CATEQUESIS DEL PAPA: JESÚS «MIRÁNDOLO EN SU INTERIOR, LO AMÓ» (09/04/2025)
Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Los encuentros. 4. El hombre rico. Jesús «fijó su mirada sobre él» (Mc 10, 21)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos detenemos en otro de los encuentros de Jesús narrados en los Evangelios. Esta vez, sin embargo, la persona que encuentra no tiene nombre. El evangelista Marcos la presenta simplemente como «un hombre» (10, 17). Se trata de un hombre que desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a pesar de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida. Lo está buscando. Quizá es alguien que no se ha decidido del todo, a pesar de la apariencia de una persona comprometida. Más allá, de hecho, de las cosas que hacemos, de los sacrificios o de los éxitos, lo que realmente cuenta para ser felices es lo que llevamos en el corazón. Si un barco debe zarpar y dejar el puerto para navegar en mar abierto, puede incluso ser un barco maravilloso, con una tripulación excepcional, pero si no levanta los lastres y las anclas que lo mantienen sujeto, nunca logrará partir. Este hombre se construyó un barco de lujo, ¡pero se quedó en el puerto!
Mientras Jesús va por el camino, este hombre corre a su encuentro, se arrodilla ante Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos: “¿qué debo hacer para tener la vida eterna?”. Como la observancia de la Ley no le ha dado la felicidad y la seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús. ¡Lo que impacta es que este hombre no conoce el vocabulario de la gratuidad! Todo parece debido. Todo es un deber. La vida eterna es para él una herencia, algo que se obtiene por derecho, a través de una meticulosa observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida así, aunque ciertamente con un buen propósito, ¿qué espacio puede tener el amor?
Como siempre, Jesús va más allá de la apariencia. Si por un lado este hombre pone ante Jesús su buen currículum, Jesús va más allá y mira en su interior. El verbo que usa Marcos es muy significativo: «mirándolo en su interior» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el interior de cada uno de nosotros, nos ama tal como somos realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho, en el interior de esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y nuestros pecados? Ve nuestra fragilidad, pero también nuestro deseo de ser amados tal como somos.
Mirándolo en su interior – dice el Evangelio – «lo amó» (v. 21). Jesús ama este hombre incluso antes de haberle dirigido la invitación a seguirlo. Lo ama tal como es. El amor de Jesús es gratuito: exactamente lo contrario a la lógica del mérito que atormentaba a esta persona. Somos realmente felices cuando nos damos cuenta de que somos amados así, gratuitamente, por gracia. Y esto vale también en las relaciones entre nosotros: mientras intentemos comprar el amor o mendigar el afecto, esas relaciones nunca nos harán sentir felices.
La propuesta que Jesús le hace a este hombre es cambiar su forma de vivir y de relacionarse con Dios. Jesús, de hecho, reconoce que, dentro de él, como en todos nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el corazón de ser queridos. Hay una herida que nos pertenece como seres humanos, la herida a través de la cual puede pasar el amor.
Para llenar este vacío no hay que “comprar” reconocimiento, afecto, consideración; es, necesario en cambio, “vender” todo lo que nos pesa, para hacer más libre nuestro corazón. No sirve seguir tomando para nosotros mismos, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición, compartir.
Finalmente, Jesús invita a este hombre a no quedarse solo. Lo invita a seguirlo, a estar dentro de un vínculo, a vivir una relación. Sólo así, de hecho, será posible salir del anonimato. Podemos escuchar nuestro nombre sólo dentro de una relación, en la que alguien nos llama. Si nos quedamos solos, nunca oiremos pronunciar nuestro nombre y seguiremos siendo “uno”, anónimos. Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de la autosuficiencia y el individualismo, nos descubrimos más infelices, porque ya no oímos pronunciar nuestro nombre por alguien que nos quiere gratuitamente.
Este hombre no acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la señal de que no ha logrado partir. A veces pensamos que son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada uno de nosotros, tarde o temprano pueda cambiar y decida navegar mar adentro.
Hermanas y hermanos, encomendemos al Corazón de Jesús a todas las personas tristes e indecisas, para que puedan sentir la mirada de amor del Señor, que se conmueve mirando con ternura dentro de nosotros.
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