JESÚS, EL VIVIENTE, ESTÁ CON NOSOTROS PARA SIEMPRE: MENSAJE DE PASCUA DEL PAPA (09/04/2023)

Este 9 de abril, el Papa Francisco en su Mensaje Pascual previo a la Bendición “Urbi et Orbi” pidió desde la Logia Central de la Basílica de San Pedro, que obtengamos hoy la fuerza para perseverar en el bien, hacia el encuentro del Bien que no defrauda. «El pecado más grande es no creer en la energía de la Resurrección», hoy, afirmó, creemos y «sabemos que Cristo verdaderamente resucitó». El Resucitado nos pide que nos dejemos sorprender por el gozoso anuncio de la Pascua, por la luz que ilumina las tinieblas y las oscuridades que se ciernen tantas veces sobre el mundo, señaló también el Santo Padre: Compartimos a continuación, el texto completo de su Mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado!

Hoy proclamamos que Él, el Señor de nuestra vida, es «la resurrección y la vida» del mundo (cf. Jn 11, 25). Es Pascua, que significa “paso”, porque en Jesús se realizó el paso decisivo de la humanidad: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del miedo a la confianza, de la desolación a la comunión. En Él, Señor del tiempo y de la historia, quisiera decirles a todos, con alegría en el corazón: ¡Feliz Pascua!

Que sea para cada uno de ustedes, queridos hermanos y hermanas, en particular para los enfermos y los pobres, para los ancianos y los que están atravesando momentos de prueba y dificultad, un paso de la tribulación a la consolación. No estamos solos: Jesús, el Viviente, está con nosotros para siempre. Que se alegren la Iglesia y el mundo, porque hoy nuestras esperanzas ya no se estrellan contra el muro de la muerte, sino que el Señor nos ha abierto un puente hacia la vida. Sí, hermanos y hermanas, en Pascua la suerte del mundo cambió; y hoy, que coincide además con la fecha más probable de la resurrección de Cristo, podemos alegrarnos de celebrar, por pura gracia, el día más importante y hermoso de la historia.

Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado, como se proclama en las Iglesias de Oriente: Christòs anesti! Ese verdaderamente nos dice que la esperanza no es una ilusión, ¡es verdad! Y que el camino de la humanidad a partir de la Pascua, marcado por la esperanza, avanza veloz. Nos lo muestran con su ejemplo los primeros testigos de la Resurrección. Los Evangelios describen la prisa buena con la que el día de Pascua «las mujeres corrieron a dar la noticia a los discípulos» (Mt 28, 8). Y, después que María de Magdala «corrió al encuentro de Simón Pedro» (Jn 20, 2), Juan y el mismo Pedro “corrieron los dos juntos” (cf. v. 4) para llegar al lugar donde Jesús había sido sepultado. Y después, la tarde de Pascua, habiendo encontrado al Resucitado en el camino de Emaús, dos discípulos «partieron sin demora» (cf. Lc 24, 33) y se apresuraron para recorrer varios kilómetros en subida y a oscuras, movidos por la alegría incontenible de la Pascua que ardía en sus corazones (cf. v. 32). Esa misma alegría por la que Pedro, a orillas del lago de Galilea, viendo a Jesús resucitado no pudo quedarse en la barca con los demás, sino que se tiró de inmediato al agua para nadar rápidamente hacia Él (cf. Jn 21, 7). En Pascua, en definitiva, el andar se acelera y se vuelve carrera, porque la humanidad ve la meta de su recorrido, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a apresurarse a su encuentro, esperanza del mundo.

Apresurémonos también nosotros a crecer en un camino de confianza recíproca: confianza entre las personas, entre los pueblos y las naciones. Dejémonos sorprender por el gozoso anuncio de la Pascua, por la luz que ilumina las tinieblas y las oscuridades en que tantas veces el mundo se encuentra envuelto.

Apresurémonos a superar los conflictos y las divisiones y a abrir nuestros corazones a quien más lo necesita. Apresurémonos a recorrer senderos de paz y de fraternidad. Alegrémonos por los signos concretos de esperanza que nos llegan de tantos países, a partir de aquellos que ofrecen asistencia y acogida a quienes huyen de la guerra y de la pobreza.

