UNA BELLA OCASIÓN PARA CELEBRAR EL VALOR Y LA DIGNIDAD DEL SERVICIO: PALABRAS DEL PAPA DURANTE LA ENTREGA DEL PREMIO PABLO VI (29/05/2023)

El servicio es lo que hace de la acción política una forma de caridad, afirmó el Papa Francisco este 29 de mayo en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, con ocasión de la entrega del premio que lleva el nombre del Papa Montini al Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, que renunció a su retiro después de tantos años de trabajo para prestar su servicio al Estado. En su discurso, el Pontífice recordó que el mismo Pablo VI, a los representantes de la Unión Europea de los Demócratas Cristianos, en 1972, “dijo que quienes ejercen el poder público deben considerarse ‘servidores de sus compatriotas, con el desinterés y la integridad que corresponden a su alta función’”. Compartimos a continuación, el texto completo de su discurso, traducido del italiano:

Señor Presidente de la República, distinguidas autoridades civiles y religiosas, gentiles señoras y señores, queridos hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida y los saludo cordialmente, feliz por su presencia. Me alegra entregar al Presidente Sergio Mattarella el Premio Internacional Pablo VI, que le ha sido conferido por el Instituto del mismo nombre, al cual quisiera expresar mi reconocimiento por el valioso trabajo que realiza en el cuidado de la memoria del Papa Montini: sus escritos y sus discursos son una mina inacabable de pensamiento y dan testimonio de la intensa vida espiritual de la cual surgió su acción de gran Pastor de la Iglesia. ¡Gracias entonces a los miembros y colaboradores del Instituto y gracias a quienes han venido de la Diócesis de Brescia!

El Concilio Vaticano II, por el cual debemos estar muy agradecidos a San Pablo VI, subrayó el papel de los fieles laicos, trayendo a la luz el carácter secular. Los laicos, de hecho, en virtud del bautismo tienen una verdadera y propia misión, que desempeñar «en el tiempo, es decir implicados en todos y cada uno de los trabajos y oficios del mundo y en las ordinarias condiciones de la vida familiar y social» (Lumen gentium, 31). Y entre estas ocupaciones destaca la política, que es la «forma más alta de caridad» (Pío XI, A los directivos de la Federación Universitaria Católica, 18 de diciembre 1927). Pero – podríamos preguntar – ¿cómo hacer de la acción política una forma de caridad, y por otra parte, cómo vivir la caridad, es decir el amor en el más alto sentido, dentro de las dinámicas políticas?

Creo que la respuesta reside en una palabra: servicio. San Pablo VI dijo que quienes ejercen el poder público deben considerarse «como los servidores de sus compatriotas, con el desinterés y la integridad que convienen a su alta función» (A los representantes de la Unión Europea de los Demócratas Cristianos, 8 de abril 1972). Y sentenció: «El deber del servicio es inherente a la autoridad; y tanto mayor es tal deber cuanto más alta está la autoridad» (Audiencia General, 9 de octubre 1968). Sin embargo, sabemos bien que esto no es fácil y cómo la tentación difundida, en todo tiempo, incluso en los mejores sistemas políticos, es la de servirse de la autoridad en lugar de servir a través de la autoridad. ¡Qué fácil es subirse en el pedestal y qué difícil es descender al servicio de los demás!

Cristo mismo habló de la dificultad de servir y preocuparse por los demás, admitiendo, con un realismo velado de tristeza, que «aquellos que son considerados los gobernantes de las naciones dominan sobre ellas y sus jefes las oprimen». Pero de inmediato dijo a los suyos: «Sin embargo entre ustedes no es así, pero el que quiere convertirse en grande entre ustedes será su servidor» (Mc 10, 42-43). Desde entonces en adelante, para el cristiano, grandeza es sinónimo de servicio. Me gusta decir que “no sirve para vivir el que no vive para servir”. Y creo que hoy la entrega del Premio Pablo VI al Presidente Mattarella es precisamente una hermosa ocasión para celebrar el valor y la dignidad del servicio, el estilo más alto de vivir, que pone a los demás antes que las propias expectativas.

Que esto es verdad para usted, señor Presidente, lo testifica el pueblo italiano, que no olvida su renuncia al merecido descanso hecha en nombre del servicio que le solicitó el Estado. Hace una semana quiso homenajear, en ocasión de los 150 años de su muerte, a ese gran italiano y cristiano que fue Alessandro Manzoni, capaz de tejer con las palabras la preciada tela de los valores sociales, religiosos y solidarios del pueblo italiano. Pablo VI lo definió como «genio universal», «tesoro inacabable de sabiduría moral», «maestro de vida» (Regina Coeli, 20 de mayo 1973). También yo guardo en el corazón a muchos de sus personajes. Pienso en el sastre, que cuenta la buena laboriosidad de quien concibe la vida como el tiempo dado al individuo para hacer crecer el bien a los demás, para «ocuparse, ayudarse y después estar satisfechos» (Los prometidos, cap. XXIV). Y con este trabajo logró expresar uno de los pasajes más sabios: «Nunca encontré que el Señor haya comenzado un milagro sin terminarlo bien» (ibid.). Porque servir crea alegría y hace bien ante todo a quien sirve. Para decirlo una vez más con Manzoni: «Se debería pensar más en hacer el bien, que en estar bien: y así se terminaría también por estar mejor» (cap. XXVIII).

