EL RETO DE LA NATALIDAD ES UNA CUESTIÓN DE ESPERANZA: PALABRAS DEL PAPA EN LOS “ESTADOS GENERALES DE LA NATALIDAD” (12/05/2023)

Este 12 de mayo, el Santo Padre participó en la tercera edición de los “Estados Generales de la Natalidad”, en el Auditorio Conciliación de Roma. A los participantes reunidos con el fin de analizar el estado de salud demográfico de Italia, el Pontífice los alentó a que esta edición sea una oportunidad para “ampliar la construcción”, para crear, a muchos niveles, una gran alianza de esperanza. “El reto de la natalidad es una cuestión de esperanza. Pero cuidado, la esperanza no es, como a menudo se piensa, optimismo, no es un vago sentimiento positivo sobre el futuro. No es una ilusión ni una emoción; es una virtud concreta. Y tiene que ver con opciones concretas”, dijo el Papa Francisco en el discurso cuyo texto compartimos a continuación, traducido del italiano:

Señora Presidente del Consejo, distinguidas autoridades y representantes de la sociedad civil, queridos amigos, hermanos, querido amigo Gigi:

Me disculpo por no hablar de pie, pero no tolero el dolor cuando estoy de pie. Saludo a todos ustedes y les agradezco por su compromiso. Gracias a Gigi de Palo, presidente de la Fundación para la Natalidad, por sus palabras y por la invitación, porque creo que el tema de la natalidad es central para todos, sobre todo para el futuro de Italia y Europa. Quisiera dar solamente dos “fotografías” que sucedieron aquí en la Plaza [San Pedro]. Hace dos semanas, mi secretario estaba en la Plaza y venía una mamá con su carriola. Él, un sacerdote tierno, se acercó para bendecir al niño... ¡era un perrito! Hace quince días, en la audiencia de los miércoles, estaba saludando y llegué frente a una señora, de unos 50 años más o menos; saludo a la señora y ella abre una bolsa y dice: “Bendiga a mi hijo”: ¡un perrito! Ahí no tuve paciencia y le grité a la señora: “Señora, muchos niños tienen hambre y usted con el perrito!”. Hermanos y hermanas, estas son escenas del presente, pero si las cosas siguen así, esta será la costumbre del futuro, tengamos cuidado.

El nacimiento de los hijos, de hecho, es el indicador principal para medir la esperanza de un pueblo. Si nacen pocos quiere decir que hay poca esperanza. Y esto no tiene solamente repercusiones desde el punto de vista económico y social, sino que disminuye la confianza en el porvenir. Me enteré que el año pasado Italia tocó el mínimo histórico de nacimientos: apenas 393,000 recién nacidos. Es un dato que revela una gran preocupación por el mañana. Hoy traer al mundo hijos es percibido como una carga para las familias. Y eso, desafortunadamente, condiciona la mentalidad de las jóvenes generaciones, que crecen en la incertidumbre, si no es que en las desilusión y el miedo. Vive en un clima social en el que formar una familia se ha transformado en un esfuerzo titánico, en lugar de ser un valor compartido que todos reconocen y apoyan. Sentirse solos y obligados a contar exclusivamente en sus propias fuerzas es peligroso: quiere decir erosionar lentamente la vida en común y resignarse a existencias solitarias, en que cada uno debe valerse por sí mismo. Con la consecuencia de que sólo los más ricos pueden permitirse, gracias a sus recursos, mayores libertades en las decisiones sobre qué forma dar a su propia vida. Y esto es injusto, además de humillante.

