PÍO VII, HOMBRE DE COMUNIÓN Y CARIDAD EN TIEMPOS DE LUCHAS Y DIVISIONES: PALABRAS DEL PAPA A PEREGRINOS DE DIÓCESIS ITALIANAS (20/04/2024)

El Papa Francisco se reunió en el Aula Pablo VI, este 20 de abril, con peregrinos de las Diócesis de Cesena-Sarsina, Tivoli, Savona-Noli e Imola con ocasión del bicentenario de la muerte del Papa Chiaramonti, que estuvo prisionero casi tres años durante la época napoleónica. La memoria de este siervo de Dios, dijo el Pontífice, nos recuerda “el amor a la verdad, la unidad, el diálogo, la atención a los últimos, el perdón, la búsqueda tenaz de la paz y esa sagacidad evangélica que el Señor nos recomienda”. Compartimos a continuación las palabras pronunciadas por el Papa, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Saludo al Cardenal, a los Obispos presentes, a los Abades, a los monjes y a todos ustedes, amigos de las Diócesis de Cesena-Sarsina, Savona, Imola y Tivoli. Ya estuve en Cesena.

El Papa Charamonti fue y es para todos nosotros un gran ejemplo de Buen Pastor que da la vida por su rebaño (cf. Jn 10, 11). Era un hombre de notable cultura y piedad, era piadoso. Monje, Abad, Obispo y Papa, en todos estos roles siempre mantuvo intacta, aún al costo de grandes sacrificios, su dedicación a Dios y a la Iglesia. Como en él dramático momento de su arresto cuando, a quien le ofrecía una vía de escape de la prisión a cambio de compromisos acerca de sus responsabilidades pastorales, respondía: «Non debemus, non possumus, non volumus»«no debemos, no podemos, no queremos», confirmando, al precio de su libertad personal, lo que había prometido hacer, con la ayuda de Dios, el día de su elección (cf. Pío VII, Aloc. Ad supremum, 6).

Quisiera subrayar, pensando en su vida, tres valores cardinales de los que fue testigo, esenciales también para nuestros caminos personales y comunitarios: la comunión, el testimonio y la misericordia.

Primero: la comunión. El Papa Pío VII fue un convencido apoyo y defensor en tiempos de lucha y divisiones feroces. Los desórdenes causados por la revolución francesa y las invasiones napoleónicas habían producido y seguían fomentando divisiones dolorosas, tanto en el interior del pueblo de Dios como en sus relaciones con el mundo a su alrededor: heridas sangrantes tanto morales como físicas. Incluso el Papa parecía sentirse abrumado por ello. Y en cambio, con su tranquila y tenaz perseverancia en la defensa de la unidad, Pío VII supo transformar la prepotencia de quien quería aislarlo y alejarlo, despojándolo públicamente de toda dignidad, en una ocasión para relanzar un mensaje de dedicación y amor a la Iglesia, al que el pueblo de Dios respondió con entusiasmo. De ahí surgió una comunidad materialmente más pobre, pero moralmente más cohesionada, fuerte y creíble. Y su ejemplo nos impulsa a hacer, en nuestro tiempo, incluso con el costo de renuncias, constructores de unidad en la Iglesia universal, en la local, en las parroquias y las familias: a construir comunión, a favorecer la reconciliación, a promover la paz, fieles a la verdad en la caridad.

Algo que ayuda tanto a la comunión es saber hablar bien. ¿Que quiero decir? Digo lo contrario: hablar mal, el chismorreo, destruye la comunión. No sé si en sus Diócesis exista el chismorreo, creo que no, porque todos tienen cara de ser buenísimos... Pero en el caso de que existiera algún chismorreo, hay un remedio muy bueno: morderse la lengua. Cuando se te ocurre hablar mal o “despellejar” al otro, muérdete la lengua y harás un buen trabajo de comunidad, de unidad en la comunidad.

Y todo eso – la comunión, buscar la unidad de la Iglesia – nos lleva al segundo punto: el testimonio. Hombre de índole mansa, el Papa Chiaramonti fue un anunciante valiente del Evangelio, con la palabra y la vida. Decía a los Cardenales electores al inicio de su pontificado: «La Iglesia […] necesita Nuestros buenos ejemplos […]; de manera que todos comprendan que no […] en las fastuosidad […], sino más bien en el desprecio de las riquezas, en la humildad, en la modestia, en la paciencia, en la caridad y en fin, en todo deber sacerdotal se refigura la imagen de Nuestro Creador y se conserva la auténtica dimensión de la Iglesia» (ibid., 8-9). ¡Es hermoso esto que decía! Y, de hecho, él realizó este ideal suyo de profecía cristiana (cf. San León Magno, Sermo 21, 3), viviéndolo y promoviéndolo con dignidad en las buenas y en las malas, tanto a nivel personal como eclesial, aún cuando esto lo llevó a tener desencuentros con los poderosos de su tiempo.

Y llegamos finalmente al último aspecto: la misericordia. No obstante los pesados obstáculos que enfrentó su obra por los eventos napoleónicos, el Papa Pío VII y su concreta su atención por los necesitados distinguiéndose por algunas reformas e iniciativas sociales de amplio espectro, innovadoras en su tiempo, como la revisión de las relaciones de “vasallaje”, con la consecuente emancipación de los campesinos pobres, la abolición de muchos privilegios nobiliarios, de los “acosos”, de las regalías, del uso de la tortura (cf. Pio VII, Motu proprio Quando per ammirabile disposizione, 6 julio 1816) y la institución de una cátedra de cirugía en la Universidad La Sapienza para la mejora de la asistencia médica y el incremento de la investigación.

Era un hombre muy inteligente, muy piadoso y astuto. Sabía sacar adelante incluso su encarcelamiento con astucia. A veces enviaba mensajes ocultos en la ropa interior; y así lograba guiar a la Iglesia, a través de la ropa interior. Es algo hermoso: es un hombre inteligente, astuto y que quiere sacar adelante la tarea de gobernar que el Señor le había dado, eso es hermoso.

Era también un hombre de caridad, como demostró después, en un ámbito distinto, con respecto a sus perseguidores: a pesar de denunciar sin medios términos sus errores y abusos, buscó mantener abierto con ellos un canal de diálogo y sobre todo ofreció siempre su perdón. Hasta conceder hospitalidad en las propiedades de la Iglesia, después de la restauración, precisamente a los familiares de aquel Napoleón que pocos años antes lo había hecho encarcelar y pidiendo para él, ahora vencido, un tratamiento suave en la prisión. ¡Grande!

Queridos hermanos y hermanas, son muchos los valores que nos recuerda la memoria del Siervo de Dios Pío VII: el amor por la verdad, la unidad, el diálogo, la atención a los últimos, el perdón, la búsqueda tenaz de la paz y esa astucia evangélica que el Señor nos pide. Nos hará bien meditarlos, hacerlos nuestros y dar testimonio de ellos, para que en nosotros y en nuestras comunidades crezcan el estilo de la mansedumbre y la disponibilidad al sacrificio. Pero eso no quiere decir que seamos estúpidos, no, esa no es la mansedumbre. Mansedumbre sí, pero astutos como el Señor nos pide. Sencillos como la paloma, pero astutos como la serpiente.

Les agradezco por haber venido y los acompaño con mi oración. De corazón bendigo a todos ustedes y a sus familias. Y les pido: no se olviden de orar por mí. Gracias.

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