ORACIÓN, HUMILDAD, SENCILLEZ DE CORAZÓN Y ALEGRÍA: PALABRAS DEL PAPA A LOS PARTICIPANTES EN CAPÍTULOS GENERALES DE TRES CONGREGACIONES RELIGIOSAS (14/07/2022)

El Obispo de Roma rompió el “ayuno” de julio (por las habituales vacaciones de verano) la mañana de este 14 de julio, como lo dijo él mismo, para encontrarse con los participantes en los Capítulos Generales de tres Congregaciones religiosas en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. Se trata de la Orden de la Madre de Dios, la Orden Basiliana de San Josafat y la Congregación de la Misión, a quienes dirigió un extenso mensaje en el que, entre otros, abordó dos temas de actualidad: la guerra en Ucrania y la lucha contra la pederastia, cuyo texto completo compartimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos de la Orden de la Madre de Dios, de la Orden Basiliana de San Josafat y de la Congregación de la Misión, bienvenidos:

Busco recibir a los capítulos generales, porque es una forma de comunicarse con la vida consagrada. Es muy importante en la Iglesia, pero no siempre hay el tiempo y, más aún, en este tiempo de vacaciones todo está cerrado, pero para ustedes se abrió, en esta nueva modalidad, al menos tres juntos... No se peleen entre ustedes, por favor. Alguno puede pensar que es una “ensalada de frutas” de institutos, pero es hermosa como lo es la variedad de la Iglesia. Rompo el ” ayuno” del mes de julio para recibirlos, en ocasión de sus Capítulos Generales. Intercambio de corazón los saludos de los tres superiores y les agradezco por haber presentado los recorridos y perspectivas de sus respectivos Institutos. También yo deseo antes de todo expresarles la gratitud de la Iglesia por el testimonio que dan como consagrados y por la actividad apostólica que llevan adelante ahí donde están presentes. Es importante, “consagrados”, eso está en el primer lugar.

En estos días se esfuerzan en sus trabajos capitulares. Ustedes, Clérigos de la Madre de Dios y ustedes sacerdotes de la Misión ya están por concluir, mientras que ustedes los Basilianos comenzaron hace poco. Extiendo mis felicitaciones a aquellos que han sido elegidos para el servicio del gobierno y me asocio a su reconocimiento para quienes lo han terminado.

Pienso que también para ustedes estos Capítulos han representado un reencuentro en presencia después del período de distancia forzada ocasionado por la pandemia. Esto debería también ayudar a no dar por descontado el hecho de poder encontrarse, de discutir mirándose a los ojos y sobre todo de orar juntos, de escuchar juntos la Palabra y compartir la Eucaristía. Entonces gustamos nuevamente aquello a lo que quizá estábamos acostumbrados; y nuevamente tomamos conciencia de lo que el señor Jesús dijo despidiéndose de sus discípulos: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Si no permanecen en mí, no podrán dar fruto” (cf. Jn 15, 5). Esta experiencia la viven en primera persona los miembros del Capítulo, pero espiritualmente se transmite a todos los hermanos, a toda la familia religiosa, mucho más allá de cuanto nosotros podemos saber y encontrar.

El Capítulo, en particular, es el momento del discernimiento comunitario. No es dar ideas, no, es “discernir”, con un discernimiento comunitario: con la ayuda del Espíritu Santo se busca ver en qué medida hemos sido fieles al carisma, en qué aspecto el Espíritu nos impulsa a ir hacia adelante y qué es lo que en cambio nos pide cambiar. Si no está el Espíritu en un Capítulo, cierren las puertas y vuelvan a casa. Debe ser casi el protagonista de un Capítulo. Esta es una de las experiencias más hermosas y más fuertemente “eclesiales” que se nos ha dado realizar: ponerse juntos a la escucha del espíritu presentándole las situaciones concretas, las cuestiones, los problemas... Es lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles, a propósito de las primeras comunidades, y que estamos llamados a revivir en el hoy de la Iglesia y del mundo.

