓVENES: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DEL SERVICIO MISIONERO JUVENIL (07/01/2023)

El SERMIG es “una especie de gran árbol que creció a partir de una semilla pequeña”: así definió el Papa Francisco al Servicio Misionero Juvenil (SERMIG, por sus siglas en italiano) al reunirse la mañana de este 7 de enero con unos 300 de sus miembros en la Sala Clementina, impulsándoles a continuar la obra de la paz, en un momento de la historia en que “los señores de la guerra obligan a muchos jóvenes a combatir a sus hermanos y hermanas”. De esta asociación fundada en Turín en 1964, el Pontífice subrayó la actualidad del mensaje vinculado al Arsenal de la Paz, donde los jóvenes pueden experimentar la fraternidad, el diálogo y la acogida que tanto necesita el mundo de hoy. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Gracias, querido Ernesto, por tu saludo. Y gracias a todos ustedes por haber venido. Un saludo también a los miembros del SERMIG que no han podido venir y participan a distancia.

Hoy tenemos la ocasión de agradecer juntos al Señor por el SERMIG, que es una especie de gran árbol que creció a partir de una pequeña semilla. Así son las realidades del Reino de Dios. La pequeña semilla el Señor la sembró en Turín al inicio de los años sesenta. Un tiempo muy fecundo, basta pensar en el pontificado de San Juan XXIII y en el Concilio Vaticano II. En esos años germinaron en la Iglesia distintas experiencias de servicio y vida comunitaria, a partir del Evangelio. Y allí donde ha habido una continuidad, gracias a algunas vocaciones que recibieron respuestas generosas y fieles, estas experiencias se han estructurado y han crecido buscando corresponder a los signos de los tiempos. El SERMIG, Servicio Misionero Juvenil, es una de ellas. Nació en Torino de un grupo de jóvenes; pero sería mejor decir: de un grupo de jóvenes junto con el Señor Jesús. De lo demás, Él lo dice claramente a sus discípulos: «Sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15, 5). De los frutos se ve claramente que en el SERMIG no se ha hecho mero activismo, sino que se ha dejado espacio a Él: a Él a quien se ora, a Él adorado, a Él reconocido en los pequeños y los pobres, a Él acogido en los marginados. Siempre Él, mirándolo a Él.

En la historia del SERMIG hay muchos acontecimientos, muchos gestos que se pueden leer como pequeños y grandes signos de Evangelio vivo. Pero entre todos ellos hay uno que, en este momento histórico, resalta con una fuerza extraordinaria. Me refiero a la transformación del Arsenal Militar de Turín en el “Arsenal de la Paz”. Este es un hecho que habla por sí solo. Es un mensaje, desafortunadamente dramáticamente actual, que debe repetirse continuamente.

También aquí, debemos tener cuidado de no “salirse del camino”. El Arsenal de la Paz – como las demás obras del SERMIG, y en general todas las obras de las comunidades cristianas – es un signo del Evangelio no tanto por los números que cuantifican la operación. No hay que detenerse en eso. El Arsenal de la Paz es fruto del sueño de Dios, podríamos decir del poder de la Palabra de Dios. Ese poder que sentimos cuando escuchamos la profecía de Isaías: «romperán sus espadas y las convertirán en arados, / de sus lanzas harán azadones; / una nación no levantará más la espada / contra otra nación, / no aprenderán más el arte de la guerra» (2, 4). Ese es el sueño de Dios que el Espíritu Santo hace avanzar en la historia a través de su pueblo fiel. Así ha sido también para ustedes: a través de la fe y la buena voluntad de Ernesto, de su mujer y del primer grupo del SERMIG se ha vuelto el sueño de muchos jóvenes. Un sueño que ha movido brazos y piernas, ha animado los proyectos, las acciones y se ha concretado en la conversión de un arsenal de armas en un arsenal de paz.

¿Y qué se “fabrica” en el Arsenal de la Paz? ¿Qué se construye? Se fabrican artesanalmente las armas de la paz, que son el encuentro, el diálogo, la acogida. ¿Y de qué forma se fabrican? A través de la experiencia: en el Arsenal los jóvenes pueden aprender de manera concreta a encontrar, a dialogar, acoger. Este es el camino, porque el mundo cambia en la medida en que nosotros cambiamos. Mientras los señores de la guerra obligan a muchos jóvenes a combatir a sus hermanos y hermanas, se necesitan lugares en que pueda experimentarse la fraternidad. He ahí la palabra: fraternidad. De hecho, el SERMIG se llama “fraternidad de la esperanza”. Pero se puede también decir a la inversa, es decir “la esperanza de la fraternidad”. El sueño que anima a los corazones de los amigos del SERMIG es la esperanza de un mundo fraterno. Es el “sueño” que he querido lanzar nuevamente en la Iglesia y el mundo a través de la Encíclica Fratelli tutti (cf. n. 8). Ustedes ya comparten este sueño, más aún, forman parte de él, contribuyen a darle carne, a darle manos, ojos, piernas, a darle vida. De ello quiero dar gracias a Dios con ustedes, porque esta es una obra que no se puede hacer sin Dios. Porque la guerra se puede hacer sin Dios, pero la paz se hace sólo con Él.

Queridos amigos del SERMIG, ¡nunca se cansen de construir el Arsenal de la Paz! Incluso si la obra puede parecer concluida, en realidad se trata de una construcción siempre abierta. Eso ustedes lo saben bien y de hecho en estos años han dado vida al Arsenal de la Esperanza en San Pablo de Brasil, al Arsenal del Encuentro en Madaba en Jordania, al Arsenal de la Armonía en Pecetto Torinese. Pero todas estas realidades: la paz, la esperanza, el encuentro, la armonía, se construyen solamente con el Espíritu Santo, el espíritu de Dios. Es Él quien crea la paz, la esperanza, el encuentro, la armonía. Y las construcciones avanzan si quien las trabaja se deja trabajar por dentro por el Espíritu. Ustedes me dirán: ¿y quien no cree?, ¿y quien no es cristiano? Esto a nosotros puede parecernos un problema, pero ciertamente no lo es para Dios. Él, su Espíritu, habla al corazón de cualquiera que sepa escuchar. Todo hombre y mujer de buena voluntad puede trabajar en los Arsenales de la paz, de la esperanza, del encuentro y la armonía.

Sin embargo, se necesita de alguien que tenga el corazón bien enraizado en el Evangelio. Se necesita una Comunidad de fe y oración que tiene encendido el fuego para todos. Ese fuego que Jesús vino a traer a la tierra y que hoy arde para siempre (cf. Lc 12, 49). Y aquí se ve también el sentido de una Comunidad de personas que abrazan integralmente la vocación y la misión de la fraternidad y la hacen avanzar de manera estable.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco mucho por este encuentro y sobre todo por su testimonio y su compromiso. ¡Sigan adelante! Que la Virgen los cuide y los acompañe. Los bendigo de corazón y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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