LA IGLESIA ES SINODAL SI ES ABIERTA A TODOS SIN BUROCRACIA NI FORMALISMOS: PALABRAS DEL PAPA A REFERENTES DIOCESANOS DEL CAMINO SINODAL ITALIANO (25/05/2023)

Este 25 de mayo por la mañana, en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco se encontró con los participantes en el encuentro nacional de los referentes diocesanos del Camino Sinodal italiano, a quienes ofreció algunas consignas: seguir caminando en la escucha mutua, favoreciendo la corresponsabilidad entre Obispos, sacerdotes y laicos, así como dar voz a los jóvenes, a las mujeres y a los pobres. Mientras su presencia siga siendo una nota esporádica “será una Iglesia de pocos”, afirmó el Santo Padre en su mensaje cuyo texto transcribimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Saludo a todos ustedes, Obispos, junto con los referentes diocesanos, el Comité y la Presidencia: gracias por estar aquí.

Este encuentro se coloca en el centro de un proceso de sínodo que está involucrando a toda la Iglesia y, en ella, las Iglesias locales, en las cuales los Talleres sinodales se han constituido como una hermosa experiencia de escucha al Espíritu y de diálogo entre las distintas voces de las comunidades cristianas. Esto ha generado que se involucren muchos, especialmente sobre algunos temas que reconocen como cruciales y prioritarios para el presente y el futuro. Se trata de una experiencia espiritual única, de conversión y renovación, que podrá hacer que sus comunidades eclesiales sean más misioneras y estén más preparadas para la evangelización en el mundo actual. Este camino comenzó hace 60 años, cuando San Pablo VI, al final del Concilio, se dio cuenta de que la iglesia en Occidente había perdido la sinodalidad. Él creó la Secretaría para el Sínodo de los Obispos. En estos años se ha hecho cada cuatro años un Sínodo; en el 50º año se hizo un documento sobre la sinodalidad – es importante ese documento –; y después en estos últimos diez años se ha avanzado y ahora se hace un sínodo para decir qué es la sinodalidad, que como sabemos no es buscar las opiniones de la gente ni tampoco ponerse de acuerdo, es otra cosa.

Quisiera por ello exhortarlos a continuar con valentía y determinación en este camino, ante todo valorando el potencial presente en las parroquias y las distintas comunidades cristianas. Por favor esto es importante. Al mismo tiempo, ya que, después del bienio dedicado a la escucha, están por enfrentarse a la llamada “fase sapiencial”, con el intento de no dispersar lo que se ha recogido e iniciar un discernimiento eclesial, quisiera confiarles algunas consignas. Con ellas busco responder, al menos en parte, a las preguntas que el Comité me ha hecho llegar acerca de las prioridades de la Iglesia en relación con la sociedad, sobre cómo superar resistencias y preocupaciones, sobre la participación de los sacerdotes y laicos y sobre las experiencias de marginación.

Esta es, entonces, la primer consigna: sigan caminando. Debe hacerse. Mientras recogen los primeros frutos al respecto de las preguntas y las cuestiones que han surgido, son enviados a no detenerse. La vida cristiana es un camino. Sigan caminando, dejándose guiar por el Espíritu. En el Congreso eclesial de Florencia indicaba en la humildad, el desinterés y la bienaventuranza tres rasgos que deben caracterizar el rostro de la Iglesia, el rostro de sus comunidades. Humildad, desinterés y bienaventuranza. Una Iglesia sinodal es eso porque tiene una viva conciencia de caminar en la historia en compañía del Resucitado, preocupada no por salvaguardarse a sí misma y a sus propios intereses, sino por servir el Evangelio con estilo de gratuidad y cuidado, cultivando la libertad y la creatividad propias de quien da testimonio del alegre noticia del amor de Dios permaneciendo enraizado en lo que es esencial. A una Iglesia agobiada por las estructuras, la burocracia, el formalismo le costará trabajo caminar en la historia, al paso del Espíritu, se quedará ahí y no podrá caminar al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