Pero a lo largo del camino todavía hay muchas piedras de tropiezo, que hacen arduo y cansado nuestro apresurarnos hacia el Resucitado. A Él dirijamos nuestra súplica: ¡ayúdanos a correr hacia Ti! ¡Ayúdanos a abrir nuestros corazones!

Ayuda al amado pueblo ucraniano en el camino hacia la paz e infunde la luz pascual sobre el pueblo ruso. Conforta a los heridos y a cuantos han perdido a sus seres queridos a causa de la guerra y haz que los prisioneros puedan volver sanos y salvos con sus familias. Abre los corazones de toda la comunidad internacional para que se esfuerce en poner fin a esta guerra y a todos los conflictos que ensangrientan al mundo, comenzando por Siria, que aún espera la paz. Sostiene a cuantos han sido afectados por el violento terremoto en Turquía y en la misma Siria. Oremos por cuantos han perdido familiares y amigos y se quedaron sin casa: que puedan recibir consuelo de Dios y ayuda de la familia de las naciones.

En este día te encomendamos, Señor, la ciudad de Jerusalén, primer testigo de tu Resurrección. Manifiesto viva preocupación por los ataques de estos últimos días que amenazan el deseado clima de confianza y respeto recíproco, necesario para retomar el diálogo entre israelíes y palestinos, de modo que la paz reine en la Ciudad Santa y en toda la región.

Ayuda, Señor, al Líbano, todavía en busca de estabilidad y unidad, para que supere las divisiones y todos los ciudadanos trabajen juntos por el bien común del país.

No te olvides del querido pueblo de Túnez, en particular de los jóvenes y de aquellos que sufren a causa de los problemas sociales y económicos, para que no pierdan la esperanza y colaboren en la construcción de un futuro de paz y fraternidad.

Dirige tu mirada sobre Haití, que está sufriendo desde hace varios años una grave crisis sociopolítica y humanitaria, y sostiene el esfuerzo de los actores políticos y de la comunidad internacional en la búsqueda de una solución definitiva a los numerosos problemas que afligen a esa población tan atribulada.

Consolida los procesos de paz y reconciliación emprendidos en Etiopía y en Sudán del Sur, y haz que cese la violencia en la República Democrática del Congo.

Sostiene, Señor, a las comunidades cristianas que hoy celebran la Pascua en circunstancias particulares, como en Nicaragua y en Eritrea, y acuérdate de todos aquellos a quienes se les impide profesar libre y públicamente su fe. Da consuelo a las víctimas del terrorismo internacional, especialmente en Burkina Faso, Malí, Mozambique y Nigeria.

Ayuda a Myanmar a recorrer caminos de paz e ilumina los corazones de los responsables para que los martirizados Rohinyá encuentren justicia.

Conforta a los refugiados, a los deportados, a los prisioneros políticos y a los migrantes, especialmente a los más vulnerables, así como a todos aquellos que sufren el hambre, la pobreza y los nefastos efectos del narcotráfico, la trata de personas y toda forma de esclavitud. Inspira, Señor, a los responsables de las naciones, para que ningún hombre o mujer sea discriminado y pisoteado en su dignidad; para que en el pleno respeto de los derechos humanos y de la democracia se sanen esas llagas sociales, se busque siempre y solamente el bien común de los ciudadanos, se garantice la seguridad y las condiciones necesarias para el diálogo y la convivencia pacífica.

Hermanos, hermanas, reencontremos también nosotros el gusto del camino, aceleremos el latido de la esperanza, pregustemos la belleza del Cielo. Obtengamos hoy las energías para seguir adelante en el bien, hacia el encuentro del Bien que no defrauda. Y si, como escribió un Padre antiguo, «el más grande pecado es no creer en la energía de la Resurrección» (San Isaac de Nínive, Sermones ascéticos, I, 5), hoy creemos: «Sí, estamos seguros: Cristo verdaderamente resucitó» (Secuencia de Pascua). Creemos en Ti, Señor Jesús, creemos que contigo la esperanza renace, el camino sigue. Tú, Señor de la vida, anima nuestros caminos y repítenos también a nosotros, como a los discípulos la tarde de Pascua: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20, 19.21) «¡La paz esté con ustedes!» «¡La paz esté con ustedes!».

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