DIOS QUIERE LA SALVACIÓN DE TODOS: HOMILÍA DEL PAPA EN LAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO (25/01/2020)

La tarde de este 25 de enero, día en el que Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la conversión del Apóstol San Pablo, el Papa Francisco celebró las II Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, y concluyó la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Junto al Papa estuvieron el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado ecuménico, Su Gracia Ian Ernest, representante personal en Roma del Arzobispo de Canterbury, y un grupo de estudiantes ortodoxos. “Sin cansarnos nunca, sigamos rezando para invocar a Dios el don de la plena unidad entre nosotros”, pidió el Pontífice. Compartimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

A bordo de la nave que lleva a Pablo prisionero a Roma hay tres grupos diferentes. El más poderoso está compuesto por soldados, sometidos al centurión. Están después los marineros, de quienes naturalmente todos los navegantes dependen durante el largo viaje. Finalmente, están los mas débiles y vulnerables: los prisioneros.

Cuando la nave encalla cerca de las costas de Malta, después de haber estado por varios días a merced de la tempestad, los soldados piensan matar a los prisioneros para asegurarse de que ninguno huya, pero son detenidos por el centurión, que quiere salvar a Pablo. De hecho, a pesar de estar entre os más vulnerables, Pablo había ofrecido algo importante a los compañeros de viaje. Mientras todos estaban perdiendo toda esperanza de sobrevivir, el Apóstol había traído un inesperado mensaje de esperanza. Un ángel le había asegurado diciéndole: «No temas, Pablo: Dios ha querido conservar a todos tus compañeros de navegación» (Hch 27, 24).

La confianza de Pablo se demuestra con fundamento y finalmente todos los pasajeros se salvan y, una vez desembarcados en Malta, experimentan la hospitalidad de los habitantes de la isla, su gentileza y humanidad. Sobre este importante asunto se ha tratado el tema de la Semana de Oración que hoy concluye.

Queridos hermanos y hermanas, esta narración de los Hechos de los Apóstoles habla también a nuestro viaje ecuménico, directamente hacia esa unidad que Dios ardientemente desea. En primer lugar, nos dice que cuantos son débiles y vulnerables, cuantos tienen materialmente poco que ofrecer pero fundan en Dios la propia riqueza pueden dar mensajes preciosos para el bien de todos. Pensemos en las comunidades cristianas: aún las más reducidas y menos relevantes a los ojos del mundo, hacen experiencia del Espíritu Santo, viven el amor a Dios y al prójimo, tienen un mensaje que ofrecer a toda la familia cristiana. Pensemos en las comunidades cristianas marginadas y perseguidas. Como en el relato del naufragio de Pablo, son a menudo los más débiles quienes traen el mensaje de salvación más importante. Porque Dios lo ha querido así: salvarnos no con la fuerza del mundo, sino con la debilidad de la cruz (cf. 1 Cor 1, 20-25). Como discípulos de Jesús, debemos por ello estar atentos a no dejarnos atraer por lógicas mundanas, sino ponernos aún más a la escucha de los pequeños y de los pobres, porque Dios ama enviar sus mensajes por medio de ellos, que más se asemejan a su Hijo hecho hombre.

El relato de los Hechos nos recuerda un segundo aspecto: la prioridad de Dios es la salvación de todos. Como dice el ángel a Pablo: “Dios a querido conservar a todos tus compañeros de navegación”. Es el punto sobre el que Pablo insiste. También nosotros tenemos necesidad de repetírselos: es nuestro deber realizar el deseo prioritario de Dios, quien, como escribe el propio Pablo, «quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2, 4).

Es una invitación a no dedicarnos exclusivamente a nuestras comunidades, sino a abrirnos al bien de todos, a la mirada universal de Dios, que se encarnó para abrazar a todo el género humano, y murió y resucitó para la salvación de todos. Si, con su gracia, asimilamos su visión, podemos superar nuestras divisiones. En el naufragio de Pablo cada uno contribuye a la salvación de todos: el centurión toma decisiones importantes, los marineros dan fruto de sus conocimientos y habilidades, el Apóstol anima a quien está sin esperanza. También entre los cristianos cada comunidad tiene un don que ofrecer a las demás. Cuanto más miramos más allá de los interese parciales y superamos los legados del pasado en el deseo de avanzar hacia la unidad, más será espontáneo reconocer, acoger y compartir estos dones.

Y llegamos a un tercer aspecto, que ha estado al centro de esta Semana de Oración: la hospitalidad. San Lucas, en el último capítulo de los Hechos de los Apóstoles, dice a propósito de los habitantes de Malta: «Nos trataron con gentileza», o también: «con una humanidad poco común» (v. 2). El fuego encendido a la orilla para calentar a los náufragos es un bello símbolo del calor humano que inesperadamente los rodea. Incluso el gobernador de la isla se muestra acogedor y hospitalario con Pablo, que corresponde curando a su padre y después a muchos otros enfermos (cf. vv. 7-9). Finalmente, cuando el Apóstol y los que estaban con él parten hacia Italia, los malteses los suministraron de provisiones (v. 10).

De esta Semana de Oración quisiéramos aprender a ser más hospitalarios, primero que todo entre nosotros cristianos, también entre hermanos de distintas confesiones. La hospitalidad pertenece a la tradición de las comunidades y las familias cristianas. Nuestros viejos nos enseñaron con el ejemplo que en la mesa de una casa cristiana siempre hay un plato de sopa para el amigo que está de paso o el necesitado que toca a la puerta. Y en los monasterios el huésped es tratado con gran cuidado, como si fuera Cristo. No perdamos esto, entonces, ¡revivamos estas usanzas que saben a Evangelio!

Queridos hermanos y hermanas, con estos sentimientos dirijo mis cordiales y fraternos saludos a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado ecuménico, a Su Gracia Ian Ernest, representante personal en Roma del Arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales aquí reunidos. Saludo también a los estudiantes del Instituto Ecuménico de Bossey, en visita a Roma para profundizar su conocimiento de la Iglesia Católica, y a los jóvenes ortodoxos orientales que estudian aquí gracias a una bolsa de estudio del Comité de Colaboración Cultural con las Iglesias Ortodoxas, que trabaja con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, a quien saludo y agradezco. Juntos, sin detenernos nunca, sigamos orando para invocar a Dios por el don de la plena unidad entre nosotros.

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