NO RECHACEMOS LA LLAMADA DE DIOS: ÁNGELUS DEL PAPA (17/01/2021)

Este 17 de enero, segundo domingo del Tiempo Ordinario, el Papa Francisco encabezó la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, sin presencia de fieles a causa de la Pandemia. Reflexionando sobre el Evangelio dominical que narra el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos en el Río Jordán, el día después de haber sido bautizado, el Santo Padre recordó que es precisamente Juan Bautista el que señala el Mesías a dos de ellos con estas palabras: “¡He ahí el Cordero de Dios!” (v. 36). El Papa Francisco hizo hincapié en que la llamada de Dios es amor, “y a ella se responde sólo con amor”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este segundo domingo del Tiempo Ordinario (cf. Jn 1, 35-42) presenta el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos. La escena se desarrolla en el Río Jordán, el día después del bautismo de Jesús. Es el mismo Juan Bautista quien señala a dos de ellos al Mesías con estas palabras: «¡He ahí el Cordero de Dios!» (v. 36). Y aquellos dos, fiándose del testimonio del Bautista, siguen a Jesús. Él se da cuenta y pregunta: «¿Qué buscan?» y ellos le preguntan: «Maestro, ¿dónde vives?» (v. 38).

Jesús no contesta: “Vivo en Cafarnaum o en Nazaret”, sino que dice: «Vengan y lo verán» (v. 39). No es una tarjeta de visita, sino la invitación a un encuentro. Los dos lo siguen y esa tarde se quedan con Él. No es difícil imaginarlos sentados, haciéndole preguntas y sobre todo escuchándolo, sintiendo que su corazón arde cada vez más mientras el Maestro habla. Advierten la belleza de palabras que responden a su más grande esperanza. Y de improviso descubren que, mientras empieza a atardecer, en ellos, en su corazón, estalla la luz que sólo Dios puede dar. Algo que llama la atención: uno de ellos, sesenta años después, o quizás más, escribió en el Evangelio: «Eran más o menos las cuatro de la tarde» (Jn 1, 39), escribió la hora. Y esto es algo que nos hace pensar: todo encuentro auténtico con Jesús permanece en la memoria viva, nunca se olvida. Muchos encuentros los olvidas, pero el verdadero encuentro con Jesús permanece siempre. Y estos, tantos años después, se acordaban incluso de la hora, no podían olvidar este encuentro tan feliz, tan pleno, que había cambiado sus vidas. Luego, cuando salen de este encuentro y vuelven con sus hermanos, esta alegría, esta luz se desborda de sus corazones como un río. Uno de los dos, Andrés, dice a su hermano Simón — a quien Jesús llamará Pedro cuando lo encuentre —: «Hemos encontrado al Mesías» (v. 41). Se fueron seguros de que Jesús era el Mesías, convencidos.

Detengámonos un momento en esta experiencia del encuentro con Cristo que nos llama a estar con Él. Cada llamada de Dios es una iniciativa de su amor. Siempre es Él quien toma la iniciativa, Él te llama. Dios llama a la vida, llama a la fe, y llama a un estado de vida particular. “Yo te quiero aquí”. La primera llamada de Dios es a la vida; con la cual nos constituye como personas; es una llamada individual, porque Dios no hace las cosas en serie. Después Dios llama a la fe y a formar parte de su familia, como hijos de Dios. Finalmente, Dios nos llama a un estado de vida particular: a darnos a nosotros mismos en el camino del matrimonio, en el del sacerdocio o de la vida consagrada. Son maneras diferentes de realizar el proyecto que Dios, ese que tiene para cada uno de nosotros, que es siempre un designio de amor. Dios llama siempre. Y la alegría más grande para cada creyente es responder a esta llamada, ofrecerse completamente al servicio de Dios y de los hermanos.

Hermanos y hermanas, frente a la llamada del Señor, que puede llegar de mil maneras, también a través de personas, de acontecimientos alegres y tristes, a veces nuestra actitud puede ser de rechazo — “No...Tengo miedo...” —, rechazo porque nos parece que contrasta con nuestras aspiraciones; y también el miedo, porque la consideramos demasiado exigente e incómoda: “No, no podré hacerlo, mejor no, mejor una vida más tranquila... Dios allá y yo acá”. Pero la llamada de Dios es amor, debemos buscar encontrar el amor que hay detrás de cada llamada, y a ella se responde sólo con el amor. Este es el lenguaje: la respuesta a una llamada que viene del amor es sólo el amor. Al principio hay un encuentro, más aún, el encuentro con Jesús, que nos habla del Padre, nos hace conocer su amor. Y entonces también en nosotros brota espontáneamente el deseo de comunicarlo a las personas que amamos: “He encontrado el Amor”, “he encontrado al Mesías”, “he encontrado a Dios”, “he encontrado a Jesús”, “he encontrado el sentido de mi vida”. En una palabra: “He encontrado a Dios”.

Que la Virgen María nos ayude a hacer de nuestra vida un canto de alabanza a Dios, en respuesta a su llamada y en el cumplimiento humilde y alegre de su voluntad. Pero recordemos esto: para cada uno de nosotros, en la vida, ha habido un momento en el que Dios se ha hecho presente con más fuerza, con una llamada. Recordémosla. Volvamos a ese momento, para que la memoria de aquel momento nos renueve siempre en el encuentro con Jesús.

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