AMPLIAR LOS LÍMITES DE UNA ESPERANZA MÁS UNIVERSAL: CUARTO SERMÓN DE CUARESMA DEL PREDICADOR DE LA CASA PONTIFICIA (11/04/2025)
Con información de Vatican News. “Dirigimos un querido saludo al Santo Padre que, estamos seguros, estará con nosotros dentro de un rato, participando en la vida de su Iglesia”. Así comenzó el capuchino Roberto Pasolini la mañana de este 11 de abril, en el Aula Pablo VI, el último de los cuatro sermones de Cuaresma, abiertos a todos, sobre el tema “Anclados en Cristo. Arraigados y cimentados en la esperanza de la Vida Nueva”.
Tras los tres primeros sermones de los días 21 y 28 de marzo y 4 de abril – centrados respectivamente en “Aprender a recibir – La lógica del Bautismo”, “Ir a otra parte – La libertad en el Espíritu” y “Saber levantarse – La alegría de la Resurrección” –, hoy el sacerdote se centró en el tema “Dilatar la esperanza – La responsabilidad de la Ascensión”. Y a este respecto destacó tres elementos – la conversión, el revés y la sinergia –, reafirmando que saber despedirse, cuando se ha cumplido todo lo necesario, dilatando los límites de la esperanza es la enseñanza que Jesús ofreció a la humanidad precisamente con la Ascensión.
En primer lugar, analizando el pasaje del Evangelio de Juan que narra el encuentro entre Jesús y María Magdalena después de la resurrección, el Padre Pasolini subrayó la importancia de no ceder al síndrome del abandono. Como el que experimenta la discípula, encerrada en su dolor y deseosa de embalsamar, junto con los restos de Jesús, el recuerdo de su Amor. “Esta tendencia a embalsamar la ausencia – señaló el religioso capuchino – puede enfermar gravemente el corazón de la humanidad, impidiéndole reabrirse a la vida nueva”.
En cambio, en cuanto el Resucitado la llama por su nombre, María Magdalena se siente llamada a una nueva esperanza de vida y es ésta – subrayó el Predicador – la conversión definitiva a la que la Resurrección quiere conducirnos: la que permite al corazón de la humanidad liberarse de la tristeza y realizar un encuentro personal con Cristo y con la novedad que Él inaugura.
Porque después de la Resurrección no podemos volver atrás, sino que caminamos hacia adelante, hacia el Padre, transformados en criaturas nuevas. Con la Resurrección, por tanto – continuó el Padre Pasolini –, se supera la tentación de encerrar a Dios en un tiempo o en un lugar, como querría hacer Magdalena, llevando los restos de Jesús a casa de su madre.
Al contrario, el Señor invita al discípulo a anunciar a los demás su Resurrección y a ver su rostro en la humanidad. Por eso, evitando el riesgo de convertir la Pascua en mera idolatría religiosa, Cristo subió al cielo para dar a luz en la historia un signo maravilloso de Él: las relaciones que sabemos tejer y cuidar en su nombre.
En este sentido, siguió explicando el Padre Pasolini, la Ascensión genera un “revés”, es decir, una inversión definitiva en el plano existencial, porque Cristo abandona el escenario de la historia para dejar espacio a la humanidad para que se convierta en presencia viva de Dios en el tiempo y en el espacio.
En esencia, Jesús parte para llevar a los discípulos más allá de sí mismos, más allá de las ilusiones y las decepciones, hasta el punto en que puedan llegar a ser plenamente humanos, solidarios con sus hermanos y hermanas.
De este modo, la Ascensión no recuerda una vida ideal y abstracta, sino que permite encontrar la presencia del Señor en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, invirtiendo el orden de las cosas: el Espíritu está en las realidades visibles, el cuerpo entra en las realidades invisibles. Porque el regreso de Cristo al cielo se realiza junto con el avance hacia el cielo de su cuerpo, es decir, de la humanidad, que, cada día, da testimonio del Amor más grande.
La aventura del Evangelio – afirmó el Predicador de la Casa Pontificia – continúa en la tierra, entre el polvo y el cielo, en sinergia. Los apóstoles, en efecto, están llamados a ir por todas partes para anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas. Sobre este término – “criaturas” – se detuvo aún más el Padre Pasolini, recordando que, en el momento de la creación, Dios vio que todo era bello y era bueno. De ahí procede el reto de mirar a los demás no como seres humanos, sujetos por tanto a juicios y exigencias, sino como criaturas cuya belleza y bondad debemos reconocer.
Evangelizar, por tanto – subrayó Pasolini –, significa ante todo ver en el prójimo una criatura, incluso frágil y alborotada, incluso con luces y sombras. Pero, sin embargo, reconocerla y aceptarla con benevolencia por lo que es. Esta es la mansedumbre de Jesús, que considera primordial no hacer el bien al otro, sino ante todo declarar que el otro es bueno. Y en este tiempo histórico – continuó el Predicador – esto representa una nueva oportunidad para la Iglesia: la de recorrer la historia de cada persona con humildad y respeto, reconociendo el camino del individuo sin incluir de inmediato o precipitadamente una valoración moral.
En definitiva, añadió el Padre Pasolini, llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra no significa sólo llegar a lugares lejanos en el espacio y en el tiempo, sino también penetrar con atención y respeto en el corazón de cada hombre, acogiendo su complejidad, habitando con sabiduría evangélica y caridad pastoral la singularidad de cada uno y dejando espacio a la acción silenciosa de Dios.
Escuchar, acoger y discernir, por tanto, son actitudes fundamentales para permanecer fieles al Evangelio – recordó el Predicador – y poner en el centro la historia y la dignidad de cada persona que espera, aún sin saberlo, encontrarse con el rostro de Dios.
“Con la Ascensión del Señor – continuó el Predicador de la Casa Pontificia –, los discípulos comprendieron la posibilidad de vivir y actuar junto a Él, por la fuerza del Espíritu. Y esto interrumpió para siempre la pesadilla de la soledad porque, mediante la Resurrección y la Ascensión, la vida humana se transformó en una especie de danza, un pas de deux entre el cielo y la tierra”. Así, señaló el Padre Pasolini, en un tiempo en el que nos cuesta “salir de escena”, Jesús nos muestra lo precioso que es saber salir para permanecer en una comunión más profunda y auténtica.
La vida es eterna, no se deja aprisionar, dijo el padre capuchino: la aparente ausencia de Dios del escenario de la historia es en realidad una invitación a la humanidad, llamada a encarnar y testimoniar la verdad del Evangelio sin ceder a protagonismos y monopolios, sino manifestando al mundo la plenitud de los tiempos. Y esta – concluyó el Padre Pasolini – es la mayor esperanza que hay que cultivar durante el Jubileo: que el mundo reconozca, en la fe y en la tradición de la Iglesia, algo bello y nuevo, capaz de suscitar una sacudida de esperanza universal.
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