La segunda consigna es esta: hagan Iglesia juntos. Es una exigencia que sentimos urgente, hoy, sesenta años después de la conclusión del Vaticano II. De hecho, siempre está al acecho la tentación de separar algunos “actores calificados” que lleven adelante la acción pastoral, mientras el resto del pueblo fiel permanece «solamente receptivo a sus acciones» (Evangelii gaudium, 120). Existen los “jefes” de una parroquia, sacan adelante las cosas y la gente recibe sólo eso. La Iglesia es el santo Pueblo fiel de Dios y en él, «en virtud del Bautismo recibido, cada miembro […] se ha convertido en discípulo misionero» (ibid.). Esta conciencia debe hacer crecer cada vez más un estilo de corresponsabilidad eclesial: todo bautizado está llamado a participar activamente en la vida y la misión de la Iglesia, a partir de lo específico de su propia vocación, en relación con las demás y con los demás carismas, donados por el Espíritu para el bien de todos. Necesitamos comunidades cristianas en las que se ensanche el espacio, donde todos puedan sentirse en casa, donde las estructuras y los medios pastorales favorezcan no la creación de pequeños grupos, sino la alegría de sentirse corresponsables.

En tal sentido, debemos pedir al Espíritu Santo que nos haga comprender y experimentar cómo ser ministros ordenados y cómo ejercer el ministerio en este tiempo y en esta Iglesia: nunca sin el Otro con la “O” mayúscula, nunca sin los demás con quienes compartir el camino. Esto es válido para los Obispos, cuyo ministerio no puede hacer menos que el de los presbíteros y los diáconos, y es válido también para los propios presbíteros y diáconos, llamados a expresar su servicio dentro de un nosotros más amplio, que es el presbiterio. Pero esto es válido también para toda la comunidad de bautizados, en la cual cada uno camina con otros hermanos y otras hermanas en la escuela del único Evangelio y a la luz del Espíritu.

La tercera consigna: sean una Iglesia abierta. Redescubrirse corresponsables en la Iglesia no equivale a llevar a cabo lógicas mundanas de distribución de poderes, sino que significa cultivar el deseo de reconocer al otro en la riqueza de sus carismas y de su singularidad. Así, pueden encontrar un lugar todos los que aún les cuesta trabajo ver reconocida su presencia en la Iglesia, los que no tienen voz, aquellos cuyas voces son cubiertas si no es que silenciadas o ignoradas, aquellos que se sienten inadecuados, quizá porque tienen historias de vida difíciles o complejas. A veces son “excomulgados” a priori. Pero recordémoslo: la Iglesia debe dejar transparentar el corazón de Dios: un corazón abierto a todos y para todos. No olvidemos por favor la parábola de Jesús de la fiesta de bodas fracasada, cuando aquel señor, no habiendo venido los invitados, ¿qué dice? “Vayan a los cruces de los caminos y llamen a todos” (cf. Mt 22, 9). Todos: enfermos, no enfermos, justos, pecadores, todos, todos dentro.

Deberíamos preguntarnos qué tanto hacemos espacio y qué tanto escuchamos realmente en nuestras comunidades las voces de los jóvenes, de las mujeres, de los pobres, de los que están desilusionados, de quienes en la vida han sido heridos y están enojados con la Iglesia. Mientras que su presencia siga siendo una nota esporádica en el complejo de la vida eclesial, la Iglesia no será sinodal, será una Iglesia de pocos. Recuerden esto, llamen a todos: justos, pecadores, sanos, enfermos, todos, todos, todos.

A veces se tiene la impresión de que las comunidades religiosas, las curias, las parroquias son todavía demasiado autorreferenciales. Y la autorreferencialidad es un poco la teología del espejo: mirarse al espejo, maquillaje, me peino bien... Esto es una linda enfermedad, una linda enfermedad que tiene la Iglesia: autorreferencial, mi parroquia, mi clase, mi grupo, mi asociación... Parece que se insinúa, un poco de forma oculta, una especie de “neoclericalismo de defensa” – el clericalismo es una perversión, y el Obispo, el sacerdote clerical es perverso, pero el laico y la laica clerical lo es aún más: ¡cuando el clericalismo entra en los laicos es terrible! –: el neoclericalismo de defensa provocado por una actitud temerosa, por la queja por un mundo que “ya no se entiende”, donde “los jóvenes están perdidos”, por la necesidad de reiterar y hacer sentir la propia influencia – “yo haré esto...”. El Sínodo nos llama a convertirnos en una Iglesia que camina con alegría, con humildad y creatividad dentro de este nuestro tiempo, en la conciencia de que todos somos vulnerables y necesitamos unos de otros. Y a mí me gustaría que en un camino sinodal se tomará en serio esta palabra “vulnerabilidad” y se hablara de ello, con sentido de comunidad, sobre la vulnerabilidad de la Iglesia. Y agrego: caminen buscando generar vida, multiplicar la alegría, no apagar los fuegos que el Espíritu enciende en los corazones. Don Primo Mazzolari escribía: «¡Qué contraste cuando nuestra vida apaga la vida de las almas! Sacerdotes que asfixian la vida. En lugar de encender la eternidad, apagamos la vida». Somos enviados no para apagar, sino para encender los corazones de nuestros hermanos y hermanas, y para dejarnos aclarar a nuestra vez por el resplandor de sus conciencias que buscan la verdad.

