QUIEN SIGUE A JESÚS NO TEME HACERSE “INFERIOR”: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL DICASTERIO PARA LOS LAICOS, LA FAMILIA Y LA VIDA (22/04/2023)

El Santo Padre Francisco se reunió este 22 de abril, en la Sala Clementina, con los participantes en la Asamblea Plenaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en el último día de trabajos. El Pontífice les ofreció una reflexión sobre la multiplicidad de ministerios en la Iglesia, el rol de los laicos y les exhortó a no caer en la autorreferencialidad, en el mensaje que les dirigió y cuyo texto transcribimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida a todos ustedes, que participan en esta segunda Asamblea Plenaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y agradezco al Cardenal Farrell por sus corteses palabras.

Agradezco por el trabajo realizado en estos años y por el compromiso con que trabajan en todas las áreas de su competencia. Éstas se refieren a la vida cotidiana de muchas personas: las familias, los jóvenes, los ancianos, las asociaciones de fieles y, más en general, los laicos que viven en el mundo con sus alegrías y fatigas. Son un Dicasterio “popular”, diría y eso es hermoso. Les pido: nunca pierdan este carácter de cercanía a las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Cercanía, subrayo esto.

En estos días se han reunido para reflexionar juntos sobre el tema: Los laicos y la ministerialidad en la Iglesia sinodal.

Cuando se habla de ministerios, en general, se piensa de inmediato en los ministerios “instituidos” – lector, acólito, catequista –, que son bien conocidos y sobre los cuales se ha reflexionado mucho. Estos ministerios se caracterizan por una intervención pública de la Iglesia – un acto específico de institución – y por una cierta visibilidad. Están conectados con el ministerio ordenado, porque implican distintas formas de participación en la tarea que les es propio, aunque no exigen el Sacramento del Orden.

Los ministerios instituidos, sin embargo, no agotan la ministerialidad de la Iglesia, que es más amplia y que desde las primeras comunidades cristianas se refiere a todos los fieles (cf. Carta. ap. m.p. Antiquum ministerium, 2). Sobre ella desafortunadamente nos detenemos poco, y en cambio ustedes oportunamente han querido dedicarle su Plenaria.

Ante todo podemos preguntarnos: ¿cuál es el origen de la ministerialidad en la Iglesia? Podríamos identificar dos respuestas fundamentales.

La primera es: el Bautismo. En él, de hecho, tiene su raíz el sacerdocio común de todos los fieles que, a su vez, se expresa en los ministerios. La ministerialidad laical no se fundamenta en el Sacramento del Orden, sino en el Bautismo, por el hecho de que todos los bautizados – laicos, célibes, cónyuges, sacerdotes, religiosos – son christifideles, creyentes en Cristo, sus discípulos y por tanto llamados a tomar parte en la misión que Él encomienda a la Iglesia, incluso mediante la asunción de determinados ministerios.

La segunda respuesta es: los dones del Espíritu Santo. La ministerialidad de los fieles, y de los laicos en particular, nace de los carismas que el Espíritu Santo distribuye al interior del pueblo de Dios para su edificación (cf. ibid.): primero aparece un carisma suscitado por el Espíritu; después la Iglesia reconoce este carisma como un servicio útil para la comunidad; finalmente; en un tercer momento, se introduce y se difunde un ministerio específico.

Y entonces es aún más claro por qué la ministerialidad de la Iglesia no se puede reducir solo a los ministerios instituidos, sino que abraza un campo mucho más vasto. Incluso hoy, además, como en las comunidades de los orígenes, ante particulares necesidades pastorales, sin recurrir a la institución de los ministerios, los pastores pueden encomendar a los laicos determinadas funciones de suplencia, es decir servicios temporales, como sucede por ejemplo en el caso de la proclamación de la Palabra o la distribución de la Eucaristía.

Más aún, además de los ministerios instituidos y los servicios de suplencia u otros oficios encomendados de manera estable, los laicos pueden desempeñar una multiplicidad de tareas, que expresan su participación en la función sacerdotal, profética y real de Cristo, no solo dentro de la Iglesia, sino también en los ambientes en que se encuentran insertos. Hay algunos que son de suplencia, pero hay otros que vienen de las originalidad bautismal de los laicos.

