CATEQUESIS DEL PAPA: LA TEMPLANZA DA MADUREZ Y EQUILIBRIO (17/04/2024)

Con la templanza – tema de la catequesis correspondiente a la Audiencia General de la mañana de este 17 de abril celebrada en la Plaza de San Pedro – se concluyó la reflexión sobre las cuatro virtudes cardinales a las que el Papa Francisco se refirió en las últimas semanas, revelando sus raíces y su riqueza para nuestra vida. “No es verdad que la templanza nos vuelva grises y sin alegría”, dijo el Pontífice al describir la templanza y quién es la persona que la posee, inspirándose de nuevo en el pensamiento de los antiguos y refiriéndose al Catecismo de la Iglesia Católica. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La templanza

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Hoy hablaré de la cuarta y última virtud cardinal: la templanza. Con las otras tres, esta virtud comparte una historia que se remonta muy atrás en el tiempo y que no pertenece sólo a los cristianos. Para los griegos, la práctica de las virtudes tenía como objetivo la felicidad. El filósofo Aristóteles escribe su tratado más importante sobre ética dirigiéndolo a su hijo Nicómaco, para instruirlo en el arte de vivir. ¿Por qué todos buscamos la felicidad y, sin embargo, tan pocos la alcanzan? Esta es la pregunta. Para responderla, Aristóteles afronta el tema de las virtudes, entre las que ocupa un lugar de relieve la enkráteia, es decir, la templanza. El término griego significa literalmente “poder sobre sí mismo”. La templanza es un poder sobre sí mismo. Esta virtud es, por lo tanto, la capacidad de autodominio, el arte de no dejarse arrastrar por pasiones rebeldes, de poner orden en lo que Manzoni llama “el revoltijo del corazón humano”.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que «la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y nos hace capaces de equilibrio en el uso de los bienes creados». «Ella – continúa el Catecismo – asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de la honestidad. La persona con templanza orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, conserva una sana discreción y no sigue su instinto y su fuerza secundando los deseos del corazón» (n. 1809).

Entonces, la templanza, como dice la palabra italiana, es la virtud de la justa medida. En cada situación, se comporta con sabiduría, porque las personas que actúan movidas siempre por el ímpetu o la exuberancia son, en última instancia, poco fiables. Las personas sin templanza son siempre poco fiables. En un mundo en el que tanta gente se jacta de decir lo que piensa, la persona con templanza prefiere, en cambio, pensar lo que dice. ¿Entienden la diferencia? No digo lo que se me ocurre, así… No: pensar lo que tengo que decir. No hace promesas vacías, sino que asume compromisos en la medida en que puede satisfacerlos.

También con los placeres, la persona con templanza actúa juiciosamente. El libre curso de los impulsos y la total licencia concedida a los placeres, acaban por volverse contra nosotros mismos, sumiéndonos en un estado de aburrimiento. ¡Cuánta gente que han querido probarlo todo vorazmente se ha encontrado con que ha perdido el gusto por todo! Mejor entonces buscar la justa medida: por ejemplo, para apreciar un buen vino, saborearlo a pequeños sorbos es mejor que engullirlo todo de golpe. Todos sabemos esto.

La persona con templanza sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de rabia arruine relaciones y amistades que después sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones disminuyen, todos corremos el riesgo de no poner freno a las tensiones, las irritaciones, la rabia. Hay un momento para hablar y un tiempo para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto es válido para muchas cosas, por ejemplo, estar con los demás y estar solos.

Si la persona con templanza sabe controlar su irascibilidad, no por esto la veremos perennemente con el rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. Quien tiene templanza sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona con templanza logra mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores no negociables, pero también sabe comprender a las personas y muestra empatía por ellas. Muestra empatía.

El don de la persona con templanza es, por tanto, el equilibrio, una cualidad tan valiosa como rara. Todo, de hecho, en nuestro mundo empuja al exceso. En cambio, la templanza se lleva bien con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, la vida oculta, la mansedumbre. Quien tiene templanza aprecia la estima de los demás, pero no hace de ella el único criterio de cada acción y de cada palabra. Es sensible, sabe llorar y no se avergüenza de ello, pero no se autocompadece. Derrotado, se levanta; victorioso, es capaz de volver a su vida escondida de siempre. No busca el aplauso, pero sabe que necesita de los demás.

Hermanos y hermanas, no es cierto que la templanza nos vuelve grises y sin alegría. Al contrario, hace disfrutar mejor de los bienes de la vida: estar juntos en la mesa, la ternura de ciertas amistades, la confianza con las personas sabias, el asombro ante la belleza de la creación. La felicidad con templanza es alegría que florece en el corazón de quien reconoce y valora lo que más importa en la vida. Pidamos al Señor para que nos dé este don: el don de la madurez, de la madurez de la edad, de la madurez afectiva, de la madurez social. El don de la templanza.

Comentarios