CUSTODIEN A LAS PAREJAS CRISTIANAS: PALABRAS DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA ROTA ROMANA (25/01/2020)

Al igual que Aquila y Priscila, la Iglesia necesita hoy en día esposos cristianos que sean testigos coherentes del Evangelio. El Papa Francisco recibió este 25 de enero por la mañana, a los jueces y abogados del Tribunal Apostólico en la Sala Clementina del Vaticano. A los pastores, el Papa encomendó también la tarea de iluminar y guiar a las parejas cristianas santas, de darles visibilidad, de convertirlas en sujetos de una nueva capacidad de vivir el matrimonio y de custodiarlas para que no caigan en el entramado de las ideologías, que socavan la solidez del Sacramento. Reproducimos a continuación, el texto completo de sus discurso, traducido del italiano:

Señor Decano, reverentísimos prelados auditores, queridos oficiales de la Rota Romana:

Estoy feliz de poderme encontrar hoy con ustedes en ocasión de la inauguración del Nuevo Año Judicial de este Tribunal. Agradezco vivamente a Su Excelencia el Decano por las nobles palabras que me dirigió y por los sabios propósitos metodológicos formulados.

Deseo referirme a la catequesis desarrollada en la Audiencia General del miércoles 13 de noviembre de 2019, ofreciendo hoy a ustedes una ulterior reflexión sobre el papel primario de la pareja de esposos Aquila y Priscila como modelos de vida conyugal. De hecho la Iglesia, para seguir a Jesús, debe actuar según tres condiciones valoradas por el mismo Divino Maestro: carácter itinerante, prontitud y decisión (cf. Ángelus, 30 de junio de 2019). La Iglesia está, por su naturaleza, en movimiento, no se queda tranquila en el propio recinto, está abierta a los más vastos horizontes. La Iglesia es enviada a llevar el Evangelio a las calles y a alcanzar periferias humanas y existenciales. Nos hace recordar a la pareja de esposos neotestamentaria Aquila y Prisicila.

El Espíritu Santo quiso poner junto al Apóstol [Pablo] este ejemplo admirable de pareja de esposos itinerantes: de hecho, tanto en los Hechos de los Apóstoles como en la descripción de Pablo, nunca estás quietos, sino siempre en continuo movimiento. Y nos preguntamos cómo es que nunca este modelo de esposos itinerantes no había tenido, en la pastoral de la Iglesia, una identidad propia de esposos evangelizadores por muchos siglos. Esto es de lo que tienen necesidad nuestras parroquias, sobre todo en las zonas urbana, en las que el párroco y sus colaboradores clérigos nunca podrán tener tiempo y fuerza para llegar a los fieles que, a pesar de declararse cristianos, permanecen ausentes de la frecuencia de los Sacramentos y están privados, o casi, del conocimiento de Cristo.

Sorprende entonces, a la distancia de tantos siglos, la imagen moderna de estos santos esposos en movimiento para que Cristo sea conocido: evangelizaban siendo maestros de la pasión por el Señor y por el Evangelio, una pasión del corazón que se traduce en gestos concretos de proximidad, de cercanía con los hermanos más necesitados, de acogida y de cuidado.

En el proemio a la reforma del Proceso matrimonial, insistí en las dos perlas: proximidad y gratuidad. Que no se olvide esto. San Pablo encontró en estos esposos el modo de ser prójimo de los lejanos, y los amó viviendo con ellos más de un año, en Corinto, porque los esposos eran maestros de gratuidad. Muchas veces siento miedo frente al juicio de Dios que tendremos sobre estas dos cosas. Al juzgar, ¿he estado cerca del corazón de la gente? Al juzgar, ¿he abierto el corazón a la gratuidad o he sido preso de intereses comerciales? El juicio de Dios será muy fuerte sobre esto.

Los esposos cristianos deberían aprender de Aquila y Priscila cómo enamorarse de Dios y hacerse cercanos a las familias, privadas a menudo de la luz de la fe, no por su culpa subjetiva, sino porque fueron dejados al margen de nuestra pastoral: pastoral de élite: pastoral de élite que olvida al pueblo.
Cuánto quisiera que este discurso no se quedara solamente como una sinfonía de palabras, sino que impulsara, por una parte, a los pastores, los Obispos, los párrocos a buscar amar, como hizo el Apóstol Pablo, a parejas de esposos como misioneros humildes y disponibles que alcancen esas plazas y esos palacios de nuestras metrópolis, en las que la luz del Evangelio y la voz de Jesús no llega y no penetra. Y, por otra parte, a esposos cristianos que tengan la audacia de sacudir el sueño, como hicieron Aquila y Priscila, capaces de ser agentes no digamos de forma autónoma, pero ciertamente llenos de valentía hasta el punto de despertar del sopor y del sueño a los pastores, quizá demasiado detenidos o bloqueados por la filosofía del pequeño círculo de los perfectos. El Señor vino a buscar a los pecadores, no a los perfectos.

