RECORDEMOS QUE “REINAR ES SERVIR”: HOMILÍA DEL CARD. LEONARDO SANDRI EN EL QUINTO NOVENDIALI POR EL PAPA (30/05/2025)
Venerables hermanos Cardenales, hermanas y hermanos en el Señor:
1. ¡Cristo ha resucitado! Con aún más emoción dentro de una celebración de sufragio como es la de los Novendiales, cantamos el Aleluya Pascual, ese canto que resonó en la voz del diácono “Nuntio vobis gaudium magnum quod est Alleluia”, también en esta Basílica qué pocos instantes antes de la vigilia fue visitada por el Santo Padre Francisco. De manera quizá inconcebible él se preparaba para atravesar otro Mar Rojo, otra noche que la resurrección de Cristo nos permite llamar bienaventurada, la noche de la cual se ha dicho “et nox sicut dies illuminabitur”.
Dentro de pocos días, el Cardenal Protodiácono utilizará una fórmula semejante, anunciando a la iglesia y al mundo la gaudium magnum de tener un nuevo Papa: es a partir de la experiencia Pascual de Cristo que encuentra sentido el ministerio del Sucesor de Pedro, llamado en todo tiempo a vivir la palabra que apenas escuchamos en el Evangelio: “Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. Pedro confirma a los hermanos en la fe de que el Crucificado es el Resucitado, el que vive por siempre. La celebración de los Novendiales por el Pontífice difunto constituye por parte de distintas categorías y pertenencias el cumplimiento de un rito de sufragio cristiano: idealmente, también de esta forma el Sucesor de Pedro nos convoca para confirmarnos, exactamente para que renovemos nuestra profesión de fe en la resurrección de la carne, en el perdón de los pecados, también aquellos de un hombre que se convirtió en Pontífice, y en renovar la conciencia de que la unidad de la historia de toda persona está en las manos de Dios.
2. Hoy son los Padres Cardenales los que son llamados a participar en los Novendiales, casi una etapa central de este camino eclesial, abrazándose en oración como Collegium y encomendando al Señor a aquel del que han sido los primeros colaboradores y consejeros, o al menos han buscado serlo, en la Curia Romana como en las Diócesis de todo el mundo. Idealmente, sin embargo, cada uno de nosotros, venerables hermanos, trae a las personas por las cuales y con las cuales está llamado a vivir su servicio: desde Tonga con las Islas del Pacífico hasta las estepas de Mongolia, desde la antigua Persia con Teherán hasta el lugar de donde surgió el anuncio de la salvación, Jerusalén, desde lugares entonces florecientes de cristianismo y ahora morada de un pequeño rebaño, en algunos casos casi marcado por el martirio, como Marruecos y Argelia, solo por citar algunas coordenadas de la geografía que el Santo Padre quiso trazar en estos años convocando frecuentes Consistorios. Entonces estos lugares y continentes, como en aquellos espacios de vinculación que son las oficinas de la Secretaría de Estado y de la Curia Romana, como sucesores de los Apóstoles estamos llamados todos los días a recordarnos y a vivir con conciencia que “reinar es servir”, como el Maestro y Señor, que está en medio de nosotros, como el que sirve.
3. Uno de los títulos que la tradición atribuye al Obispo de Roma es el de Servus Servorum Dei, amado por San Gregorio magno ya desde que era solamente diácono, para recordar esta constante verdad: la liturgia nos lo recuerda en los signos exteriores, cuando en las celebraciones más solemnes vestimos debajo de la casulla la tunicela, recuerdo de nuestro siempre deber permanecer siendo diáconos, es decir servidores. Lo vivió el Papa Francisco, escogiendo distintos lugares de sufrimiento y soledad para realizar el lavatorio de pies durante la Santa Misa in Coena Domini, pero también poniéndose de rodillas y besando los pies de los líderes de Sudán del Sur, implorando el don de la paz, con ese estilo para muchos considerado como escandaloso, pero fuertemente evangélico, con el que San Pablo VI el 4 de diciembre de hace 50 años en la Capilla Sixtina se puso de rodillas besando los pies de Melitón, Metropolita de Calcedonia. La tradición de la Iglesia, queridos hermanos cardenales, nos subdivide en tres órdenes: Obispos, presbíteros y diáconos, pero todos estamos llamados de igual forma a servir, dando testimonio del Evangelio usque ad effusionem sanguinis, Como juramos el día del nuestra creación cardenalicia y es el significado de la púrpura que vestimos, ofreciéndonos a nosotros mismos, de forma colegiada y como individuos, como primeros colaboradores del sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro.
