PONGAN PAZ Y ORDEN EN EL CORAZÓN: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA PARA LA COMUNIDAD CONGOLEÑA EN ROMA (03/07/2022)

Alegría es lo que sienten los discípulos de Jesús al saber que “el Reino de Dios está cerca”. Aunque aún no se ha alcanzado, está cerca nuestro: es la cercanía de Dios que es Jesús, y Él es la fuente de nuestra alegría, porque sabemos que “somos amados y nunca estamos solos”. El Papa Francisco al celebrar la Santa Misa con rito congoleño este 3 de julio, XIV domingo del Tiempo Ordinario, habló del “cambio” que provoca en nosotros la cercanía de Dios: los que acogen a Jesús sienten “que tienen que imitarle” dijo, y por eso es claro lo que debemos hacer “como Iglesia” en la historia: nuestra tarea es la misión. Reproducimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Bobóto [Paz] R. Bondeko [Fraternidad]

Bondéko [Fraternidad] R. Esengo [Alegría]

Esengo, alegría: la palabra de Dios que hemos escuchado nos llena de alegría. ¿Por qué, hermanos y hermanas? Porque, como dice Jesús en el Evangelio, «el Reino de Dios está cerca» (Lc 10, 11). Está cerca: aún no ha llegado, está en parte oculto, pero cerca de nosotros. Y esta cercanía de Dios en Jesús, y esta cercanía de Dios que es Jesús, es la fuente de nuestra alegría: somos amados y nunca somos dejados solos. Pero la alegría que nace de la cercanía de Dios, mientras da paz, no deja en paz. Da paz y no nos deja en paz, una alegría especial. Provoca en nosotros un punto de inflexión: llena de asombro, sorprende, cambia la vida. Y el encuentro con el Señor es un continuo comenzar, un continuo dar un paso adelante. El señor nos cambia la vida siempre. Es lo que ocurre a los discípulos en el Evangelio: para denunciar la cercanía de Dios van lejos, van en misión. Porque quien acoge a Jesús siente que debe imitarlo, que debe hacer como Él hizo, que dejó el cielo para servirnos en la tierra y salió de sí mismo. Entonces, si nos preguntamos cuál es nuestra tarea en el mundo, qué debemos hacer como Iglesia en la historia, la respuesta del Evangelio es clara: la misión. Ir en misión, llevar el Anuncio, hacer saber que Jesús vino del Padre.

Como cristianos no podemos contentarnos con medio vivir en la mediocridad. Y esa es una enfermedad; muchos cristianos, también todos nosotros tenemos el peligro de medio vivir en la mediocridad, aceptando nuestras oportunidades y conveniencias, viviendo al día. No, somos misioneros de Jesús. Todos somos misioneros de Jesús. Y tú puedes decir: “Yo no sé cómo se hace, no soy capaz”. El Evangelio nos sorprende una vez más, mostrándonos al señor que envía a los discípulos sin esperar que estén listos y bien entrenados: no habían estado con Él por mucho tiempo, sin embargo, los manda. No habían hecho estudios de teología, sin embargo, los manda. Y también la forma en que los envía está llena de sorpresas. Tomemos entonces tres sorpresas, tres cosas que nos sorprenden, tres sorpresas misioneras que Jesús reserva a los discípulos y reserva a cada uno de nosotros si lo escuchamos.

Primera sorpresa: el equipamiento. Para afrontar una misión en lugares desconocidos es necesario llevar consigo distintas cosas, ciertamente aquellas que son esenciales. Jesús, en cambio, no dice qué hay que llevar, sino que no hay que llevar: «No lleven bolsa, ni saco, ni sandalias» (v. 4). Prácticamente nada: ningún equipaje, ninguna seguridad, ninguna ayuda. A menudo pensamos que nuestras iniciativas eclesiales no funcionan bien porque nos faltan estructuras, nos falta dinero, nos faltan medios: eso no es verdad. El desmentido viene de Jesús mismo. Hermanos, hermanas, no confiemos en las riquezas y no temamos nuestras pobrezas, materiales y humanas. Entre más libres y sencillos seamos, pequeños y humildes, más el Espíritu Santo guía a la misión y nos hace protagonistas de sus maravillas. ¡Dejen espacio al Espíritu Santo!

Para Cristo el equipamiento fundamental es otro: el hermano. Esto es curioso. «Los envió de dos en dos» (v. 1), dice el Evangelio. No solos, no por su cuenta, siempre con el hermano a un lado. Nunca sin el hermano, porque no hay misión sin comunión. No hay anuncio que funcione sin cuidar de los demás. Entonces podemos preguntarnos: yo, cristiano, ¿pienso más en lo que me falta para vivir bien, o pienso en acercarme a los hermanos, en cuidar de ellos?