Pienso sobre todo en las exigencias ligadas a formas antiguas y nuevas de pobreza, como también en los migrantes, que requieren urgentemente acciones de acogida y solidaridad. En estos ámbitos de caridad pueden nacer muchos servicios que se configuran como verdaderos y propios ministerios. Se trata de un gran espacio de compromiso para quien desea vivir en concreto, ante los demás, la cercanía de Jesús que a menudo ha experimentado en primera persona. El ministerio se vuelve así, más que un simple compromiso social, en una hermosa experiencia personal y un gran testimonio, un verdadero testimonio cristiano.

Pienso después en la familia, sobre la cual sé que también reflexionaron juntos durante esta Plenaria, examinando algunos desafíos de la pastoral familiar, entre los cuales están las situaciones de crisis matrimonial, las problemáticas de separados y divorciados y de quien vive en una nueva unión o ha contraído nuevas nupcias. En la Christifideles laici se afirma que hay ministerios que tienen su fundamento sacramental en el Matrimonio y no solo en el Bautismo y la Confirmación (n. 23). En la Familiaris consortio se habla de la misión educativa de la familia como un ministerio de evangelización, que la hace un lugar de verdadera y propia iniciación cristiana (cf. n. 39). Y ya en Evangelii nuntiandi se recuerda que el carácter misionero intrínseco a la vocación conyugal se expresa también fuera de la misma familia, cuando ésta se convierte en «evangelizadora de muchas otras familias y del ambiente en el cual está inserta» (cf. n. 71). Me detengo un minuto aquí, porque acabo de citar la Evangelii nuntiandi. Esta exhortación de San Pablo VI es vigente: es vigente hoy, es actual. Por favor: retómenla, reléanla, ¡es de una gran actualidad! Hay muchas cosas que cuando uno la retoma dice: “¡Mira el Montini que veía el futuro!”. Se ve ahí esa mirada de largo plazo del gran Santo que guió a la Iglesia.

Estos que he citado son algunos ejemplos de ministerios laicales, a los cuales se podrían agregar muchos otros, reconocidos de varias formas por las autoridades eclesiales como expresiones de la ministerialidad de la Iglesia en sentido amplio.

Sin embargo debemos recordar algo: éstos – ministerios, servicios, encargos, oficios – nunca deben convertirse en autorreferenciales. Yo me enojo cuando veo ministros laicos que – discúlpenme la palabra – se “hinchan” por hacer este ministerio. Eso es ministerial, pero no es cristiano; son ministros paganos, llenos de sí mismos. Cuidado con eso: nunca deben volverse autorreferenciales. Cuando el servicio es unidireccional, no es “ida y vuelta”, no funciona. Su objetivo los trasciende, y es el de llevar los «valores cristianos al mundo social, político y económico» de nuestro tiempo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 102). Es esa la misión encomendada sobre todo a los laicos, cuyo actuar no puede limitarse «a tareas intra-eclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio en la transformación de la sociedad» (ibid.). A veces ves laicos que parecen sacerdotes frustrados. Por favor: hagan limpieza respecto a este problema.

Mirando entonces a los distintos tipos de ministerialidad que hemos enlistado es útil hacernos una última pregunta: ¿qué tienen en común?

Dos cosas: la misión y el servicio. Todos los ministerios, de hecho, son expresiones de la única misión de la Iglesia y todos son formas de servicio a los demás. En particular, me gusta subrayar que en la raíz del término ministerio está la palabra minus, que quiere decir “menor”. Jesús lo había dicho: que el que manda se haga como el más pequeño, de otro modo no sabes mandar. Es un pequeño detalle, pero de gran importancia. Quien sigue a Jesús no tiene miedo de hacerse “inferior”, “menor” y ponerse al servicio de los demás. Jesús mismo, de hecho, nos enseñó: «quien quiera hacerse grande entre ustedes que sea su servidor, y quien quiera ser el primero entre ustedes que sea esclavo de todos» (Mc 10, 43-44). Aquí está la verdadera motivación que debe animar a todo fiel al asumir cualquier tarea eclesial, cualquier compromiso de testimonio cristiano en la realidad en que vive: la voluntad de servir a los hermanos y, en ellos, servir a Cristo. Solo así cada bautizado podrá descubrir el sentido de su propia vida, experimentando con alegría el ser «una misión en esta tierra» (ibid., 273), es decir llamado, de manera si formas distintas, a «iluminar, bendecir, vivificar, levantar, curar, liberar» (ibid.) y dejarse acompañar.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco nuevamente por el trabajo que realizan al servicio del Santo pueblo fiel de Dios. Que la Virgen les acompañe y les obtenga los dones del Espíritu Santo. De corazón los bendigo y por favor les pido orar por mí. Gracias.

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