PROMOVER LA INCLUSIÓN CONTRA LA CULTURA DEL DESCARTE Y DE LA MUERTE: PALABRAS DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIALES (11/04/2024)

Ante una cultura del descarte “que no tiene fronteras”, debemos actuar promoviendo la “cultura de la inclusión”. El Papa Francisco hace un llamado dirigiéndose a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales sobre el tema “Cambiar los determinantes sociales y construir una nueva cultura de la inclusión”, este 11 de abril, al encontrarlos en la Sala Clementina. Por primera vez desde su fundación, hace treinta años, una sesión plenaria está dedicada a las personas con discapacidad, El Papa subrayó que son muchos los “aislados y marginados de la vida social por la discapacidad”. Compartimos a continuación el texto del mensaje del Santo Padre, traducido del italiano:

Señores y señoras:

Con placer les doy la bienvenida a todos ustedes, miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, que fue instituida hace treinta años. Un pensamiento para la Presidente, que se ha ido a casa porque su madre está falleciendo, y hagamos una oración por ella y por su madre. Saludo al Canciller y al Vicecanciller y a los colaboradores y les agradezco por su servicio.

He apreciado la elección de colocar como tema de esta Asamblea Plenaria la experiencia humana de la discapacidad, los factores sociales que la determinan y el compromiso por una cultura del cuidado y la inclusión. En efecto, la Academia de las Ciencias Sociales está llamada a enfrentar, según un modelo transdisciplinar, algunos de los retos actuales más urgentes. Pienso en la tecnología y en sus implicaciones en la investigación y en ámbitos como la medicina y la transición ecológica; pienso en la comunicación y en el desarrollo de la inteligencia artificial – ¡un verdadero reto! –; así como en la necesidad de encontrar nuevos modelos económicos.

En tiempos recientes la comunidad internacional ha dado pasos notables en el campo de los derechos de las personas con discapacidad. Muchos países se están moviendo en esta dirección. En otros, en cambio, tal reconocimiento es aún parcial y precario. Sin embargo, allí donde se ha emprendido este camino, entre luces y sombras vemos florecer a las personas y los brotes de una sociedad más justa y solidaria.

Escuchando las voces de los hombres y mujeres con discapacidad, nos hemos vuelto más conscientes del hecho de que su vida está condicionada, más allá de las limitaciones funcionales, también por factores culturales, jurídicos, económicos y sociales que pueden obstaculizar sus actividades y su participación social.

Como fundamento del tratamiento de este tema está, naturalmente, la dignidad de las personas con discapacidad, con sus implicaciones antropológicas, filosóficas y teológicas. Sin apoyarse firmemente en esa base, puede suceder que, mientras se afirma el principio de la dignidad humana, al mismo tiempo se actúa contra ella. La doctrina social de la Iglesia es muy clara a este respecto: las personas con discapacidad «son sujetos plenamente humanos, titulares de derechos y deberes» (Compendio de la Doctrina Social, n. 148). Todo ser humano tiene el derecho a una vida digna y a desarrollarse integralmente, «aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones; de hecho, esto no disminuye su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no se salvaguarda, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la supervivencia de la humanidad» (Carta enc. Fratelli tutti, 107).

La vulnerabilidad y la fragilidad pertenecen a la condición humana y no son propias solamente de las personas con discapacidad. Nos lo recordaron algunos de ellos en la reciente Asamblea del Sínodo: «Nuestra presencia – escribieron – puede contribuir a trasformar las realidades en las que vivimos, volviéndolas más humanas y más acogedoras. Sin vulnerabilidad, sin límites, sin obstáculos que superar, no sería verdadera humanidad» (La Iglesia es nuestra casa, 2).

La preocupación de la Iglesia por quienes presentan una o más discapacidades actualiza los muchos encuentros de Jesús con estas personas, narrados en los Evangelios. De dichos relatos se pueden extraer elementos de reflexión siempre actuales.

