SEAMOS CONSTRUCTORES DE ESPERANZA PARA EL MUNDO: HOMILÍA DEL PAPA PARA LA VIGILIA PASCUAL (19/04/2025)

Este 19 de abril por la noche, el Card. Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio, presidió la celebración de la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, como Delegado del Papa Francisco que no pudo presidirla debido a su convalecencia. El Card. Re leyó el texto de la homilía preparada por el Santo Padre para la celebración, en el cual el Papa recuerda que el poder de la Resurrección de Cristo aún se está realizando en nuestra historia y que «esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer». Compartimos a continuación el texto completo de la homilía, traducido del italiano:

Es de noche cuando el cirio pascual avanza lentamente hasta el altar. Es de noche cuando el canto del Himno abre nuestros corazones al gozo, porque la tierra está «inundada de tanta claridad: el fulgor del Rey eterno venció la tiniebla que cubría el orbe entero» (Pregón Pascual). Al terminar la noche, suceden los hechos narrados en el Evangelio que acabamos de proclamar (cf. Lc 24, 1-12); la luz divina de la Resurrección se enciende y la Pascua del Señor ocurre cuando el sol aún está por salir, con los primeros destellos del alba se ve que la gran piedra, colocada en el sepulcro de Jesús, ha sido retirada y algunas mujeres llegan a ese lugar llevando el velo del luto. La oscuridad envuelve el desconcierto y el miedo de los discípulos. Todo sucede en la noche.

Así, la Vigilia Pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin ruido, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a ella corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y mucho menos nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es semejante a pequeños brotes de luz que se abren camino poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.

Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, engañada al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, el poder de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer.

Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!

Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su marcha ruidosa sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no perdamos el ánimo, volvamos al anuncio de esta noche: la luz lentamente resplandece incluso si estamos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo inicio puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.

Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen tenues, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará vacilar y no permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar: se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra camino en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.

Como nos recuerda San Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo marca la nueva vida de los que creen en Él; y este misterio de su pasión y resurrección, ustedes deben conocerlo en profundidad y reproducirlo en su vida» (Discurso 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan sobre nosotros.

Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para aquellos a quienes les falta la fe en el Señor, para quienes han perdido el camino, para los que se han rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la Tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡A todos y a cada uno llevémosles la esperanza de la Pascua!

Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno del amor para que – dice – «haya un cambio en mi tiniebla» (Hadewijch, Poesías, Visiones, Cartas, Génova 2000, 23).

El Cristo resucitado es el cambio definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no se oculta. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa nueva vida en la que el Señor mismo enjugará todas nuestras lágrimas «y ya no habrá muerte, ni luto, ni lamento, ni preocupación» (Ap 21, 4). Y esta esperanza de la Pascua, este “cambio en las tinieblas”, debemos anunciarla a todos.

Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es tiempo de esperanza. «Todavía hay miedo, todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que irrumpe. […] La Pascua trae la buena noticia de que, si bien las cosas parecen ir peor en el mundo, el mal ya ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, si bien Dios parece muy distante y seguimos estando absortos en muchas pequeñas realidades, nuestro Señor recorre el camino con nosotros. […] Hay muchos rayos de esperanza que iluminan el camino de nuestra vida» (H. Nouwen, Oraciones desde el silencio. El sendero de la esperanza, Brescia 2000, 55-56).

¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo.

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