TE ACLAMAMOS, ¡SANTA MADRE DE DIOS!: HOMILÍA DEL PAPA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (01/01/2020)

Este 1º. de enero por la mañana, el Papa Francisco presidió la primera misa del año 2020 en la Basílica de San Pedro, con motivo de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios en la Octava de Navidad, recordando también la LIII Jornada Mundial de la Paz. En su homilía, el Obispo de Roma invitó a cada uno a preguntarse… “¿Sé mirar a las personas con el corazón? ¿Me importa la gente con la que vivo? ¿Tengo al Señor en el centro de mi corazón?”, ya que si queremos un mundo mejor ― dijo el Pontífice ― es necesario construir “una casa de paz y no un patio de batalla, y que nos importe la dignidad de toda mujer”. Reproducimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

«Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4). Nacido de mujer: así vino Jesús. No apareció en el mundo como adulto sino, como nos ha dicho el Evangelio, fue «concebido en el vientre» (Lc 2, 21): allí hizo suya nuestra humanidad, día tras día, mes tras mes. En el vientre de una mujer Dios y la humanidad se unieron para no separarse nunca más: también ahora, en el cielo, Jesús vive en la carne que tomó en el vientre de su madre. ¡En Dios está nuestra carne humana!

El primer día del año celebramos estas bodas entre Dios y el hombre, inaugurados en el vientre de una mujer. En Dios estará para siempre nuestra humanidad y para siempre María será la Madre de Dios. Es mujer y madre, esto es lo esencial. De ella, mujer, surgió la salvación y por tanto no hay salvación sin la mujer. Allí Dios se unió con nosotros y, si queremos unirnos a Él, se pasa por el mismo camino: a través de María, mujer y madre. Por ello comenzamos el año bajo el signo de la Virgen, mujer que tejió la humanidad de Dios. Si queremos tejer con humanidad las tramas de nuestros días, debemos partir de nuevo de la mujer.

Nacido de mujer. El renacer de la humanidad comenzó con la mujer. Las mujeres son fuente de vida. Sin embargo son continuamente ofendidas, golpeadas, violentadas, inducidas a prostituirse y a suprimir la vida que llevan en el vientre. Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios, nacido de mujer. Del cuerpo de una mujer llegó la salvación para la humanidad: de cómo tratamos el cuerpo de la mujer comprendemos nuestro nivel de humanidad. Cuántas veces el cuerpo de la mujer es sacrificado en los altares profanos de la publicidad, del lucro, de la pornografía, explotado como un terreno para utilizar. Debe ser liberado del consumismo, debe ser respetado y honrado; es la carne más noble del mundo, ¡ha concebido y dado a luz al Amor que nos ha salvado! Hoy también la maternidad es humillada, porque el único crecimiento que interesa es el económico. Hay madres, que se arriesgan en viajes duros para buscar desesperadamente dar al fruto de su vientre un futuro mejor y son juzgadas como excedentes por personas que tienen el estómago lleno, pero de cosas, y el corazón vacío de amor.

Nacido de mujer. Según el relato de la Biblia, la mujer aparece en el culmen de la creación, como el resumen de todo lo creado. Ella, de hecho, contiene en sí el fin de la creación misma: la generación y la custodia de la vida, la comunión con todo, el tener cuidado de todo. Es lo que hace la Virgen en el Evangelio hoy. «María ― dice el texto― conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (v. 19). Conservaba todo: la alegría por el nacimiento de Jesús y la tristeza por la hospitalidad negada en Belén; el amor de José y el asombro de los pastores; las promesas y las incertidumbres para el futuro. Todo lo tomaba en serio y en su corazón todo lo ponía en su lugar, incluso la adversidad. Porque en su corazón arreglaba cada cosa con amor y confiaba todo a Dios.

En el Evangelio esta acción de María vuelve una segunda vez: al final de la vida oculta de Jesús se dice en efecto que «su madre conservaba todas estas cosas en su corazón» (v. 51). Esta repetición nos hace comprender que conservar en el corazón no es un hermoso gesto que la Virgen hacía de vez en cuando, sino un hábito. Es propio de la mujer tomarse en serio la vida. La mujer muestra que el sentido de vivir no es continuar produciendo cosas, sino tomar en serio las que ya están. Sólo quien mira con el corazón ve bien, porque sabe “ver en profundidad”: a la persona más allá de sus errores, al hermano más allá de sus fragilidades, la esperanza en las dificultades; ve a Dios en todo.

Al comenzar el nuevo año, preguntémonos: “¿Sé mirar con el corazón? ¿Sé mirar con el corazón a las personas? ¿Está en mi corazón la gente con la que vivo, o la destruyo con los chismes? Y, sobre todo, ¿tengo en el centro del corazón al Señor? ¿O tengo otros valores, otros intereses, mi promoción, las riquezas, el poder?” Sólo si la vida es importante para nosotros sabremos cuidarla y superar la indiferencia que nos envuelve. Pidamos esta gracia: vivir el año con el deseo de tomar en serio a los demás, de cuidar a los demás. Y si queremos un mundo mejor, que sea casa de paz y no patio de batalla, que nos importe la dignidad de toda mujer. De la mujer nació el Príncipe de la paz. La mujer es donante y mediadora de paz y debe ser plenamente asociada en los procesos de toma de decisiones. Porque cuando las mujeres pueden transmitir sus dones, el mundo se reencuentra más unido y más en paz. Por lo tanto, una conquista para la mujer es una conquista para toda la humanidad.

Nacido de mujer. Jesús, recién nacido, se reflejó en los ojos de una mujer, en el rostro de su madre. De ella recibió las primeras caricias, con ella intercambió las primeras sonrisas. Con ella inauguró la revolución de la ternura. La Iglesia, mirando al Niño Jesús, está llamada a continuarla. También ella, de hecho, como María, la Iglesia es mujer y madre, la Iglesia es mujer y madre, y en la Virgen reencuentra sus rasgos distintivos. La ve, Inmaculada, y se siente llamada a decir “no” al pecado y a la mundanidad. La ve, fecunda, y se siente llamada a anunciar al Señor, a generarlo en las vidas. La ve, madre, y se siente llamada a acoger a cada hombre como a un hijo.

Acercándose a María la Iglesia se reencuentra, reencuentra su centro, reencuentra su unidad. El enemigo de la naturaleza humana, el diablo, busca en cambio dividirla, poniendo en primer plano las diferencias, las ideologías, los pensamientos partidistas y los partidos. Pero no entendemos a la Iglesia si la miramos a partir de las estructuras, a partir de los programas y de las tendencias, de las ideologías, de las funcionalidades: percibiremos algo, pero no el corazón de la Iglesia. Porque la Iglesia tiene un corazón de madre. Y nosotros hijos invocamos hoy a la Madre de Dios, que nos reúne como pueblo creyente. Oh Madre, genera en nosotros la esperanza, tráenos la unidad. Mujer de la salvación, te confiamos este año, consérvalo en tu corazón. Te aclamamos: ¡Santa Madre de Dios! Todos juntos, tres veces, aclamemos a la Señora, en pie, a la Virgen Santa Madre de Dios: [con la asamblea] ¡Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios!

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