En primer lugar, Jesús entra en contacto directo con quienes viven la discapacidad, porque ésta, como cualquier forma de enfermedad, no se debe ignorar ni negar. Pero Jesús no sólo se relaciona con ellos: Él cambia también el sentido de su experiencia; de hecho, introduce una nueva mirada sobre la condición de las personas con discapacidad, tanto en la sociedad como ante Dios. Para Él, en efecto, toda condición humana, incluso la marcada por fuertes limitaciones, es una invitación a tejer una relación singular con Dios que hace florecer de nuevo a las personas: pensemos, por ejemplo, en el Evangelio, en el ciego Bartimeo (cf. Mc 10, 46-52).

Por desgracia, en muchas partes del mundo, sigue habiendo personas y familias aisladas y empujadas a los márgenes de la vida social a causa de la discapacidad. Y esto no sólo en los países más pobres, donde vive la mayoría de ellas y donde dicha condición los condena a menudo a la miseria, sino también en contextos de mayor bienestar: aquí a veces la discapacidad se considera una “tragedia personal” y los discapacitados son «“exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños de la sociedad» (Carta enc. Fratelli tutti, 98).

La cultura del descarte, de hecho, no tiene fronteras. Hay quienes presumen de poder establecer, con base en criterios utilitarios y funcionales, cuándo una vida tiene valor y es digna de ser vivida. Este tipo de mentalidad puede conducir a graves violaciones de los derechos de las personas más débiles, a fuertes injusticias y desigualdades ahí donde se deja guiar predominantemente por la lógica del beneficio, la eficacia o el éxito. Pero existe también, en la actual cultura del despilfarro, un aspecto menos visible y muy insidioso que erosiona el valor de la persona discapacitada a los ojos de la sociedad y a sus propios ojos: es la tendencia que lleva a considerar la propia existencia como una carga para uno mismo y para los seres queridos. La propagación de esta mentalidad transforma la cultura del descarte en una cultura de muerte. Finalmente, «las personas ya no se sienten como un valor primario que hay que respetar y proteger, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “aún no sirven” – como los no nacidos – o “ya no sirven” – como los ancianos.» (ibid., 18). Esto es muy importante, los dos extremos de la vida: a los niños con discapacidades se les aborta, y a los ancianos en su fase final se les da la “dulce muerte”, la eutanasia, una eutanasia disfrazada, siempre, pero es eutanasia, al fin y al cabo.

Combatir la cultura del descarte significa promover la cultura de la inclusión – van unidas –, creando y reforzando los vínculos de pertenencia a la sociedad. Los protagonistas de esta acción solidaria son quienes, sintiéndose corresponsables del bien de cada uno, trabajan por una mayor justicia social y por eliminar las barreras de diversa índole que impiden a muchos gozar de los derechos y libertades fundamentales. Los resultados obtenidos de estas acciones son más visibles en los países económicamente más desarrollados. En estos países, generalmente, las personas con discapacidad tienen derecho a prestaciones de salud y sociales y, si bien no faltan las dificultades, están incluidas en múltiples ámbitos de la vida social: desde el educativo al cultural, del laboral al deportivo. En los países más pobres, todo esto aún debe realizarse en gran medida. Por lo tanto, los gobiernos que se comprometan en tal sentido deben ser alentados y apoyados por la comunidad internacional. Del mismo modo, también hay que apoyar a las organizaciones de la sociedad civil, porque sin su amplia labor solidaria en muchos lugares, la gente estaría abandonada a su suerte.

Se trata, entonces, de construir una cultura de inclusión integral. El vínculo de pertenencia se hace aún más fuerte cuando las personas con discapacidad no son destinatarios pasivos, sino que participan en la vida social como protagonistas del cambio. Subsidiariedad y participación son los dos pilares de una inclusión efectiva. Y bajo esta luz se comprende bien la importancia de las asociaciones y movimientos de personas con discapacidad que promueven la participación social.

Queridos amigos, «reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que incluya a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que aseguren su posibilidad real. Cualquier compromiso en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. De hecho, un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para dar vida a procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en “el campo de la más amplia caridad, la caridad política”» (ibid., 180).

Les agradezco, hermanos y hermanas, porque en este compromiso está también su contribución: de estudio y de intercambio en el ámbito de la comunidad científica y de sensibilización en diversos ambientes sociales y eclesiales. Gracias, en particular, por la atención concreta a las hermanas y hermanos con discapacidad. De corazón los bendigo a ustedes y a su trabajo. Y les pido, por favor, orar por mí.

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