QUE LA TECNOLOGÍA NO DESFIGURE LA ESENCIA PROFUNDA DEL HOMBRE: PALABRAS DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA (12/02/2024)

En la era de la inteligencia artificial, en la que se teme que los algoritmos se conviertan en un criterio dominante de los asuntos humanos, es necesario comprender de nuevo la relación entre el hombre y la máquina. Para ello es crucial entender “lo que califica al ser humano”, su naturaleza más profunda. Esta es la consideración de fondo de la que parte la reflexión de la Pontificia Academia para la Vida, que, desde este 12 de febrero y hasta el miércoles próximo, celebrará una Asamblea General sobre el tema “Human. Meanings and Challenges”. Y es la misma consideración de la que partió el Papa Francisco en su discurso en la Sala del Consistorio a los participantes en la Asamblea Plenaria de este 12 de febrero, cuyo texto, traducido del italiano, compartimos a continuación:

Ilustres señoras y señores:

Saludo a S.E. Mons. Paglia, a sus Excelencias, a Su Eminencia y nuevo Arzobispo de Santiago de Chile, y les agradezco por su compromiso en el campo de la investigación de las ciencias de la vida, de la salud y del cuidado; un compromiso que la Pontificia Academia para la Vida lleva adelante desde hace treinta años.

La cuestión que enfrentan en esta Asamblea General es de la máxima importancia: la de cómo se puede comprender lo que califica al ser humano. Se trata de una interrogante antigua y siempre nueva, que los sorprendentes recursos posibles gracias a las nuevas tecnologías proponen nuevamente de manera aún más compleja. La contribución de los estudiosos desde siempre nos dice que no es posible estar a priori “a favor” o “en contra” De las máquinas y las tecnologías, porque esta alternativa, referida a la experiencia humana, no tiene sentido. Y también hoy, no es plausible recorrer solamente la distinción entre procesos naturales y procesos artificiales, considerando a los primeros como auténticamente humanos y a los segundos como extraños o incluso contrarios a lo humano: eso no funciona. Lo que es necesario hacer, más bien, es inscribir los saberes científicos y tecnológicos dentro de un más amplio horizonte de significado, conjurando así la hegemonía tecnocrática (cf. Carta enc. Laudato si’, 108).

Consideremos, por ejemplo, el intento por reproducir al ser humano con los medios y la lógica de la técnica. Tal enfoque implica la reducción del ser humano a una agregación de actividades reproducibles a partir de un lenguaje digital, que pretende expresar, a través de códigos numéricos, todo tipo de información. La estrecha consonancia con el relato bíblico de la Torre de Babel (cf. Gen 11,1-11) muestra que el deseo de darse un lenguaje único está inscrito en la historia de la humanidad; y la intervención de Dios, que muy rápidamente es entendida solo como un castigo destructivo, contiene en cambio una bendición propositiva. Esta intervención, de hecho, manifiesta el intento por corregir la derivación hacia un “pensamiento único” a través de la multiplicidad de las lenguas. Los seres humanos son así colocados ante el límite y la vulnerabilidad y son llamados al respeto hacia la alteridad y al cuidado recíproco.

Es verdad, las crecientes capacidades de la ciencia y de la técnica conducen a los seres humanos a sentirse protagonistas de un acto creador semejante al divino, que produce la imagen y la semejanza de la vida humana, incluida la capacidad del lenguaje, del cual las “máquinas parlantes” parecen estar dotadas. ¿Estaría entonces en el poder del hombre infundir el espíritu en la materia inanimada? La tentación es insidiosa. Se nos pide entonces discernir cómo la creatividad del hombre confiado en sí mismo puede ejercerse de manera responsable. Se trata de invertir los talentos recibidos impidiendo que el hombre sea desfigurado y que se anulen las diferencias constitutivas que dan orden al cosmos (cf. Gen 1-3).

La tarea principal se coloca entonces a nivel antropológico y requiere desarrollar una cultura que, integrando los recursos de la ciencia y de la técnica, sea capaz de reconocer y promover lo humano en su especificidad y repetible. Es necesario explorar si tal especificidad no debe ser colocada incluso por encima del lenguaje, en la esfera del pathos y de las emociones, del deseo y de la intencionalidad, que sólo un ser humano puede reconocer, apreciar y convertir en sentido relacional en favor de los demás, asistido por la gracia del Creador. Una tarea cultural, por tanto, porque la cultura moldea y orienta las fuerzas espontáneas de la vida y las prácticas sociales.

Queridos amigos, tan exigente es el tema que enfrentan, como exigentes son también las dos modalidades con que pretenden hacerlo. En primer lugar, porque veo en ustedes el esfuerzo de llevar a cabo un diálogo efectivo, un intercambio transdisciplinario en esa forma que Veritatis gaudium describe «como colocación y fermentación de todos los saberes dentro del espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que emana de la Revelación de Dios» (n. 4c). Aprecio que su reflexión se desarrolle en la lógica de un verdadero «laboratorio cultural en el que la iglesia ejercita la interpretación performativa de la realidad que surge del evento de Jesucristo y que se alimenta de los dones de la Sabiduría y de la Ciencia con los cuales el Espíritu Santo enriquece […] al pueblo de Dios» (ibid., 3). Por eso, animo tal forma de diálogo, y este diálogo permitirá a cada uno exponer sus propias consideraciones interactuando con los demás en un intercambio recíproco. Es este el camino para ir más allá de las yuxtaposición de saberes, iniciando una reelaboración de los conocimientos a través de la escucha mutua y la reflexión crítica.

En segundo lugar, en la dinámica de su encuentro se ve una forma de proceder sinodal, justamente adaptada para enfrentar los temas en el centro de la misión de la Academia. Se trata de un estilo de búsqueda exigente, porque implica atención y libertad de espíritu, apertura a adentrarse en senderos inexplorados y desconocidos, liberándose de toda estéril “regresión”. Para quien se compromete con una seria y evangélica renovación del pensamiento, es indispensable cuestionar incluso opiniones adquiridas y presupuestos no examinados críticamente.

En esta línea, el cristianismo siempre ha ofrecido contribuciones relevantes, retomando de todas las culturas en que se inserta las tradiciones de sentido que encontraba inscritas en ellas: reinterpretándolas a la luz de la relación con el Señor, y valiéndose de los recursos lingüísticos y conceptuales presentes en los contextos particulares. Un camino de elaboración largo y que siempre hay que retomar, que requiere un pensamiento capaz de abrazar a más generaciones: como aquel que planta árboles, cuyos frutos serán comidos por los hijos, o el que construye catedrales, que serán completadas por los nietos.

Es esta actitud abierta y responsable, dócil al Espíritu, el cual, como el viento, «no sabe de dónde viene ni a dónde va» (Jn 3, 8), la que deseo invocar al Señor para todos ustedes, deseándoles un trabajo provechoso y fecundo. De corazón los bendigo. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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