COMUNICAR LA FE ES CUESTIÓN DE BELLEZA, HAY QUE DAR TESTIMONIO DE ELLA: PALABRAS DEL PAPA A LA PEREGRINACIÓN DE SPOLETO-NORCIA (20/05/2023)

El Papa Francisco, al recibir en el Aula Pablo VI este 20 de mayo por la mañana, a un grupo de peregrinos italianos de Spoleto-Norcia, que están celebrando el año jubilar por la dedicación de la Catedral de Spoleto, les deseó que sean descubridores de la belleza, buscadores de los tesoros de la fe. Los cristianos no pueden dejarse atrapar por los cordones de esta mundanidad cansada y enervante, aseveró el Santo Padre, sino que están llamados a redescubrir la belleza que han recibido por gracia y a interceder, es decir, a atraer la belleza sobre los demás. Transcribimos a continuación el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, hermanitos, hermanitas, todos: ¡bienvenidos!

Les doy la bienvenida y les agradezco por haber venido como peregrinos a Roma en el año jubilar que están viviendo por el aniversario de la dedicación de la Catedral de Santa María Asunta en Spoleto.

Sé que su fachada, que ha aparecido en televisión muchas veces en los últimos años, se ha vuelto familiar para todos los italianos. Pero sé sobre todo que es una iglesia muy bella. La belleza atrae y quisiera decirles algo precisamente sobre la belleza. Porque comunicar la fe es ante todo cuestión de belleza. Pero la belleza no se explica, se muestra, se hace ver; no se puede convencer acerca de la belleza, es necesario dar testimonio de ella. Por ello en la Iglesia aquello de lo que se da testimonio es más importante que lo que se predica. Y su Catedral, con sus magníficas capillas, custodia historias de vida y de fe, incluye santidad y belleza. Es un testimonio de historia, de vida, de belleza, de santidad.

Es verdad, es una belleza que debe buscarse, que debe llevarse a la luz, como hace un restaurador cuando redescubre los colores de un fresco antiguo. Así es en la Iglesia, donde lo que no aparece ante los ojos es más valioso que lo que se ve: la oración, la caridad hecha a escondidas, la fuerza del perdón, no van en la primera plana; así como los sacrificios de los pastores, la vida de tantos “santos de la puerta de al lado”, el testimonio de los padres, de las familias, de los ancianos... Entonces, les deseo que sean descubridores de belleza, buscadores de los tesoros de la fe; que no se detengan en la superficie de las cosas, sino que vean más allá, apreciando y abrazando el patrimonio de santidad y servicio que es la riqueza de la Iglesia. Y además de acrecentarlo, porque la fe no puede quedarse como un recuerdo del pasado, una pieza de “museo”, no; sino que revive siempre en la alegría del Evangelio, en la comunidad hecha de personas, en la asamblea de cuantos experimentan la misericordia y se reconocen por la gracia hermanos y hermanas amados por Dios.

Buscar la belleza es ir al corazón de las cosas, no a la apariencia. En la Iglesia ya no es el tiempo para concentrarse en aspectos secundarios, aspectos exteriores; es tiempo de mirar a la Comunidad de los orígenes y enfocarse en las verdaderas prioridades, que son la oración, la caridad y el anuncio. Sé que se están esforzando por dar vida a una acción apostólica más genuina. Renovar la pastoral requiere decisiones, y las decisiones deben partir de lo que más cuenta. No tengan miedo de actualizar las modalidades de evangelización, la catequesis, El Ministerio del párroco y el servicio de los agentes pastorales, para pasar de una pastoral de conservación, donde esperamos que la gente venga, a una pastoral misionera, donde entrenamos para ensanchar el corazón al anuncio, saliendo de las “introversiones pastorales”. Cuando el corazón no se queda cerrado y triste a rumiar las cosas que no funcionan, sino que se abre, como sucede en un sacerdote que se gasta por su gente, en una familia que engendra vida, en un joven que escoge no pensar solo en divertirse sino en ponerse en juego por Dios y por los demás, entonces el Evangelio pasa de manera genuina, a través de la belleza del testimonio. Recordémoslo siempre: el testimonio de la vida comunica la belleza de la fe. El testimonio de la vida comunica la belleza de la fe. “Pero mira, estudia, qué hermosa es nuestra fe...” – “Yo no la entiendo, no la veo. Yo la veo en el testimonio de los cristianos”. Si yo me digo cristiano y doy testimonio de no cristiano o de mundano, no sirve de nada. Existe la coherencia entre lo que creo y cómo vivo lo que creo: esta coherencia se necesita mucho.

Además de la belleza, quisiera compartir con ustedes una segunda palabra que creo les concierne de manera particular. La palabra es intercesión. Su Catedral, dedicada a la Madre de Dios, tiene su efigie más representativa en el “Santísimo Icono”. Esta imagen representa a la Virgen con las manos alzadas, mientras intercede por nosotros: “intercesora”. Y es “un icono que habla”: de hecho, su cartel da voz a la imagen. Lo hace a través de un diálogo entre Jesús y su madre, un diálogo casi dramático, con Cristo que dice: «¿Qué pides, María?», y Ella responde: «La salvación de los vivientes». Él rebate: “Pero provocan indignación». Y Ella: «Compadécete de ellos, Hijo mío». Él: «¡Pero no se convierten!», y Ella: «Y tú sálvalos por gracia». Es con esta intercesión que la Virgen toca el corazón del Hijo. Y esta no es una imagen poética, es la verdad. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros – decimos en el Ave María. Y ella ruega por nosotros. Nosotros le pedimos que pida por nosotros y ella lo hace, ella le habla al Hijo. La intercesión tiene una dimensión interesante, es llevar a los demás ante el Señor, luchar con Él a través de la oración, sabiendo insistir, no solo y no tanto por nuestros amigos y las personas queridas, como se hace normalmente, sino sobre todo por quien está lejos, por quien no es de los nuestros, por quien nos critica, por quien no conoce el amor de Dios. Una Iglesia que intercede, pide por los demás, que lleva al mundo ante el Señor sin volverse mundana, es una Iglesia siempre viva, siempre vivaz, siempre bella. Cuántas veces, en cambio, serpentea también entre nosotros el virus de la queja, porque “las cosas que no funcionan son muchas”, “los tiempos pasados eran mejores”, “el párroco de antes era mejor”, y esta música de las quejas. La queja es algo amargo, feo, ¿sabes? ¿Te parece que sea algo dulce? No. Amarga el corazón, la queja. Y Santa Teresa, que era muy buena, sabía conducir, decía: «Ay de aquellos que se quejan y dicen: “Me han hecho una injusticia”». Ay. Porque los que se quejan son como esas mujeres que en un tiempo iban a llorar a los funerales, ante el difunto. Y lloraban, lloraban... su tarea era quejarse y llorar. Terrible, terrible oficio y terrible imagen la de la persona que vive quejándose siempre. El cristiano no puede dejarse atrapar por los lazos de esta mundanidad cansada y enervante, sino que está llamado a redescubrir la belleza que ha recibido por gracia y a interceder, es decir a atraer la belleza a los demás.

Queridos hermanos y hermanas, que este jubileo les ayude a fortalecer las raíces, de manera que ustedes desde el valle de Spoleto y de los montes de Norcia, desde su Basílica de tantos siglos, hasta la escuela de María y de su patrono el mártir San Ponciano, puedan gozar por la belleza del amor de Dios y de ser Iglesia y sentirse llamados a interceder. Esto les deseo mientras de corazón los bendigo. Y les pido un favor: estando en la Catedral de Spoleto ante el Santísimo Icono, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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