CON COMPASIÓN E INCLUSIÓN, ASÍ SE ACERCA UNO A QUIEN SUFRE: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA (11/04/2024)

El Papa Francisco recibió este 11 de abril, en la Sala del Consistorio, a los participantes en la sesión plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica y reflexionó sobre el tema de los trabajos, “La enfermedad y el sufrimiento en la Biblia”. El dolor y la enfermedad deben ser tocados con la mano no en teoría sino como Jesús, dijo el Santo Padre, que no los “explica” sino que se “inclina” hacia quien los padece. Transcribimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Me alegra recibirlos al término de su Asamblea Plenaria anual, en la que se propusieron profundizar en un tema existencial, fuertemente existencial: la enfermedad y el sufrimiento en la Biblia. Es una búsqueda que concierne a todo ser humano, como sujeto a la enfermedad, a la fragilidad, a la muerte. Nuestra naturaleza herida, en efecto, lleva inscritas en sí también las realidades de la limitación y de la finitud, y padece las contradicciones del mal y del dolor.

El tema me toca muy de cerca: el sufrimiento y la enfermedad son adversarias a las que enfrentarse, pero es importante hacerlo de un modo digno del hombre, de un modo humano, digámoslo así: eliminarlas, reducirlas a tabúes de los que es mejor no hablar, quizá porque dañan esa imagen de eficacia a toda costa, útil para vender y ganar dinero, no es ciertamente una solución. Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas en relación, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación.

Sabemos, también por el testimonio de tantos hermanos y hermanas, que el dolor y la enfermedad, a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración: el “tamiz del sufrimiento” permite, de hecho, discernir lo que es esencial de lo que no lo es. Pero es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino. Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de vencer la enfermedad; al mismo tiempo, invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto. Concretamente, nuestra visión de la fe me ha sugerido proponerles algunos elementos de reflexión en torno a dos palabras decisivas: compasión e inclusión.

La primera, la compasión, indica la actitud recurrente y caracterizadora del Señor ante las personas frágiles y necesitadas que encuentra. Al ver los rostros de tanta gente, ovejas si pastor que luchan por orientarse en la vida (cf. Mc 6, 34), Jesús se conmueve. Tiene compasión de la multitud hambrienta y extenuada (cf. Mc 8, 2) y acoge sin cansarse a los enfermos (cf. Mc 1, 32), cuyas peticiones escucha: pensemos en los ciegos que le suplican (cf. Mt 20, 34) y en los muchos enfermos que piden ser curados (cf. Lc 17, 11-19); siente «gran compasión» – dice el Evangelio – por la viuda que acompaña a su único hijo al sepulcro (cf. Lc 7, 13). Gran compasión. Esta compasión suya se manifiesta como cercanía y lleva a Jesús a identificarse con el que sufre: «Estuve enfermo y fueron a visitarme» (Mt 25, 36). Compasión que lleva a la cercanía.

Todo esto revela un aspecto importante: Jesús no explica el sufrimiento, sino que se inclina hacia el sufrimiento. No se acerca al dolor con ánimos genéricos y consuelos estériles, sino que acoge su drama, dejándose tocar por él. La Sagrada Escritura es iluminadora en este sentido: no nos deja un manual de buenas palabras o un recetario de sentimientos, sino que nos muestra rostros, encuentros, historias concretas. Pensemos en Job, con la tentación de sus amigos de articular teorías religiosas que vinculan el sufrimiento con el castigo divino, pero se derrumban ante la realidad del dolor, atestiguada en la vida del propio Job. Así la respuesta de Jesús es vital, está hecha de compasión que asume y que, al asumir, salva al hombre y transfigura el dolor. Cristo ha trasformado nuestro dolor haciéndolo suyo hasta el final: viviéndolo, sufriéndolo y ofreciéndolo como don de amor. No dio respuestas fáciles a nuestros “por qué”, sino que en la cruz hizo suyo nuestro gran “por qué” (cf. Mc 15, 34). Así, quien asimila la Sagrada Escritura purifica la imaginación religiosa de actitudes equivocadas, aprendiendo a seguir el trayecto indicado por Jesús: tocar con la propia mano el sufrimiento humano, con humildad, mansedumbre, serenidad para llevar, en nombre del Dios encarnado, la cercanía de un apoyo salvífico y concreto. Tocar con la mano, no teóricamente, con la mano.

Y esto nos lleva a la segunda palabra: inclusión. Aunque no es un vocablo bíblica, esta palabra expresa bien un rasgo sobresaliente del estilo de Jesús: su ir en busca del pecador, del perdido, del marginado, del estigmatizado, para que sean acogidos en la casa del Padre (cf. Lc 15). Pensemos en los leprosos: para Jesús, nadie debe ser excluido de la salvación de Dios (cf. Mc 1, 40-42). Pero la inclusión abraza también otro aspecto: el Señor desea que toda la persona quede curada, espíritu, alma y cuerpo (cf. 1 Tes 5, 23). De poco serviría una curación física del mal sin una curación del corazón del pecado (cf. Mc 2, 17; Mt 10, 28-29). Hay una curación total: cuerpo, alma y espíritu.

Esta perspectiva de inclusión nos lleva a actitudes para compartir: Cristo, que iba entre la gente haciendo el bien y curando a los enfermos, ordenó a sus discípulos que cuidaran a los enfermos y los bendijesen en su nombre (cf. Mt 10, 8; Lc 10, 9), compartiendo con ellos su misión de consolación (cf. Lc 4, 18-19). Por eso, a través de la experiencia del sufrimiento y de la enfermedad, nosotros, como Iglesia, estamos llamados a caminar junto a todos, en solidaridad cristiana y humana, abriendo, en nombre de la fragilidad común, oportunidades de diálogo y de esperanza. La parábola del buen Samaritano «nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (Carta enc. Fratelli tutti, n. 67).

Queridos hermanos y hermanas, al dejarles estas reflexiones, les agradezco por su servicio y los animo a profundizar, con rigor crítico y espíritu fraterno, los temas que están estudiando, para irradiar la luz de la Escritura sobre aspectos delicados que conciernen a todos. La Palabra de Dios es un poderoso antídoto contra toda cerrazón, abstracción e ideologización de la fe: leída en el Espíritu en que fue escrita, acrecienta la pasión por Dios y por el hombre, desencadena la caridad y reaviva el celo apostólico. Por eso la Iglesia tiene la necesidad constante de abrevar en las fuentes de la Palabra. Los bendigo a ustedes y a su misión de quitar la sed al santo Pueblo de Dios con las aguas frescas del Espíritu. Y les pido, por favor, orar por mí. Gracias.

Comentarios