LA JUSTICIA DEBE IR DE LA MANO DE LAS VIRTUDES CARDINALES: PALABRAS DEL PAPA AL TRIBUNAL VATICANO (15/02/2020)

El Papa se dirigió la mañana de este 15 de febrero a los miembros del Tribunal de la Ciudad del Vaticano. Para el Pontífice, la justicia debe ir acompañada de las virtudes cardinales, las que actúan como bisagras: prudencia, fortaleza y templanza. Y sobre los cambios en las leyes, habló de los cambios que está experimentando la legislación vaticana en el sector penal. A los presentes les exhortó a continuar en su esfuerzo diario de establecer la justicia, comprometiéndose cada uno a ser conscientes de sus importantes responsabilidades y abriendo espacios y nuevos caminos para la aplicación de la justicia para la promoción de la dignidad humana, de la libertad, en definitiva, de la paz. Reproducimos a continuación, el texto completo pronunciado por Su Santidad, traducido del italiano:

Ilustres señores:

Me alegra encontrarlos, tan numerosos, en la ceremonia de apertura del Año Judicial.

Sé que muchos de ustedes trabajan en instituciones dedicadas a la administración de la justicia y la protección del orden público. Precisamente por esto su trabajo asume un valor precioso, porque es garantía no sólo de orden, sino sobre todo de responsabilidad en la calidad de las relaciones interpersonales que se viven en nuestro territorio.

Les pido que sigan, con cada vez mayor convicción, el camino de la justicia, como camino que hace posible una auténtica fraternidad en la que todos son protegidos, especialmente los más débiles y frágiles.

El primer punto que me gustaría subrayar en este encuentro es el Evangelio. Éste nos enseña una mirada más profunda con respecto a la mentalidad mundana, y nos muestra que la justicia propuesta por Jesús no es un simple conjunto de reglas aplicadas técnicamente, sino una disposición del corazón que guía a quienes tienen responsabilidades.

La gran exhortación del Evangelio es la de instaurar la justicia ante todo dentro de nosotros, luchando con fuerza para marginar la cizaña que nos habita. Para Jesús es de ingenuos pensar que se puede arrancar toda raíz del mal dentro de nosotros sin dañar también el grano bueno (cf. Mt 13, 24-30). Pero la vigilancia sobre nosotros mismos, con la consiguiente lucha interior nos ayuda a no dejar que el mal predomine sobre el bien.

Frente a esta situación ningún orden jurídico podría salvarnos. En este sentido invito a cada uno a sentirse involucrado no sólo en un compromiso externo que concierne a los demás, sino también en un trabajo personal dentro de cada uno: nuestra conversión personal. ¡Esta es la única justicia que genera justicia!

Hay que decir sin embargo que la justicia por sí sola no basta, debe ser acompañada también de las otras virtudes, sobre todo de las cardinales, que actúan como bisagras: la prudencia, la fortaleza y la templanza.

La prudencia, de hecho, nos da la capacidad de distinguir lo verdadero de lo falso y nos permite atribuir a cada uno lo suyo.

La templanza como elemento de moderación y equilibrio en la valoración de hechos y situaciones nos hace libres para decidir con base en nuestra conciencia.

La fortaleza nos permite superar las dificultades que encontramos, resistiendo a las presiones y a las pasiones. De manera especial a ustedes puede serles de ayuda en la soledad que a menudo experimentan al tomar decisiones complejas y delicadas.

Por favor, no olviden que en su compromiso diario se enfrentan a menudo a personas que tienen hambre y sed de justicia, personas que sufren, a veces presas de angustia y desesperación existencial.

En el momento de juzgar deben ser ustedes, excavando en la complejidad de las vivencias humanas, los que tienen que dar las respuestas justas, conjugando la corrección de las leyes con el añadido de la misericordia que nos enseñó Jesús. De hecho, la misericordia no es la suspensión de la justicia, sino su cumplimiento (cf. Rm 13, 8-10), porque relaciona todo en un orden superior, donde incluso los condenados a las penas más duras encuentran el rescate de la esperanza.

Es una tarea, la de juzgar, que requiere no sólo preparación y equilibrio, sino también pasión por la justicia y conciencia de las grandes y obedientes responsabilidades ligadas con el juicio.

Su tarea no puede pasar por alto el compromiso constante de comprender las causas del error, y la fragilidad de quien ha violado la ley.

Un segundo punto de nuestra reflexión sobre la justicia lo constituyen las leyes que regulan las relaciones interpersonales y por tanto su legalidad, pero también los valores éticos que están en fondo.

A este respecto, la legislación vaticana ha experimentado, sobre todo en el último decenio, y en particular en el sector penal, significativas reformas con respecto al pasado.

