LAS IDEOLOGÍAS MATAN, COMBATAN LA “NO CIVILIZACIÓN DEL ENFRENTAMIENTO”: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DEL PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTÓRICAS (20/04/2024)

En medio de un “peligroso conflicto global a pedazos, al que no podemos asistir inertes”, urge una “diplomacia de la cultura”, alimentada por el encuentro y la colaboración entre investigadores de todas las culturas y religiones y por el diálogo entre la Iglesia y el mundo, siempre respetuoso de la verdad y libre de ideologías “que matan”. El Papa Francisco compartió con los miembros del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, recibidos este 20 de abril en la Sala del Consistorio del Vaticano, setenta años después de su constitución, el posible camino hacia destellos de luz en esta época oscura de la historia. Transcribimos a continuación el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Me alegra darles la bienvenida en ocasión de su Audiencia Plenaria, en el ámbito de la cual celebran el 70º aniversario de la institución del Pontificio Comité.

Saludo al Presidente, el Padre Marek Inglot, y saludo a cada uno de ustedes, agradecido por su encuentro y su servicio. Vienen de distintos países y de tres continentes, cada uno con sus apreciadas competencias de especialistas. Así garantizan la dimensión internacional y el carácter multidisciplinario del Comité, cuya actividad de investigación, de conferencias y editorial sí inscribe en una dinámica multicultural fecunda y propositiva. La hermosa Colección «Actas y Documentos» dirigida por el Secretario del Pontificio Comité, festeja también este año un septuagésimo: el 70º volumen editado.

Esto da testimonio de un compromiso en la investigación de la verdad histórica a escala mundial, en un espíritu de diálogo con diferentes sensibilidades historiográficas y con múltiples tradiciones de estudio. Es bueno que colaboren con otros, expandiendo sus relaciones científicas y humanas y evitando formas de cerrazón mental e institucional. Los animo a mantener este enfoque enriquecedor, hecho de escucha constante y atenta, libre de toda ideología – las ideologías matan – y respetuoso de la verdad. Reitero cuanto les dije en ocasión de su 60º aniversario: «En el encuentro y la colaboración con investigadores de toda cultura y religión, ustedes pueden ofrecer una contribución específica al diálogo entre la Iglesia y el mundo contemporáneo» (Discurso, 12 de abril 2014).

Este estilo colabora en el desarrollo de lo que llamaría “diplomacia de la cultura”. Es muy actual y hoy mucho más necesaria en el contexto del peligroso conflicto global a pedazos en desarrollo, al que no podemos asistir inertes. Los invito, por tanto, a continuar en el trabajo de investigación histórica abriendo horizontes de diálogo, donde lleven la luz de la esperanza del Evangelio, es la esperanza que no defrauda (cf. Rom 5, 5).

Me gusta pensar en la relación entre la Iglesia y los historiadores en términos de proximidad. Existe, de hecho, una relación vital entre la Iglesia y la historia. Al respecto San Pablo VI desarrolló una intensa reflexión, reconociendo el punto de encuentro privilegiado entre la Iglesia y los historiadores en la común búsqueda de la verdad y en el común servicio a la verdad. Búsqueda y servicio. Estas son las palabras que dirigió a los historiadores, en 1967: «puede ser que aquí se encuentre el principal punto de encuentro entre ustedes y nosotros […], entre la verdad religiosa de la cual la Iglesia es depositaria y la verdad histórica, de la que ustedes son los buenos y devotos servidores: todo el edificio del cristianismo, de su doctrina, de su moral y su culto, todo reposa en definitiva en el testimonio. Los Apóstoles de Cristo dieron testimonio de lo que vieron y escucharon. […] Esto permite entender qué tanto un organismo de naturaleza espiritual y religiosa como la Iglesia católica está interesado en la investigación y la afirmación de la verdad histórica […] Ella misma tiene una historia, y el carácter histórico de sus orígenes tiene en particular para ella una importancia decisiva» (Discurso a los participantes en la Asamblea General del Comité internacional de ciencias históricas, 3 de junio 1967).

La Iglesia camina en la historia, junto a las mujeres y hombres de todo tiempo, y no pertenece a ninguna cultura en particular, sino que desea vivificar con el testimonio manso y valiente del Evangelio el corazón de cada cultura, para construir juntos la civilización del encuentro. En cambio, las tentaciones de la auto referencialidad individualista y de las afirmación ideológica del propio punto de vista alimentan la no civilización del enfrentamiento. La civilización del encuentro y la no civilización del enfrentamiento. Es hermoso que ustedes, a setenta años de su nacimiento, den testimonio de saber resistir a tales tentaciones, viviendo con pasión, a través de los estudios, la experiencia regeneradora del servicio a la unidad, a esa unidad compleja y armónica que el Espíritu Santo nos muestra en Pentecostés.

Hace sesenta años, en ese evento bendecido por el Espíritu que fue el Concilio Vaticano II, San Pablo VI pronunció palabras que suenan como advertencia a toda lisonja de complaciente auto referencialidad eclesial, de la que es necesario proteger su servicio: «Que nadie […] piense que la Iglesia […] se detenga en sí misma para auto complacerse y olvide a Cristo, de quien todo recibe y a quien todo debe, o al género humano, que para servirlo ha nacido. La Iglesia está en medio de Cristo y la comunidad humana, no replegada en sí misma, no como un velo opaco que impide la vista, no con una finalidad en sí misma, sino al contrario, constantemente atenta en ser toda de Cristo, en Cristo, para Cristo; en ser toda de los hombres, entre los hombres, para los hombres, intermediario verdaderamente humilde y excelente entre el Divino Salvador y la humanidad» (Discurso para la inauguración de la III Sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 14 de septiembre 1964, 17).

Para sus setenta años, les deseo que configuren su trabajo a estas palabras: que los estudios históricos los vuelvan maestros en humanidad y servidores de la humanidad. A ustedes y a sus seres queridos les imparto de corazón mi bendición, pidiéndoles, por favor, orar por mí. Gracias.

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