Me impactó, a este respecto, la pregunta del capellán de una cárcel italiana, que me preguntaba cómo hacer porque la experiencia sinodal vivida en una casa penitenciaria pueda después encontrar seguimiento de acogida en las comunidades. Sobre esta pregunta insertaría una última consigna: sean una Iglesia “inquieta” por las inquietudes de nuestro tiempo. Estamos llamados a captar las inquietudes de la historia y a dejarnos interrogar por ellas, a llevarlas delante de Dios, a sumergirlas en la Pascua de Cristo. El gran enemigo de este camino es el miedo: “Tengo miedo, ten cuidado...”.

Formar grupos sinodales en las cárceles quiere decir ponerse a la escucha de una humanidad herida, pero, al mismo tiempo, necesitada de redención. Hay en España una cárcel, con un buen capellán, que me envía mensajes para que yo vea siempre sus reuniones... ¡Están en sínodo permanente estos encarcelados! Es interesante ver cómo este capellán hace salir de su interior lo mejor de ellos mismos, para proyectarlo al futuro. Para un detenido, cumplir la sentencia puede convertirse en ocasión para experimentar el rostro misericordioso de Dios, y así comenzar una vida nueva. En la comunidad cristiana es provocada a salir de prejuicios, a ponerse en la búsqueda de aquellos que provienen de años de detención, para encontrarlos, para escuchar su testimonio y partir con ellos el pan de la Palabra de Dios. Este es un ejemplo de buena inquietud, que ustedes me han dado; y podría citar muchos otros: experiencias de una Iglesia que capta los desafíos de nuestro tiempo, que sabe salir hacia todos para anunciar la alegría del Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, sigamos juntos este recorrido, con gran confianza en la obra que el Espíritu Santo va realizando. ¡Es Él el protagonista del proceso sinodal, Él, no nosotros! Es Él quien abre a los individuos y a las comunidades a la escucha; es Él quien hace auténtico y fecundo el diálogo; es Él quien ilumina el discernimiento; es Él quien orienta en las opciones y las decisiones. Es Él sobre todo quien crea la armonía, la comunión en la Iglesia. Me gusta cómo lo define San Basilio: Él es la armonía. No nos hagamos la ilusión de que el Sínodo lo hacemos nosotros, no. El sínodo saldrá avante si estamos abiertos a Él que es el protagonista. Afirma la Lumen gentium: «Él – el Espíritu – introduce a la Iglesia en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en la comunión y el ministerio, la provee y dirige con distintos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Cor 12, 4; Gal 5, 22)» (n. 4).

Gracias por el trabajo que están haciendo. Cuando entré uno de ustedes me dijo una expresión muy argentina, que no repito, pero tiene una linda traducción en italiano, que quizá él dirá... Algo que parece desordenado... Piensen en el proceso de los apóstoles la mañana de Pentecostés: ¡esa mañana era peor! ¡Desorden total! Y quien provocó eso “peor” es el Espíritu: Él es bueno para hacer estas cosas, el desorden, para mover... Pero el mismo Espíritu que provocó esto, provocó la armonía. Ambas cosas son hechas por el Espíritu, Él es el protagonista, es Él quien hace estas cosas. No hay que tener miedo cuando hay desórdenes provocados por el Espíritu; si no tener miedo cuando son provocados por nuestros egoísmos o por el espíritu del mal. Encomendémonos al Espíritu Santo. Él es la armonía. Él hace todo esto, el desorden, pero Él es capaz de hacer la armonía, que es algo totalmente distinto al orden que nosotros podríamos hacer por nosotros mismos.

Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y por favor no se olviden de orar por mí. Gracias.

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