En la base de estas importantes modificaciones no está sólo una natural exigencia de modernización, sino también y sobre todo la necesidad de respetar compromisos internacionales que la Santa Sede ha asumido también en nombre del Estado Vaticano. Compromisos que se refieren sobre todo a la protección de la persona humana, amenazada en su misma dignidad, y a la protección de los grupos sociales, a menudo víctimas de nuevas, odiosas, formas de ilegalidad.

El objetivo principal de estas reformas está, entonces, insertado al interior de la misión de la Iglesia, aún más, es parte integral y esencial de su actividad ministerial. Esto explica el hecho de que la Santa Sede se esfuerce por compartir los esfuerzos de la comunidad internacional en la construcción de una convivencia, justa y honesta, y sobre todo atenta a las condiciones de los más desfavorecidos y de los excluidos, privados de bienes esenciales, a menudo pisoteados en su dignidad humana y considerados invisibles y descartados.

Para concretar este compromiso, la Santa Sede ha iniciado un proceso de adaptación de su legislación a las normas del derecho internacional y, en el plano operativo, se ha comprometido de manera particular a luchar contra la ilegalidad en el sector de las finanzas a nivel internacional.

Con ese fin, ha alimentado relaciones de cooperación e intercambio de políticas e iniciativas de aplicación de la ley, creando procedimientos internos de vigilancia e intervención capaces de llevar a cabo controles severos y eficaces.

Tales acciones han sacado a la luz recientemente situaciones financieras sospechosas, que más allá de la eventual ilegalidad, no se concilian con la naturaleza y la finalidad de la Iglesia, y que han generado desorientación e inquietud en la comunidad de los fieles.

Se trata de hechos que examina la magistratura, y deben aclararse todavía en cuanto se refiere a los perfiles de relevancia penal. Por tanto, no es posible pronunciarse sobre ellos en esta fase.

En todo caso, dada la plena confianza en la labor de los órganos judiciales y de investigación, y sin perjuicio del principio de la presunción de inocencia de las personas investigadas, un dato positivo es que precisamente en este caso, los primeros señalamientos partieron de las autoridades internas del Vaticano, activas, aunque con diferentes competencias, en los sectores económico y financiero. Esto demuestra la eficacia y la eficiencia de las medidas de lucha, tal y como exigen las normas internacionales.

La Santa Sede está firmemente decidida a continuar por el camino emprendido, no sólo en el plano de las reformas legislativas, que han contribuido a una consolidación sustancial del sistema, sino también iniciando nuevas formas de cooperación judicial tanto a nivel de los órganos instructores como de los órganos de investigación, en las formas previstas por las normas y la práctica internacionales.

En este campo se ha distinguido también el Cuerpo de la Gendarmería por su actividad de investigación en apoyo de la Oficina del Procurador de Justicia.

Cabe señalar que las apreciables reformas introducidas a lo largo del tiempo y que están dando resultados concretos, están siempre ancladas y dependientes de la obra del hombre.

Y, de hecho, más allá de la especificidad de los materiales normativos de que disponga, quien esté llamado a la función de juzgar, debe en todo caso operar según criterios humanos, incluso antes que jurídicos, porque la justicia, como recordaba anteriormente, no surge tanto de la perfección formal del sistema y de las reglas, sino de la calidad y la rectitud de las personas, in primis de los jueces.

Se necesita, entonces, una actitud particular de los operadores, no sólo en el plano intelectual, sino también en el moral y deontológico. En este sentido, la promoción de la justicia requiere la contribución por parte de las personas justas.

Pueden ayudarnos aquí las palabras exigentes y fuertes de Jesús: “Con la medida con que juzguen, serán juzgados” (cf. Mt 7, 2). El Evangelio nos recuerda que nuestros intentos de justicia terrenal tienen siempre como horizonte último el encuentro con la justicia divina, la del Señor que nos espera. Estas palabras no deben asustarnos, sino solamente impulsarnos a cumplir nuestro deber con seriedad y humildad.

Quisiera terminar exhortándolos a continuar en la realización de su vocación y misión esencial en el esfuerzo cotidiano de establecer la justicia.

Comprométanse en la conciencia de sus importantes responsabilidades.

Abran espacios y nuevos caminos para aplicar la justicia en favor de la promoción de la dignidad humana, de la libertad, en definitiva, de la paz.

Estoy seguro de que honrarán este compromiso, y hago oración para que el Señor los acompañe en este su camino. Y les pido que oren también por mí. Gracias.

Y pidamos juntos, antes de la bendición, la protección de la Virgen: que como Madre nos ayude en este compromiso de justicia.

Dios te salve, María…

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