Quizás nunca como en este tiempo, entre guerras, pandemias, desplazamientos en masa y crisis climáticas, el futuro parece incierto. Amigos, es incierto; no sólo parece, es incierto. Todo se mueve rápidamente e incluso las certezas adquiridas pasan de prisa. De hecho, la velocidad que nos rodea acrecienta la fragilidad que llevamos dentro. Y en este contexto de incertidumbre y fragilidad, las jóvenes generaciones experimentan más que cualquier otra una sensación de precariedad, por la cual el mañana parece una montaña imposible de escalar. La señora Presidente del Consejo habló de la “crisis”, palabra clave. Pero recordemos dos cosas de la crisis: de la crisis no se sale solos, o salimos todos o no salimos; y de la crisis no se sale iguales: saldremos mejores o peores. Recordemos esto. Esta es la crisis de hoy. Dificultad para encontrar un trabajo estable, dificultad para mantenerlo, casas con un costo prohibitivo, rentas demasiado altas y salarios insuficientes son problemas reales. Son problemas que interpelan a la política, porque está a la vista de todos que el libre mercado, sin las correcciones indispensables, se vuelve selvático y produce situaciones y desigualdades cada vez más graves. Hace algunos años, recuerdo una anécdota de una fila frente a una compañía de transportes, una fila de mujeres que buscaban trabajo. A una le habían dicho que era su turno...; presenta sus datos... “Está bien, trabajará 11 horas al día y el sueldo será de 600 (euros). ¿Está bien?”. Y ella: “¿Pero cómo?, pero con 600 euros... 11 horas... no se puede vivir...” – “Señora, mire la fila, y escoja. Le parece, lo toma; no le parece, muérase de hambre”. Esta es un poco la realidad que se vive. Es una cultura poco amigable, si no es que en enemiga, de la familia, centrada como lo es en las necesidades del individuo, donde se reclaman continuos derechos individuales y no se habla de los derechos de la familia (cf. Exhort. ap. Amoris laetitia, 44). En particular, hay condicionamientos casi insuperables para las mujeres. Las más afectadas son precisamente ellas, jóvenes mujeres a menudo obligadas a la decisión entre carrera y maternidad, o aplastadas por el peso del cuidado de sus familias, sobre todo en presencia de ancianos frágiles y personas que no son autónomas. En este momento las mujeres son esclavas de esta regla del trabajo selectivo, que les impide incluso la maternidad.

Es verdad, existe la Providencia, y millones de familias dan testimonio de ello con sus vidas y sus decisiones, pero el heroísmo de muchos no puede convertirse en una excusa para todos. Se necesitan por ello políticas de largo plazo. Se requiere predisponer un terreno fértil para hacer florecer una nueva primavera y dejar atrás este invierno demográfico. Y, ya que el terreno es común, como son comunes la sociedad y el futuro, es necesario enfrentar el problema juntos, sin barreras ideológicas y tomas de posición preconcebidas. El conjunto es importante. Es verdad que, también con su ayuda, mucho se ha hecho y por ello estoy agradecido, pero aún no es suficiente. Es necesario cambiar de mentalidad: la familia no es parte del problema, sino que es parte de su solución. Y entonces me pregunto: ¿hay alguien que sepa mirar hacia adelante con la valentía de apostar por las familias, por los niños, por los jóvenes? Muchas veces escucho las quejas de las madres: “Mi hijo se graduó ya hace tiempo... y no se casa, se queda en la casa... ¿qué debo hacer?” – “No le planche las camisas, señora, comencemos así, después veremos”.

No podemos aceptar que nuestra sociedad deje de ser generadora y degenere en la tristeza. Cuando no hay generación de vida viene la tristeza. Es un malestar terrible, gris. No podemos aceptar pasivamente que a muchos jóvenes les cueste trabajo concretar su sueño familiar y sean obligados a bajar el listón del deseo, conformándose con sustitutos privados y mediocres: ganar dinero, liderar en la carrera, viajar, custodiar celosamente el tiempo libre... Todas cosas buenas y justas cuando forman parte de un proyecto generativo más grande, que da vida alrededor de sí y después de sí mismo; si en cambio permanecen solo como aspiraciones individuales, se vuelven áridas en él egoísmo y llevan a ese cansancio interior. Este es el estado de ánimo de una sociedad que no genera vida: ¡cansancio interior que anestesia los grandes deseos y caracteriza a nuestra sociedad como una sociedad del cansancio! ¡Volvamos a dar aliento a los deseos de felicidad de los jóvenes! Sí, ellos tienen deseos de felicidad: volvamos a darles aliento, abramos el camino. Cada uno de nosotros experimenta cuál es el índice de su propia felicidad: cuando nos sentimos llenos de algo que genera esperanza y enciende el ánimo y se vuelve espontáneo hacer partícipes de ello a los demás. Al contrario, cuando estamos tristes, grises, nos defendemos, nos cerramos y percibimos todo como una amenaza. Es así que, la natalidad, así como la acogida, que nunca están contrapuestas porque son dos caras de la misma moneda, nos revelan cuánta felicidad hay en la sociedad. Una comunidad feliz desarrolla naturalmente los deseos de generar vida e integrar, de acoger, mientras que una sociedad infeliz se reduce a una suma de individuos que buscan defender a toda costa lo que tienen. Y muchas veces se olvidan de sonreír.

