ANUNCIA AL SEÑOR Y LO ENCONTRARÁS, SIEMPRE EN CAMINO: REGINA COELI DEL 10/04/2023

Las mujeres fueron las primeras en ver y encontrar a Jesús resucitado en la mañana de Pascua. Lo recuerda el Evangelio (Mt. 28, 8-15) que la Iglesia proclama este 10 de abril, de la Octava de Pascua, también conocido como Lunes del Ángel. El texto estuvo al centro de la reflexión del Santo Padre Francisco, quien se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico para encabezar la oración mariana del Regina Coeli con miles de fieles y peregrinos congregados en el Vaticano. “Podríamos preguntarnos: ¿por qué ellas?”, expresó el Papa, quien alegó una razón muy sencilla: fueron las primeras en ir al sepulcro. El Sumo Pontífice reconoció que también ellas sufrían por el modo en que parecía haber terminado la historia de Jesús. Compartimos a continuación el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos hace revivir el encuentro de las mujeres con Jesús resucitado en la mañana de Pascua. Nos recuerda así que fueron ellas, las discípulas, las primeras en verlo y encontrarlo.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué ellas? Por una razón muy sencilla: porque fueron las primeras en ir al sepulcro. Como todos los discípulos, también ellas sufrían por cómo parecía haber terminado la historia de Jesús; pero, a diferencia de los demás, no se quedaron en casa paralizadas por la tristeza y el miedo: por la mañana temprano, al salir el sol, van a honrar el cuerpo de Jesús llevando ungüentos aromáticos. La tumba había sido sellada y se preguntan quién podría quitar aquella piedra (cf. Mc 16, 1-3), tan pesada. Pero su voluntad de realizar aquel gesto de amor prevalece por encima de todo. No se desaniman, salen de sus temores y de su angustia. Este es el camino para encontrar al Resucitado: salir de nuestros temores, salir de nuestras angustias.

Recorramos la escena descrita en el Evangelio: las mujeres llegan, ven el sepulcro vacío y, «con temor y gran alegría», corren – dice el texto – «a dar el anuncio a sus discípulos» (Mt 28, 8). Ahora, justo cuando van a dar este anuncio, Jesús sale a su encuentro. Fijémonos bien en esto: Jesús las encuentra cuando van a anunciarlo. Esto es hermoso: Jesús las encuentra mientras van a anunciarlo. Cuando anunciamos al Señor, el Señor viene a nosotros. A veces pensamos que la manera de estar cerca de Dios es tenerlo estrechamente junto a nosotros; porque después, si nos exponemos y nos ponemos a hablar de ello, llegan juicios, críticas, tal vez no sepamos responder a ciertas preguntas o provocaciones, y entonces es mejor no hablar de esto y cerrarse: no, ¡esto no es bueno! En cambio, el Señor viene cuando lo anunciamos. Tú siempre encuentras al Señor en el camino del anuncio. Anuncia al Señor y lo encontrarás. Busca al Señor y lo encontrarás. Siempre en camino, esto nos enseñan las mujeres: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él. Pongamos esto en el corazón: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él. Pongamos esto en el corazón: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él.

Pongamos un ejemplo. Nos habrá ocurrido alguna vez que recibimos una noticia maravillosa, como, por ejemplo, el nacimiento de un niño. Entonces, una de las primeras cosas que hacemos es compartir este feliz anuncio con los amigos: “¿Sabes? Tuve un hijo… es hermoso”. Y al contarlo, nos lo repetimos también a nosotros mismos y, de alguna manera, lo hacemos revivir aún más en nosotros. Si esto ocurre con una buena noticia, de todos los días o de algunos días importantes, ocurre infinitamente más con Jesús, que no sólo es una buena noticia, ni mucho menos la mejor noticia de la vida, no, sino que Él es la vida misma, Él es «la resurrección y la vida» (Jn 11, 25). Cada vez que lo proclamamos, no haciendo propaganda o proselitismo – eso no: anunciar es una cosa, hacer propaganda o proselitismo es otra. El cristiano anuncia, quien tiene otros objetivos hace proselitismo y eso no está bien – cada vez que lo anunciamos, el Señor viene a nuestro encuentro. El viene con respeto y amor, como el don más hermoso para compartir. Jesús habita aún más en nosotros cada vez que lo anunciamos.

Pensemos una vez más en las mujeres del Evangelio: estaba la piedra sellada y, sin embargo, ellas van al sepulcro; había toda una ciudad que había visto a Jesús en la cruz y, no obstante eso, ellas van a la ciudad a anunciarlo vivo. Queridos hermanos y hermanas, cuando se encuentra a Jesús, ningún obstáculo puede impedirnos anunciarlo. Si en cambio, nos guardamos para nosotros su alegría, tal vez sea porque todavía no lo hemos encontrado realmente.

Hermanos, hermanas, ante la experiencia de las mujeres nos preguntamos: dime, ¿cuándo fue la última vez que di testimonio de Jesús? ¿Cuándo fue la última vez que yo di testimonio de Jesús? Hoy ¿qué hago para que las personas que encuentro reciban la alegría de su anuncio? Y aún más: ¿alguien puede decir: esta persona es serena, es feliz, es buena porque ha encontrado a Jesús? ¿Da cada uno de nosotros, se puede decir esto? Pidamos a la Virgen que nos ayude a ser alegres anunciadores del Evangelio.

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