4. La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos lleva de nuevo justo a las afueras del Cenáculo de Jerusalén, donde están reunidos judíos provenientes de todas las naciones que hay bajo el cielo. Es Pedro quien toma la palabra para justificar lo que ha sucedido: los apóstoles no están borrachos y no hablan de más, más bien precisamente porque están invadidos de esa sobria ebrietas del Espíritu, como será llamada más tarde por la literatura patrística, pueden ser comprendidos incluso por pueblos distintos, cada uno en su propia lengua. Es significativo que en los Novendiales se haya elegido esta lectura: ciertamente se refiere al Apóstol Pedro, siendo su primer discurso, pero el contexto es el de Pentecostés que apenas ha ocurrido. La referencia temporal que Lucas señala es la de “mientras estaba cumpliéndose el día de Pentecostés”. ¿Qué significa este cumplimiento? Es al mismo tiempo un llegar a término, contemporáneamente un llegar a la plenitud y por ello comenzar un nuevo inicio. El evangelista utiliza aquí el mismo verbo que había utilizado en el capítulo 9 del Evangelio, cuando después de la transfiguración, al bajar del monte, “mientras estaban cumpliéndose los días en que habría sido llevado a lo alto”, Jesús endureció su rostro dirigiéndose hacia Jerusalén, donde se habrían cumplido las Escrituras que se referían a él como recordó después a los discípulos extraviados en el camino hacia Emaús. Después de la cima de la Transfiguración, el camino hacia la realización de las profecías en la Pascua en Jerusalén; después de la Pascua la espera del Espíritu en Pentecostés, con la plenitud del don del Espíritu el inicio de la Iglesia. Nosotros vivimos el paso entre la conclusión de la vida del Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, y el cumplimiento de la promesa para que con la nueva efusión del Espíritu la Iglesia de Cristo pueda continuar su camino entre los hombres con un nuevo Pastor. Pero ¿qué profecía se cumple en Pentecostés? La que la perícopa litúrgica ha omitido pero qué era tan querida y tan citada por el Papa Francisco, contenido en el tercer capítulo de Joel: “sobre todos infundiré mi Espíritu, sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes tendrán visiones y sus ancianos tendrán sueños... cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvado”. Nuestro querido Santo Padre amaba a repetirla para hablar del encuentro y el diálogo entre las generaciones, de la necesidad de que los ancianos cuenten sus sueños de los jóvenes, y que juntos, estos con su energía y su visión sepan con la ayuda de Dios traducirlos en realidad. “No hay porvenir sin este encuentro entre ancianos y jóvenes, no hay crecimiento sin raíces y no hay florecimiento sin brotes nuevos. Nunca más profecía sin memoria, nunca más memoria sin profecía; y siempre encontrarse”. De alguna forma el Papa Francisco nos deja esta palabra también al Colegio Cardenalicio, compuesto por jóvenes y más ancianos, en el que todos puedan dejarse amaestrar por Dios, intuir el sueño que Él tiene sobre su iglesia y buscar realizarlo con joven y renovado entusiasmo.
5. En la Bula de Indicción del Jubileo el Papa Francisco indicó una visión, un sueño para el que ya debemos prepararnos y que será encomendado al nuevo pontífice: “este año Santo orientará el camino hacia otro evento fundamental para todos los cristianos: en 2033, de hecho, se celebrarán los dos mil años de la redención realizada a través de la pasión muerte y resurrección del Señor Jesús. Estamos así ante un camino marcado por grandes etapas, en las cuales la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina celoso en la fe, activo en la caridad y perseverante en la esperanza (cf. 1 Tes 1, 3). Espiritualmente no sabemos todos peregrinos en los caminos de la Tierra Santa, en Jerusalén, para proclamar al mundo desde el Santo Sepulcro – esperando poder hacerlo con todos los hermanos y hermanas que un único bautismo ha consagrado – que ¡el Señor verdaderamente ha resucitado y se apareció a Simón!”.
6. Señor, te encomendamos a tu siervo, el Papa Francisco, para que tú puedas colmarlo ahora de alegría en tu presencia y te pedimos la gracia de cumplir su visión de una iglesia que anuncia el misterio de Cristo, crucificado y resucitado. María, Madre de Dios y madre de la Iglesia, intercede con tu oración por aquel que tanto quiso fijar tu mirada amorosa y ahora reposa en la Basílica dedicada a ti. Así sea.
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