Ahora, queridos hermanos, quisiera aprovechar esta ocasión para reiterar un criterio que considero esencial al hacer el discernimiento: el criterio de la evangelización. Cuando nos interrogamos sobre nuestra fidelidad creativa al carisma original, debemos preguntarnos si nuestra forma de interpretarlo y de realizarlo es “evangelizador”, o sea si las opciones que elegimos – en cuanto a los contenidos, los métodos, los instrumentos, el estilo de vida – están orientadas a dar testimonio y a anunciar el Evangelio. Sabemos que por su naturaleza los carismas son diferentes y que siempre el Espíritu Santo los crea y los distribuye con fantasía y variedad. Pero una cosa es cierta: los carismas, como enseña San Pablo, son todos para la edificación de la Iglesia, – no para sí mismos, no tienen una dimensión de particularidad, sino que son todos para la edificación de la Iglesia – y ya que la iglesia no es un fin en sí misma sino que su fin es evangelizar, se entiende que todo carisma, sin excluir a ninguno, puede y debe cooperar para la evangelización. Y esto hay que tenerlo muy presente al hacer el discernimiento. Piensen que la vocación de la Iglesia es evangelizar, más aún, la alegría de la Iglesia es evangelizar. Eso lo dijo el Santo Papa Pablo VI, en esa Carta que aún hoy, que han pasado tantos años, tiene actualidad, la Evangelii nuntiandi. La vocación de la Iglesia es evangelizar, la alegría de la Iglesia es evangelizar.

Una vez colocado este principio, no sirve de nada prolongarse en teorías abstractas, sino que es mejor aprender de los Santos: en su caso San Juan Leonardi, San Josafat y San Vicente de Paul. Precisamente en su diversidad, ellos muestran qué significa ser «evangelizadores con espíritu»: «evangelizadores que oran y trabajan – evangelizadores, no proselitistas, por qué evangelizar no es hacer proselitismo, nada tiene que ver una cosa con la otra –. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y la praxis social y pastoral sin una espiritualidad que transforme el corazón» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 62). El testimonio de los santos y santas nos confirma que «siempre es necesario cultivar un espacio interior que confiera de un sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos prolongados de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, fácilmente las tareas se vacían de significado, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga» (ibid.). Me permito hacerles una pregunta: ¿Ustedes hacen oración de adoración? ¿O han olvidado lo que significa adorar? Adorar. Piensen en esto, la gratuidad de la adoración. Creo que en nuestro tiempo existe el peligro de olvidar esto. “¿Hago adoración? ¿Sé que es adorar?”. Que cada uno se responda por favor, a sí mismo.

Como religiosos, están llamados a evangelizar, más allá que sobre el plano personal, como todo bautizado, también de manera comunitaria, con la vida fraterna. Este es el camino maestro para mostrar la pertenencia a Cristo, porque Él mismo aseguró a los suyos: «Por esto todos sabrán que son mis discípulos: si se tienen amor los unos por los otros» (Jn 13, 35). Pero sabemos bien, incluso por experiencia, lo exigente que es esto: es el gran desafío de la vida común, inconcebible para la mentalidad del mundo, pero, precisamente por eso, signo del Reino de Dios. Requiere una actitud cotidiana de conversión, requiere disponibilidad para ponerse en diálogo, vigilancia sobre las rigideces así como también sobre una tolerancia excesiva y “de comodidad”. Sobre todo requiere humildad y sencillez de corazón, que nunca debemos dejar de pedir a Dios, porque vienen de Él. Para nosotros de hecho, que, a diferencia de nuestra Santa Madre, tenemos el pecado original, la humildad y la sencillez del corazón no son dones “naturales”, sino obra en nosotros de la Gracia divina, que siempre debe recibirse, siempre debe renovarse en el camino de la vida y en los distintos contextos de relaciones.

Y es ahí, en el crisol de las relaciones, que es examinado nuestro corazón y que, con el esfuerzo de cada uno, puede tomar forma un hermoso testimonio de hermanos. No algo endulzado, no una concordia de apariencia, no una homogeneidad aplanada bajo la personalidad del superior o de algún líder. No. Una fraternidad libre, con el gusto de las diversidades y en la búsqueda de una armonía cada vez más evangélica. Como en una orquesta con muchos instrumentos, donde lo esencial no es qué tan buenos son los solistas, sino la capacidad de cada 1 para escuchar a todos los demás y crear la mejor armonía posible.