Llegamos a la segunda sorpresa de la misión: el mensaje. Es lógico pensar que, para prepararse para el anuncio, los discípulos deben aprender qué decir, estudiar a fondo los contenidos, preparar discursos convincentes y bien articulados. Esto es verdad. También yo lo hago. En cambio, Jesús les entrega solo dos pequeñas frases. La primera parece incluso superflua, tratándose de un saludo: «En cualquier casa que entren, primero digan: “¡Paz a esta casa!”» (v. 5). El Señor prescribe que hay que presentarse, en cualquier sitio, como embajadores de paz. Un cristiano lleva siempre la paz. Un cristiano trabaja para que entre la paz en ese lugar. He ahí el signo distintivo: el cristiano es portador de paz, porque Cristo es la paz. De eso se reconoce si somos suyos. Si en cambio difundimos habladurías y sospechas, creamos divisiones, obstaculizamos la comunión, ponemos nuestra pertenencia ante todo, no actuamos en nombre de Jesús. Quien fomenta rencor, incita al odio, anula a los demás, no trabaja para Jesús, no lleva la paz. Hoy, queridos hermanos y hermanas, oremos por la paz y la reconciliación en su patria, En la República Democrática del Congo, tan herida y explotada. Nos unimos a las misas celebradas en el país según esta intención y oramos para que los cristianos sean testigos de paz, capaces de superar todo sentimiento de hastío, todo sentimiento de venganza, superar la tentación de que la reconciliación no es posible, todo apego malsano al propio grupo que lleva a despreciar a los demás.

Hermano, hermana, la paz comienza por nosotros, comienza por mí y por ti, desde cada uno de nosotros, desde el corazón de cada uno de nosotros. Si vives su paz, Jesús llega y tu familia, tu sociedad cambian. Cambian si en primer lugar tu corazón no está en guerra, no está armado de resentimiento y de rabia, no está dividido, no es doble, no es falso. Pongan paz y orden en su propio corazón, erradiquen la avidez, apaguen el odio y el rencor, huyan de la corrupción, huyan de los embrollos y las mentiras: desde ahí comienza la paz. Siempre quisiéramos encontrar personas mansas, buenas, pacificas, comenzando por nuestros parientes y vecinos. Pero Jesús dice: “Lleva tú la paz a tu casa, comienza tú por honrar a tu mujer y por amarla con el corazón, por respetar y cuidar a los hijos, a los ancianos y vecinos. Hermano y hermana, por favor, vive en paz, enciende la paz y la paz habitará en tu casa, en tu Iglesia, en tu país”.

Después del saludo de paz, todo el resto del mensaje confiado a los discípulos se reduce a las pocas palabras con que iniciamos y que Jesús repite dos veces: «Está cerca de ustedes el Reino de Dios […] el Reino de Dios está cerca» (vv. 9.11). Anunciar la cercanía de Dios, que es Su estilo; el estilo de Dios es claro: cercanía, compasión y ternura. Ese es el estilo de Dios. Anunciar la cercanía de Dios, eso es lo esencial. La esperanza y la conversión vienen de aquí: de creer que Dios está cerca y vela por nosotros: es el Padre de todos nosotros, que nos quiere a todos hermanos y hermanas. Si vivimos bajo esta mirada, el mundo ya no será un campo de batalla, sino un jardín de paz; la historia no será una carrera para llegar primero, sino una peregrinación común. Todo ello – recordémoslo bien – no requiere grandes discursos, sino pocas palabras y mucho testimonio. Entonces podemos preguntarnos: quien me encuentra, ¿ve en mí a un testigo de la paz y la cercanía de Dios o en cambio a una persona agitada, enojada, insufrible, beligerante? ¿Hago ver a Jesús o lo oculto en estas actitudes beligerantes?

Después del equipamiento y el mensaje, la tercera sorpresa de la misión se refiere a nuestro estilo. Jesús pide a los suyos ir al mundo «como corderos entre los lobos» (v. 3). El buen sentido del mundo dice lo contrario: ¡imponte, sé el primero! Cristo, en cambio, quiere que seamos corderos, no lobos. No quiere decir ser ingenuos – no, por favor –, sino abolir todo instinto de supremacía y opresión, de avidez y posesión. Quien vive como cordero no agrede, no es voraz: está en el rebaño, con los demás, y encuentra seguridad en su Pastor, no es la fuerza o la arrogancia, no en la avidez del dinero y de bienes que tanto mal causa también a la República Democrática del Congo. El discípulo de Jesús rechaza la violencia, no hace mal a nadie – es un pacífico –, ama a todos. Y si eso le parece de perdedores, mira a su Pastor, Jesús, el Cordero de Dios que así venció al mundo, en la cruz. Así venció al mundo. Y yo – preguntémonos una vez más – ¿vivo como cordero, como Jesús, o como lobo, como enseña el espíritu del mundo, ese espíritu que hace avanzar la guerra? Ese espíritu que hace las guerras, que destruye.

Que el Señor nos ayude a ser misioneros hoy, yendo en compañía del hermano y la hermana; teniendo en los labios la paz y la cercanía de Dios; llevando en el corazón la mansedumbre y la bondad de Jesús, el Cordero que quita los pecados del mundo.

Moto azalí na matói ma koyóka [Quien tenga oídos para escuchar]

R. Ayóka [Escuche]

Moto azalí na motéma mwa kondíma [Quien tenga corazón para consentir]

R. Andima [Consienta]

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