LOS DISCÍPULOS SABEN CEDER LA PALABRA A OTRO: ÁNGELUS DEL 03/07/2022

La tarea de los discípulos es ir por delante a las aldeas y preparar a la gente para recibir a Jesús; y las instrucciones que Él les da no se refieren tanto a lo que deben decir, sino a cómo deben ser, es decir, no sobre “lo que tienen escrito en la libreta” que tienen que decir, no; sino sobre el testimonio que han de dar. Así lo explicó el Papa Francisco al comentar el Evangelio de la Liturgia de este 3 de julio, en el que leemos que “el Señor designó a otros setenta y dos [discípulos] y los envió de dos en dos delante de él a todas las ciudades y lugares a los que iba a ir” (Lc 10, 1). Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la Liturgia de este domingo leemos que «el Señor designó a otros setenta y dos [discípulos] y los envió de dos en dos delante de él a todas las ciudades y lugares a los que iba a ir» (Lc 10, 1). Los discípulos son enviados de dos en dos, no individualmente. Ir en misión de dos en dos, desde un punto de vista práctico, pareciera tener más desventajas que ventajas. Existe el riesgo de que los dos no se pongan de acuerdo, de que tengan un paso diferente, de que uno se canse o se enferme por el camino, obligando también al otro a detenerse. Cuando en cambio, uno está solo, parece que el camino se vuelve más expedito y sin obstáculos. Jesús sin embargo, no lo piensa así: antes de él no envía solitarios, sino discípulos que van de dos en dos. Pero hagámonos una pregunta: ¿cuál es la razón de esta elección del Señor?

Tarea de los discípulos es ir por delante a las aldeas y preparar a la gente para acoger a Jesús; y las instrucciones que Él les da no son tanto sobre lo que deben decir, sino sobre cómo deben ser, es decir, no acerca del “libreto” che deben decir, no, sobre al testimonio de vida, el testimonio que deben dar más que sobre las palabras que deben decir. De hecho, los define obreros: es decir, están llamados a trabajar, a evangelizar por medio de su comportamiento. Y la primera acción concreta con la que los discípulos desempeñan su misión es precisamente la de ir de dos en dos. Los discípulos no son ‘francotiradores’, predicadores que no saben ceder la palabra a otro. Es ante todo la vida misma de los discípulos la que anuncia el Evangelio: su saber estar juntos, su respeto mutuo, su no querer demostrar que son más capaces que el otro, su referencia unánime al único Maestro.

Se pueden elaborar planes pastorales perfectos, poner en marcha proyectos bien hechos, organizarse hasta el más mínimo detalle; se pueden convocar multitudes y tener muchos medios; pero si no hay disponibilidad para la fraternidad, la misión evangélica no avanza. Una vez, un misionero contaba que se había ido a África junto con un hermano de comunidad. Después de un tiempo, sin embargo, se separó de él, quedándose en una aldea donde realizó con éxito una serie de actividades de construcción para el bien de la comunidad. Todo funcionaba bien. Pero un día tuvo un sobresalto: se dio cuenta de que su vida era la de un buen empresario, ¡siempre entre obras y papeleo! Pero… y el “pero” se quedó allí. Entonces, dejó la administración en manos de otros, de los laicos, y se reunió con su hermano. Así comprendió por qué el Señor había mandado a los discípulos “de dos en dos”: la misión evangelizadora no se basa en el activismo personal, es decir, en el “hacer”, ¡no!, sino sobre el testimonio de amor fraterno, incluso a través de las dificultades que implica vivir juntos.

Entonces podemos preguntarnos: ¿cómo llevamos a los demás la buena noticia del Evangelio? ¿Lo hacemos con espíritu y estilo fraterno, o a la manera del mundo, con protagonismo, competitividad y preocupación por la eficiencia? Preguntémonos si tenemos la capacidad de colaborar, si sabemos tomar decisiones juntos, respetando sinceramente a quien está a nuestro lado y teniendo en cuenta su punto de vista, si lo hacemos en comunidad, no solos. De hecho, es sobre todo así, como la vida del discípulo deja traslucir la del Maestro, anunciándolo realmente a los demás.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a preparar el camino al Señor con el testimonio de la fraternidad.

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