Pero el servicio corre el riesgo de quedarse como un ideal más bien abstracto sin una segunda palabra que nunca puede estar separada de la primera: responsabilidad. Ésta, como indica la palabra misma, es la habilidad de ofrecer respuestas, aprovechando el propio compromiso, sin esperar que sean otros quienes las den. ¡Cuántas veces, señor Presidente, antes con el ejemplo que con las palabras, usted lo ha recordado! También en esto no se puede hacer otra cosa que notar una fecunda afinidad con Giovanni Battista Montini, que desde joven sacerdote fue “educador de responsabilidad”. Como Papa, después, escribió que las palabras sirven de poco «si no son acompañadas en cada uno por una toma de conciencia más viva de la propia responsabilidad» (Carta ap. Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 48). Porque, explicaba, «es muy fácil descargar sobre los demás la responsabilidad de las injusticias, si no se está convencido al mismo tiempo de que cada uno participa y de qué es necesaria ante todo la conversión personal» (ibid., 47). Son palabras que me parecen muy actuales hoy, cuando es casi automático culpar a los demás, mientras la pasión por el conjunto se desvanece y el compromiso común corre el riesgo de eclipsarse ante las necesidades del individuo; donde, en un clima de incertidumbre, la desconfianza se transforma fácilmente en indiferencia. La responsabilidad, como nos muestran en estos días muchos ciudadanos de la Emilia Romagna, llama a cada uno a ir contracorriente con respecto al clima de derrotismo y quejas, para sentir como propias las necesidades de los demás y redescubrirse a sí mismos como partes insustituibles del único tejido social y humano al que todos pertenecemos.

Siempre a propósito de responsabilidad, pienso en ese componente esencial de la vida común que es el compromiso por la legalidad. Ésta requiere lucha y ejemplo, determinación y memoria, memoria de los que sacrificaron la vida por la justicia; pienso en su hermano Piersanti, señor Presidente, y en las víctimas de la masacre de la mafia de Capaci, de la cual hace pocos días se conmemoró el 31º aniversario. San Pablo VI señalaba que en las sociedades democráticas no faltan instituciones, pactos y estatutos, pero «falta muchas veces la observancia libre y honesta de la legalidad» (Ángelus, 31 de agosto 1975). También en este ámbito, señor Presidente, con sus palabras y su ejemplo, fortalecidos por lo que ha vivido, usted representa un coherente maestro de responsabilidad.

San Pablo VI sintió la importancia de la responsabilidad de cada uno para el mundo de todos, para un mundo que se ha convertido en global. Lo hizo hablando de paz – ¡qué urgente es hoy! –, lo hizo exhortando a luchar sin resignarse ante los desequilibrios de las injusticias planetarias, porque la cuestión social es cuestión moral y por qué una acción solidaria después de las guerras mundiales es realmente tal solo si es global (cf. Carta. enc. Populorum progressio, 26 de marzo 1967, 1). Hace más de cincuenta años, advirtió la urgencia de enfrentar los desafíos climáticos, ante la amenaza de un medio ambiente que – escribió – se volvería intolerable para el hombre en consecuencia de la destructiva actividad del hombre mismo que, desentendiéndose de la creación, se encontraría no administrándolo más. Y precisó: «A estas nuevas perspectivas el cristiano debe dedicar su atención, para asumir, junto con los otros hombres, la responsabilidad de un destino que ahora se ha vuelto común» (Octogesima adveniens, 21).

Sí, el sentido de responsabilidad y el espíritu de servicio estaban para San Pablo VI en la base de la construcción de la vida social. Él nos dejó la exigente herencia de edificar comunidades solidarias. Era su sueño, que se estrelló con varias pesadillas convertidas en realidad – pienso en el terrible acontecimiento de Aldo Moro; era el deseo ardiente que llevaba en el corazón y que expresó en los términos de «comunidad de participación y de vida», animados por el compromiso de «preocuparse por construir solidaridad activa y vivida» (ibid., 47). No son utopías, sino profecías; profecías que exhortan a vivir ideales altos. Porque esto es hoy lo que necesitan los jóvenes. Y me alegro, señor Presidente, de hacerme instrumentos de reconocimiento a nombre de quienes, jóvenes y menos jóvenes, ven en usted a un maestro, un maestro sencillo y sobre todo, un testigo coherente y educado de servicio y responsabilidad. Estaría contento el Papa Montini, de quien me gusta repetir, finalmente, algunas palabras tan conocidas como verdaderas: «El hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41). Gracias.

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