LA SALVACIÓN NO ES AUTOMÁTICA, REQUIERE LA CONVERSIÓN: ÁNGELUS DEL 24/01/2021

Este 24 de enero el Santo Padre Francisco reflexionó acerca del pasaje evangélico de hoy según el evangelista Marcos: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio». “Jesús no usaba medias palabras” ha dicho el Papa, de hecho “es un mensaje que nos invita a reflexionar sobre dos temas esenciales: el tiempo y la conversión” aseguró el Sumo Pontífice. El Obispo de Roma aseguró que “la fe nos ayuda a descubrir el significado espiritual de estos tiempos”, pues cada uno de ellos contiene una llamada especial del Señor, “a la que podemos dar una respuesta positiva o negativa”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 1, 14-20) nos muestra el “paso de estafeta” de Juan Bautista a Jesús. Juan ha sido su precursor, le ha preparado el terreno y le ha preparado el camino: ahora Jesús puede iniciar su misión y anunciar la salvación ya presente; Él era la salvación. Su predicación está sintetizada en estas palabras: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio» (v. 15). Simplemente. Jesús no usaba medias palabras. Es un mensaje que nos invita a reflexionar sobre dos temas esenciales: el tiempo y la conversión.

En este texto del evangelista Marcos, el tiempo es entendido como la duración de la historia de la salvación realizada por Dios; por tanto, el tiempo “cumplido” es aquel en el que esta acción salvífica llega a su culmen, a su plena actuación: es el momento histórico en el que Dios ha enviado al Hijo al mundo y su Reino se ha hecho más “cercano” que nunca. Se ha cumplido el tiempo de la salvación porque Jesús ha llegado. Sin embargo, la salvación no es automática; la salvación es un don de amor y como tal es ofrecido a la libertad humana. Siempre, cuando se habla de amor, se habla de libertad: un amor sin libertad no es amor; puede ser interés, puede ser miedo, muchas cosas, pero el amor siempre es libre, y siendo libre, requiere una respuesta libre: requiere nuestra conversión. Se trata entonces de cambiar de mentalidad – esta es la conversión, cambiar de mentalidad – y cambiar de vida: no seguir más los modelos del mundo, sino el de Dios, que es Jesús, seguir a Jesús, como hizo Jesús y como nos enseñó Jesús. Es un cambio decisivo de visión y de actitud. De hecho, el pecado, sobre todo el pecado de la mundanidad, que es como el aire, está por todas partes, trajo una mentalidad que tiende a la afirmación de uno mismo contra los demás e incluso contra Dios. Esto es curioso… ¿Cuál es tu identidad? Y muchas veces escuchamos que se expresa la propia identidad con términos de “contra”. Es difícil expresar la propia identidad en el espíritu del mundo con términos positivos y de salvación: es contra sí mismos, contra los demás y contra Dios. Y con este objetivo no duda – la mentalidad del pecado, la mentalidad del mundo – en usar el engaño y la violencia. El engaño y la violencia. Vemos lo que sucede con el engaño y la violencia: codicia, deseo de poder y no de servicio, guerras, explotación de la gente… Esta es la mentalidad del engaño que ciertamente tiene su origen en el padre del engaño, el gran mentiroso, el diablo. Él es el padre de la mentira, así lo define Jesús.

A todo ello se opone el mensaje de Jesús, que invita a reconocerse necesitados de Dios y de su gracia; a tener una actitud equilibrada frente a los bienes terrenos; a ser acogedores y humildes con todos; a conocernos y realizarnos a nosotros mismos en el encuentro y el servicio a los demás. Para cada uno de nosotros el tiempo para poder acoger la redención es breve: es la duración de nuestra vida en este mundo. Es breve. Quizá parezca larga… Yo recuerdo que fui a impartir los Sacramentos, la Unción de los enfermos a un anciano muy bueno, muy bueno y él en ese momento, antes de recibir la Eucaristía y la Unción de los Enfermos, me dijo esta frase: “La vida se me ha pasado volando”, como diciendo: yo creía que era eterna, pero… “la vida se me ha pasado volando”. Así sentimos nosotros, los ancianos, que la vida se fue. Se va. Y la vida es un don del infinito amor de Dios, pero es también tiempo de verificación de nuestro amor por Él. Por eso, cada momento, cada instante de nuestra existencia es un tiempo precioso para amar a Dios y para amar al prójimo, y así entrar en la vida eterna.

La historia de nuestra vida tiene dos ritmos: uno, medible, hecho de horas, días, años; el otro, compuesto por las estaciones de nuestro desarrollo: nacimiento, infancia, adolescencia, madurez, vejez, muerte. Cada tiempo, cada fase tiene un valor proprio y puede ser momento privilegiado de encuentro con el Señor. La fe nos ayuda a descubrir el significado espiritual de estos tiempos: cada uno de ellos contiene una particular llamada del Señor, a la que podemos dar una respuesta positiva o negativa. En el Evangelio vemos como respondieron Simón, Andrés, Santiago y Juan: eran hombres maduros, tenían su trabajo de pescadores, tenían la vida en familia… Sin embargo, cuando Jesús pasó y los llamó, «enseguida dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1, 18).

Queridos hermanos y hermanas, estemos atentos y no dejemos pasar a Jesús sin recibirlo. San Agustín decía: “Tengo miedo de Dios cuando pasa”. ¿Miedo de qué? De no reconocerlo, de no verlo, de no acogerlo.

Que la Virgen María nos ayude a vivir cada día, cada momento como tiempo de salvación, en el que el Señor pasa y nos llama a seguirlo, cada uno según la propia vida. Y nos ayude a convertirnos de la mentalidad del mundo, esa de las fantasías del mundo que son fuegos artificiales, a la del amor y del servicio.

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