Amigos, después de haber compartido estas preocupaciones que llevo en el corazón, quisiera entregarles una palabra que considero importante: esperanza. El desafío de la natalidad es cuestión de esperanza. Pero cuidado, la esperanza no es, como a menudo se piensa, optimismo, no es un vago sentimiento positivo sobre el porvenir. “¡Ah, tú eres un hombre positivo, una mujer positiva, bravo!”. No, la esperanza es otra cosa. No es una ilusión o una emoción que sientes, no; es una virtud concreta, una actitud de vida. Y tiene que ver con decisiones concretas. La esperanza se alimenta del compromiso por el bien de parte de cada uno, crece cuando nos sentimos partícipes e involucrados en dar sentido a nuestra vida y a la de los demás. Alimentar la esperanza es entonces una acción social, intelectual, artística, política en el sentido más alto de la palabra; es poner las propias capacidades y recursos al servicio del bien común, es sembrar futuro. La esperanza genera cambio y mejora el porvenir. Es la más pequeña de las virtudes – decía Peguy – es la más pequeña, ¡pero es la que más te hace avanzar! Y la esperanza no defrauda. Hoy hay tantas Turandot en la vida que dicen: “La esperanza que siempre defrauda”. La Biblia nos dice: “la esperanza no defrauda” (cf. Rom 5, 5).

Me gusta pensar en los “Estados generales de la Natalidad” – que han llegado a su tercera edición – como en una construcción de esperanza. Una construcción donde no se trabaja por comisión, porque cada quien paga, sino donde se trabaja todos juntos precisamente porque todos quieren esperar. Y entonces les deseo que esta edición sea la ocasión para “hacer más grande la construcción”, para crear, a más niveles, una gran alianza de esperanza. Aquí es hermoso ver el mundo de la política, de la empresa, de la banca, del deporte, del espectáculo, del periodismo reunidos para razonar sobre cómo pasar del invierno a la primavera demográfica. Sobre cómo volver a nacer, no sólo físicamente, sino interiormente, para salir a la luz cada día e iluminar de esperanza el mañana. Hermanos y hermanas, no nos resignemos al gris y al pesimismo estéril, a la sonrisa de compromiso, no. No creamos que la historia ya esté señalada, que no se puede hacer nada para invertir la tendencia. Porque – permítanme decirlo en el lenguaje que privilegio, el de la Biblia – es precisamente en los desiertos más áridos que Dios abre caminos nuevos (cf. Is 43, 19). ¡Busquemos juntos estos caminos nuevos en este desierto árido!

La esperanza, de hecho, interpela a ponerse en movimiento para encontrar soluciones que den forma a una sociedad que esté a la altura del momento histórico que estamos viviendo, tiempo de crisis atravesado por tantas injusticias. La guerra es una de ellas. Volver a dar impulso a la natalidad quiere decir reparar las formas de exclusión social que están impactando a los jóvenes y a su futuro. Y es un servicio para todos: los hijos no son bienes individuales, son personas que contribuyen al crecimiento de todos, aportando riqueza humana y generacional. Aportando creatividad también al corazón de sus padres. A ustedes, que están aquí para encontrar buenas soluciones, fruto de su profesionalidad y de sus competencias, quisiera decirles: siéntanse llamados a la gran tarea de volver a generar esperanza, de iniciar procesos que den impulso y vida a Italia, a Europa, al mundo, que nos traigan muchos niños. Gracias.

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