CATEQUESIS DEL PAPA: ANUNCIAR EL EVANGELIO ESTANDO EN LA ENCRUCIJADA DEL HOY (29/11/2023)

El Papa Francisco no renunció a estar presente la mañana de este 29 de noviembre en la Audiencia General, celebrada en esta ocasión en el Aula Pablo VI. Ayer por la tarde, la Oficina de Prensa de la Santa Sede anunció la cancelación, por obediencia a los médicos, de su viaje apostólico a Dubai del próximo viernes para asistir en la COP28. La catequesis de hoy, leída por Mons. Filippo Ciampanelli, subrayó en esta ocasión el valor del tiempo presente. En efecto, el anuncio es para el hoy, ese hoy del que muchos se quejan, viendo las guerras, el cambio climático, las injusticias mundiales y las migraciones en curso, hasta la actual “crisis de la familia y de la esperanza”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El anuncio es para el hoy

Queridos hermanos y hermanas:

Las veces anteriores vimos que el anuncio cristiano es alegría y es para todos; vemos hoy un tercer aspecto: este es para el hoy.

Casi siempre se escucha hablar mal del hoy. Es verdad, entre guerras, cambio climático, injusticias planetarias y migraciones, crisis de la familia y la esperanza, no faltan motivos de preocupación. En general, el hoy parece habitado por una cultura que pone al individuo por encima de todo y a la técnica en el centro de todo, con su capacidad de resolver muchos problemas y sus gigantescos avances en muchos casos. Pero al mismo tiempo esta cultura del progreso técnico-individual lleva a afirmar una libertad que no quiere ponerse límites y se muestra indiferente hacia quien se queda detrás. Y así entrega las grandes aspiraciones humanas a las lógicas a menudo bases de la economía, con una visión de la vida que descarta a los que no producen y le cuesta trabajo mirar más allá de lo inmanente. Podríamos incluso decir que nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente intenta organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios, concentrándose en enormes ciudades que siguen siendo horizontales, aunque tienen rascacielos vertiginosos.

Viene a la mente el relato de la ciudad de Babel y de su torre (cf. Gen 11, 1-9). En él narra un proyecto social que prevé sacrificar toda individualidad a la eficiencia de la colectividad. La humanidad habla una sola lengua – podríamos decir que tiene un “pensamiento único” –, y como envuelta en una especie de encantamiento general que absorbe la unicidad de cada uno en una masa de uniformidad. Entonces Dios confunde las lenguas, es decir restablece las diferencias, recrea las condiciones para que puedan desarrollarse a partir de la unicidad, reanima la multiplicidad donde la ideología quisiera imponer lo único. El Señor separa a la humanidad incluso de su delirio de omnipotencia: «hagámonos un nombre», dicen exaltados los habitantes de Babel (v. 4), que quieren llegar hasta el cielo, ponerse en el lugar de Dios. Pero son ambiciones peligrosas, alienantes, destructivas, y el Señor, confundiendo estas expectativas, protege a los hombres, previniendo un desastre anunciado. Parece realmente actual este relato: también hoy la cohesión, más que en la fraternidad y en la paz, se basa a menudo en la ambición, en nacionalismos, en la homologación, en estructuras técnico-económicas que inculcan la persuasión de que Dios es insignificante e inútil: no tanto porque se busque más saber, sino sobre todo más poder. Es una tentación que invade los grandes desafíos de la cultura actual.

En Evangelii gaudium traté de describir algunos (cf. nn. 52-75), pero sobre todo invité a «una evangelización que ilumine los nuevos modos de relacionarse con Dios, con los demás, con el medio ambiente, y que suscite los valores fundamentales. Es necesario llegar ahí donde se forman los nuevos relatos y paradigmas, llegar con la palabra de Jesús a los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (n. 74). En otras palabras, se puede anunciar a Jesús sólo habitando en la cultura del propio tiempo; y siempre teniendo en el corazón las palabras del Apóstol Pablo acerca del hoy: «¡Este es el momento favorable, este es el día de la salvación!» (2 Cor 6, 2). No sirve entonces contraponer al hoy visiones alternativas provenientes del pasado. Mucho menos basta reiterar sencillamente las convicciones religiosas adquiridas que, aún siendo verdaderas, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se vuelve más creíble porque se levanta la voz al decirla, sino porque se da testimonio de ella con la vida.

El celo apostólico nunca es simple repetición de un estilo adquirido, si no testimonio de que el Evangelio está vivo hoy aquí para nosotros. Conscientes de esto, miremos entonces nuestra época y nuestra cultura como un don. Son nuestras y evangelizarlas no significa juzgarlas desde lejos, mucho menos estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino caminar por la calle, andar por los lugares donde se vive, frecuentar los espacios donde se sufre, se trabaja, se estudia y se reflexiona, habitar en las encrucijadas en que los seres humanos comparten lo que tiene sentido para su vida. Significa ser, como Iglesia, «fermento de diálogo, de encuentro, de unidad. Por lo demás, nuestras propias formulaciones de fe son fruto de un diálogo y un encuentro entre culturas, comunidades e instancias diferentes. No debemos tener miedo del diálogo: más aún es precisamente la confrontación y la crítica la que nos ayuda a preservar la teología de su transformación en ideología» (Discurso al V Congreso Nacional de la Iglesia Italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015).

Es necesario estar en las encrucijadas del hoy. Salir de ellas significaría empobrecer al Evangelio y reducir a la Iglesia a una secta. Frecuentarlas, en cambio, nos ayuda a los cristianos a comprender de manera renovada las razones de nuestra esperanza, para extraer y compartir del tesoro de la fe «cosas nuevas y cosas antiguas» (Mt 13, 52). En resumen, más que querer reconvertir al mundo de hoy, necesitamos convertir la pastoral para que encarne mejor el Evangelio en el hoy (cf. Evangelii gaudium, 25). Hagamos nuestro el deseo de Jesús: ayudar a los compañeros de viaje a no perder el deseo de Dios, para abrir el corazón a Él y encontrar al único que, hoy y siempre, da paz y alegría al hombre.

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