CATEQUESIS DEL PAPA: LA TIERRA MÁS HERMOSA A CONQUISTAR, ES EL CORAZÓN DEL HERMANO (19/02/2020)

El manso es el “discípulo de Cristo” que “hereda” el más sublime de los territorios y lo defiende: defiende su paz, defiende su relación con Dios y sus dones, custodiando la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Fue la reflexión del Papa Francisco en la audiencia de este 19 de febrero en el Aula Pablo VI, continuando con su ciclo de catequesis sobre las Bienaventuranzas. El Papa se detuvo en la tercera Bienaventuranza del Evangelio de Mateo: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» y reflexionó sobre lo que significa ser “manso” y sobre la tierra que “heredan” que es el “cielo”, es decir, la tierra hacia la cual caminamos. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy abordamos la tercera de las ocho bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán en herencia la tierra» (Mt 5, 5).

El término “manso” usado aquí quiere decir literalmente dulce, suave, gentil, sin violencia. La mansedumbre se manifiesta en los momentos de conflicto, se puede ver por la forma en que se reacciona a una situación hostil. Cualquiera puede parecer manso cuando todo está tranquilo, pero ¿cómo reacciona “bajo presión” si es atacado, ofendido, agredido?

En un pasaje, San Pablo recuerda «la dulzura y la mansedumbre de Cristo» (2 Cor 10, 1). Y San Pedro a su vez recuerda la actitud de Jesús en la Pasión: no respondía y no amenazaba, porque «se confiaba al que juzga con justicia» (1 Pe 2, 23). Y la mansedumbre de Jesús se ve con fuerza en su Pasión.

En la Escritura la palabra “manso” también indica el que no tiene propiedad de la tierra; y entonces nos impacta el hecho de que la tercera bienaventuranza diga precisamente que los mansos “recibirán en herencia la tierra”.

En realidad, esta bienaventuranza cita al Salmo 37, que escuchamos al inicio de la catequesis. Allí también se relaciona a la mansedumbre con la posesión de la tierra. Estas dos cosas, pensándolo bien, parecen incompatibles. De hecho la posesión de la tierra es el ámbito típico del conflicto: se combate a menudo por un territorio, para obtener la hegemonía de una cierta zona. En las guerras el más fuerte prevalece y conquista otras tierras.

Pero observemos bien el verbo usado para indicar la posesión de los mansos: ellos no conquistan la tierra; no dice “bienaventurados los mansos porque conquistarán la tierra”. La “heredan”. Bienaventurados los mansos porque “heredarán” la tierra. En las Escrituras el verbo “heredar” tiene un significado aún más grande. El Pueblo de Dios llama “herencia” precisamente a la tierra de Israel que es la Tierra de la Promesa.

Esa tierra es una promesa y un don para el pueblo de Dios, y se convierte en un signo de algo mucho más grande que un simple territorio. Hay una “tierra” – permítanme el juego de palabras – que es el Cielo, o sea la tierra hacia la que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia la que vamos (cf. Is 65, 17; 66, 22; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1).

Entonces el manso es aquel que “hereda” el más sublime de los territorios. No es un cobarde, un “perezoso” que se encuentra una moral cómoda para no meterse en problemas. ¡Nada de eso! Es una persona que ha recibido una herencia y no quiere desperdiciarla. El manso no es acomodaticio, sino que es el discípulo de Cristo que ha aprendido a defender bien otra tierra. Él defiende su paz, defiende su relación con Dios, defiende sus dones, los dones de Dios, custodiando la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Porque las personas mansas son personas misericordiosas, fraternas, confiadas y personas con esperanza.

Aquí debemos mencionar el pecado de la ira, un movimiento violento del que todos conocemos el impulso. ¿Quién no se ha enfadado alguna vez? Todos. Debemos invertir la bienaventuranza y hacernos una pregunta: ¿Cuántas cosas hemos destruido con la ira? ¿Cuántas cosas hemos perdido? Un momento de cólera puede destruir muchas cosas; se pierde el control y no se valora lo verdaderamente es importante, y se puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin remedio. Por la ira, muchos hermanos ya no se hablan, se alejan uno del otro. Es lo contrario de la mansedumbre. La mansedumbre reúne, la ira separa.

La mansedumbre es conquista de muchas cosas. La mansedumbre es capaz de vencer al corazón, salvar amistades y mucho más, porque las personas se enfadan pero luego se calman, se replantean las cosas y vuelven sobre sus pasos, y así se puede reconstruir con la mansedumbre.

La “tierra” a conquistar con la mansedumbre es la salvación de aquel hermano del habla el mismo Evangelio de Mateo: «Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18, 15). No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay territorio más bello a ganar que la paz reencontrada con un hermano. ¡Y esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!

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