Y de aquí viene la alegría. Y así como dice la pregunta “¿yo adoro?”, que cada uno de ustedes debe hacerse, “¿sé adorar en silencio?”, quisiera también hacerles otra: “¿ estoy alegre en mi vocación, o voy como puedo o busco la alegría en otra parte?”. Una alegría verdadera, no formal, no esa alegría con una sonrisa que no dice nada, la sonrisa artificial, “hermano, hermano” y después el puñal por la espalda. Sucede, sucede, lo sabemos. La alegría no formal, no la sonrisa artificial. La alegría de ser de Cristo y de serlo juntos, con nuestros límites y nuestros pecados. La alegría de ser perdonados por Dios y de compartir este perdón con los hermanos. Esta alegría no se puede esconder, se transparenta. Y es contagiosa. Es la alegría de los santos y santas, que, si son fundadores, no lo son por nacimiento. No se nace siendo fundadores. Se convierten en ello por atracción: en el doble sentido de que antes de todo Cristo atrae hacia Él a ese hombre o esa mujer; y así le hace capaz de atraer a otros hacia Él. Subrayemos este “hacia Él”: el santo no atrae hacia sí mismo sino siempre hacia el Señor. Entonces, humildad y sencillez de corazón y alegría. Este es el camino de una fraternidad evangelizadora. Imposible para los hombres, pero no para Dios.

Una de las cosas que mata la alegría comunitaria son las habladurías. Por favor, nada de habladurías, nada de eso. Si tienes algo contra otro, ve y díselo a la cara. O díselo a quien puede ponerle remedio, pero no decirlo de manera oculta. Las habladurías destruyen, no solo la comunidad, me destruyen a mí mismo. Las habladurías no son de hombres, las habladurías vuelven a las personas superficiales, que van llevando las cosas de un lado a otro y así viven. Por favor, tengan cuidado con la lengua. Sé que no es fácil en una Congregación religiosa evitar las habladurías. Una vez me dijeron que hay una buena medicina para eso: morderse la lengua a tiempo. Sí, se hinchará un poco, pero al menos... Por favor, les pido: nada de habladurías. Esto mata, esto destruye.

Y no quisiera terminar sin una cercanía a ustedes, queridos hermanos Basilianos ucranianos, en este momento de dolor, en este momento de martirio de su patria. Quisiera decirles que estoy cerca de ustedes, toda la Iglesia está cerca, toda. Los acompañamos como podemos en su dolor. Muchas veces pienso que uno de los peligros más grandes ahora es olvidar el drama de Ucrania. Uno se acostumbra, se acostumbra... Y después ya no es tan importante y se habla... Uno de los días pasados, vi en el periódico que la noticia sobre la guerra estaba en la página 9. No es un problema que interesa, es terrible esto, es terrible. Por eso estamos cerca de ustedes, y todos nosotros debemos mirarlos porque ellos en este momento están en el martirio. Ustedes están en el martirio. Y les deseo que el Señor tenga compasión de ustedes y de otra forma esté cerca de ustedes con la paz y el don de la paz.

Y después otra cosa que quisiera decirles, para que no lo olviden. Son tres Congregaciones religiosas, y uno de los problemas, lo sabemos, que existen muchas veces, es el problema de los abusos. Por favor, recuerden bien esto: tolerancia cero con los abusos a menores o personas con discapacidad, tolerancia cero. Por favor no escondan esta realidad. Nosotros somos religiosos, somos sacerdotes para llevar a la gente a Jesús, no para “comernos” a la gente con nuestra concupiscencia. Y quien abusa destruye, “se come”, por así decirlo, al abusado con su concupiscencia. No tengan vergüenza de denunciar: “Éste hizo esto, aquello otro...”. Te acompaño, eres un pecador, eres un enfermo, pero debo proteger a los demás. Por favor les pido esto, tolerancia cero. Esto no se resuelve con una transferencia. “Ah, de este continente lo mando a otro continente...”. No.

Queridos hermanos, pido al Espíritu Santo que les conceda sus dones en abundancia, para que puedan discernir lo que Él mismo les sugiere; les dé fuerza para afrontar los desafíos y constancia en su servicio eclesial. Que la Virgen María los proteja, los ayude y sea la guía segura de su camino. De corazón bendigo a todos ustedes y a sus Institutos, y les pido por favor no olvidarse de orar por mí, porque este trabajo no es fácil. Gracias.

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