COMPARTIR EL DON DE LA DIVERSIDAD EN UN MUNDO DIVIDIDO: PALABRAS DEL PAPA A LOS CANOSIANOS Y A LOS HERMANOS DE SAN GABRIEL (29/04/2024)

El Papa Francisco recibió en la Sala Clementina, la mañana de este 29 de abril, a los Hijos de la Caridad, “Canosianos” y a los Hermanos de San Gabriel con motivo de la celebración de sus Capítulos Generales y de los aniversarios del nacimiento de sus fundadores, respectivamente 250 años de Santa Magdalena de Canossa y 350 años de San Luis María Grignion de Montfort. Releyó su experiencia a la luz de los tiempos contemporáneos marcados a menudo por “los egoísmos y particularismos”. Las diversidades son dones preciosos que hay que compartir, afirmó el Pontífice en el mensaje cuyo texto compartimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!

Saludo con alegría a todos ustedes, Hijos de la Caridad “Canosianos” y Hermanos de San Gabriel, y en particular a los superiores generales. Me complace encontrarlos en ocasión de sus Capítulos, que son eventos sinodales fundamentales para toda Congregación religiosa.

A ellos se confía, sobre todo, la protección del patrimonio de intenciones y proyectos que el Espíritu inspiró a sus Fundadores, y de todo el bien que ha brotado de ellos (cf. CIC 578; 631). Se trata, por tanto, de momentos de gracia – un Capítulo es un momento de gracia –, que se deben vivir ante todo en docilidad a la acción del Espíritu Santo, haciendo memoria agradecida del pasado, prestando atención al presente – en la escucha recíproca y en la lectura de los signos de los tiempos (cf. Gaudium et spes, 4) – y mirando con corazón abierto y confiado al futuro, para una verificación y una renovación personal y comunitaria. Pasado, presente y futuro entran en un Capítulo, para recordar, evaluar y avanzar en el desarrollo de la Congregación.

Queridos amigos canosianos, me alegra mucho verlos aquí, hombres comprometidos a seguir a Cristo más de cerca (cf. Perfectae caritatis, 1; Catecismo de la Iglesia Católica, 916) tras las huellas de una mujer, Magdalena de Canossa, de la que celebramos los doscientos cincuenta años de nacimiento. Esta Santa valiente, en un mundo no menos difícil que el nuestro, se propuso “hacer conocer y amar a Jesús, que no es amado porque no es conocido”. Y ustedes, que quieren continuar su labor misionera, han elegido como tema de su trabajo esta frase: “El que no arde, no incendia”. Y me da tristeza cuando veo religiosos que parecen más bomberos que hombres y mujeres con ardor para incendiar. Por favor, ¡bomberos no! Ya tenemos muchos. Comprométanse entonces a arder para incendiar, avivando y alimentando “el don de Dios que está en ustedes” para “dar testimonio del Señor” (cf. 2 Tim 1, 6). Y lo hacen en una familia que, en más de dos siglos de historia, se ha enriquecido con tantos dones: presente en siete países y formada por miembros de diez nacionalidades diferentes, sostenida por la comunión y la colaboración con las Hermanas Canosianas y con una realidad laical cada vez más activa e involucrada. Esto es importante, tener a los laicos involucrados en la espiritualidad de un instituto y que colaboran en su trabajo apostólico. Es verdad, se trata de una herencia que lleva consigo también desafíos, pero Santa Magdalena les mostró cómo se superan las dificultades: con los ojos vueltos al Crucificado y los brazos abiertos hacia los últimos, los pequeños, los pobres y los enfermos, para cuidar, educar y servir a los hermanos con alegría y sencillez. Cuando el camino se haga difícil, entonces, hagan como ella: miren a Jesús Crucificado y miren los ojos y las llagas de los pobres, y verán que lentamente las respuestas se abren paso en sus corazones con una claridad cada vez mayor.

Como también nos enseñó San Luis María Grignion de Montfort y el padre Gabriel Deshayes, a cuya obra debemos la fundación de los Hermanos de San Gabriel, también ustedes, queridos hermanos, están ocupados estos días en discernir la voluntad de Dios para su camino, en la proximidad de un aniversario importante: trescientos cincuenta años del nacimiento de San Luis María. Su familia, nacida de un pequeño grupo de colaboradores laicos del gran predicador, cuenta hoy con más de mil religiosos, comprometidos en la asistencia pastoral, en la promoción humana y social y la educación – especialmente en favor de los ciegos y los sordomudos – en treinta y cuatro países diferentes. Para mantener viva su presencia, que es una presencia profética, han elegido reflexionar sobre el tema “Escuchar y actuar con valentía”. “Valentía”: esa parresia apostólica, la valentía que leemos, por ejemplo, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Esa valentía. Es el Espíritu quien nos da esa valentía, y nosotros debemos pedirla.

Son dos actitudes – la escucha y la valentía – que requieren humildad y fe, y que reflejan bien el espíritu y la acción de San Luis María y del padre Deshayes, que también les dejaron un tríptico valioso como brújula para sus decisiones: “Sólo Dios”, la “Cruz” – esculpida en el corazón - y “María”. También a ustedes, la Providencia les ha dado la riqueza de una variada internacionalidad: le hará mucho bien a su crecimiento y a su apostolado, si saben vivirla acogiendo y compartiendo constructivamente, entre ustedes y con todos la diversidad. Este es un mensaje importante, especialmente en nuestro mundo, a menudo dividido por egoísmos y particularismos: ¡las diferencias son dones que hay que compartir, las diversidades son dones valiosos! Sean profetas de ello, con su vida. Y Aquel que hace la armonía entre las diferencias es el Espíritu Santo, que es el maestro de la armonía. La uniformidad en un instituto religioso, en una diócesis, en un grupo de laicos, ¡mata! La diversidad en armonía hace crecer. No lo olviden. Diversidad en armonía.

Queridos amigos, un Capítulo es un «acontecimiento de familia, pero también un evento de Iglesia y un acontecimiento salvífico» (Beato E.F. Pironio, Discurso al Capítulo General de los Salesianos, 14 de enero 1984). Les agradezco por lo que están haciendo y por el trabajo que realizan cada día en tantos lugares y condiciones diferentes. Los bendigo y los encomiendo a María; y les pido, por favor, que no se olviden de orar por mí. Gracias.

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