DEJEMOS QUE LA LUZ DE CRISTO NOS GUÍE: ÁNGELUS DEL 06/01/2021

Este 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, es decir, “la manifestación del Hijo de Dios a todos los pueblos”; el Papa Francisco presidió la oración mariana del Ángelus desde la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, sin presencia de fieles a causa de la pandemia. En su alocución, el Santo Padre señaló que la salvación realizada por Cristo no conoce fronteras: “La Epifanía no es un misterio más, es siempre el mismo acontecimiento de la Natividad, pero visto en su dimensión de luz: luz que ilumina a cada hombre, luz que hay que acoger en la fe y luz que hay que llevar a los demás en la caridad, en el testimonio, en el anuncio del Evangelio”. Reproducimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Celebramos hoy la Solemnidad de la Epifanía, es decir, la manifestación del Señor a todos los pueblos: en efecto, la salvación realizada por Cristo no conoce fronteras, es para todos. La Epifanía no es otro misterio, es siempre el mismo misterio de la Natividad, pero visto en su dimensión de luz: luz que ilumina a cada hombre, luz que hay que acoger en la fe y luz que hay que llevar a los demás en la caridad, en el testimonio, en el anuncio del Evangelio.

La visión de Isaías, recordada en la liturgia de hoy (cf. 60, 1-6), resuena en nuestro tiempo más actual que nunca: «La oscuridad cubre la tierra, y espesa niebla envuelve a los pueblos» (v. 2). En este horizonte, el profeta anuncia la luz: la luz dada por Dios a Jerusalén y destinada a aclarar el camino de todos los pueblos. Esta luz tiene la fuerza de atraer a todos, cercanos y lejanos, todos se ponen en camino para alcanzarla (cf. v. 3). Es una visión que abre el corazón, que ensancha el aliento, que invita a la esperanza. Es verdad, las tinieblas están presentes y amenazadoras en la vida de cada uno y en la historia de la humanidad, pero la luz de Dios es más poderosa. Se trata de acogerla para que pueda brillar sobre todos. Pero podemos preguntarnos: ¿dónde está esta luz? El profeta la vislumbraba de lejos, pero ya era suficiente para llenar de gozo incontenible el corazón de Jerusalén.

¿Dónde está esta luz? El evangelista Mateo, por su parte, al relatar el episodio de los Magos (cf. 2, 1-12), muestra que esta luz es el Niño de Belén, es Jesús, aunque su realeza no sea aceptada por todos. Es más, algunos la rechazan, como Herodes. Él es la estrella que apareció en el horizonte, el Mesías esperado, Aquel a través del cual Dios realiza su reino de amor, su reino de justicia, su reino de paz. Nació no solo para algunos sino para todos los hombres, para todos los pueblos. La luz es para todos los pueblos, la salvación es para todos los pueblos.

¿Y cómo sucede esta “irradiación”? ¿Cómo la luz de Cristo se difunde en todo lugar y en todo tiempo? Tiene su método para difundirse. No lo hace a través de los poderosos medios de los imperios de este mundo, que siempre buscan apoderarse de él. No, la luz de Cristo se difunde a través del anuncio del Evangelio. El anuncio, la palabra y el testimonio. Y con el mismo “método” elegido por Dios para venir entre nosotros: la encarnación, es decir, hacerse prójimo del otro, encontrarlo, asumir su realidad y llevar el testimonio de nuestra fe, cada uno. Sólo así la luz de Cristo, que es Amor, puede brillar en cuantos lo acogen y atraer a los demás. No se extiende la luz de Cristo sólo con palabras, con métodos falsos, empresariales... No, no. La fe, la palabra, el testimonio: así se extiende la luz de Cristo. La estrella es Cristo, pero la estrella podemos y debemos ser también nosotros, para nuestros hermanos y hermanas, como testigos de los tesoros de bondad y misericordia infinita que el Redentor ofrece gratuitamente a todos. La luz de Cristo no se extiende por proselitismo, se extiende por testimonio, por confesión de la fe. También por el martirio.

Por tanto, la condición es acoger en uno mismo esta luz, acogerla cada vez más. ¡Ay de nosotros si pensamos que la poseemos, ay de nosotros si pensamos que sólo tenemos que “administrarla”! También nosotros, como los Magos, estamos llamados a dejarnos siempre fascinar, atraer, guiar, iluminar y convertir por Cristo: es el camino de la fe, a través de la oración y la contemplación de las obras de Dios, que continuamente nos llenan de alegría y de asombro, un asombro siempre nuevo. El asombro es siempre el primer paso para avanzar en esta luz.

Invoquemos la protección de María sobre la Iglesia universal, para que difunda en todo el mundo el Evangelio de Cristo, luz de todas las gentes, luz de todos los pueblos.

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