San Pablo VI, en la Carta Encíclica Ecclesiam suam, observaba: «Se necesita, antes incluso de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre; comprenderlo, y en cuanto sea posible respetarlo y donde lo amerite secundarlos» (n. 90). Escuchar el corazón del hombre.

Se trata, como recomendé a los Obispos italianos, de «escuchar a la grey, […] ponerse junto a la gente, atentos a aprender la lengua, a reunir a todos con caridad, acompañando a las personas a lo largo de las noches de su soledad, de sus y de sus fallas inquietudes» (Discurso a la Asamblea general de la C.E.I., 19 mayo de 2014).

Debemos ser conscientes de que no son los pastores quienes van a inventa, con su humana inventiva – aunque sea de buena fe – a las santas parejas cristianas; éstas son obra del Espíritu Santo, que es el protagonista de la misión, siempre, y ya están presentes en nuestras comunidades territoriales. Está en nosotros pastores iluminarles, darles visibilidad, hacerlos fuentes de nueva capacidad en vivir el matrimonio cristiano; y también cuidaras para que no caigan en las ideologías. Estas parejas, que el Espíritu ciertamente continúa animando, deben estar listas «a salir de sí mismas, abrirse a los demás, a vivir la proximidad, el estilo de vida juntos, que transforma toda relación interpersonal en una experiencia de fraternidad» (Catequesis 16 de octubre de 2019). Pensemos en el trabajo pastoral en el catecumenado pre-matrimonial y post-matrimonial: son estas parejas quienes deben hacerla y seguir adelante.

Es necesario vigilar para que no caigan en el peligro del particularismo, escogiendo vivir en grupos pre-seleccionados; al contrario, se necesita «abrirse a la universalidad de la salvación» (ibíd.). De hecho, si somos agradecidos con Dios por la presencia en la Iglesia de movimientos y asociaciones que no descuidan la formación de esposos cristianos, que la parroquia es en sí misma el lugar eclesial del anuncio y el testimonio; para que en ese contexto territorial que ya viven esposos cristianos dignos de dar luz, los cuales puedan ser testigos activos de la belleza y del amor conyugal y familiar (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 126-130).

La acción apostólica de las parroquias, entonces, en la Iglesia se ilumina con la presencia de esposos como esos del Nuevo Testamento, descritos por Pablo y por Lucas: nunca detenidos, siempre en movimiento, ciertamente con hijos, según lo que nos ha transmitido la iconografía de las Iglesias orientales. Por tanto, que los Pastores se dejen iluminar por el Espíritu también hoy, a fin de que se haga realidad este anuncio salvífico de parte de las parejas a menudo ya listas, pero que no son llamadas. Las hay.

De parejas de esposos en movimiento está en necesidad hoy la Iglesia, en cualquier lugar del mundo; partiendo sin embargo idealmente de las raíces de la Iglesia de los primeros cuatro siglos y por tanto de las catacumbas, como hizo San Pablo VI al final del Concilio yendo a las Catacumbas de Domitila. En esas Catacumbas, aquel Santo Pontífice afirmó: «Aquí el cristianismo hundió sus raíces en la pobreza, en el ostracismo de los poderes constituidos, en el sufrimiento de injustas y sanguinarias persecuciones; aquí la Iglesia se despojó de todo poder humano, fue pobre, fue humilde, fue piadosa, fue oprimida, fue heroica. Aquí el primado del Espíritu del que se habla en el Evangelio tuvo su obscura, casi misteriosa pero incuestionable afirmación, su testimonio incomparable, su martirio» (Homilía, 12 de septiembre de 1965).

Si el Espíritu no es invocado y por ello permanece desconocido y ausente (Homilía en Sta. Martha, 9 de mayo de 2016) en el contexto de nuestras Iglesias particulares, seremos privados de esa fuerza que hace de las parejas de esposos cristianos el alma y la forma de la evangelización. En concreto: viviendo la parroquia como ese territorio jurídico-salvífico, porque es «casa entre las casas», familia de familias (cf. Homilía en Albano, 21 de septiembre de 2019); Iglesia – o sea parroquia – pobre para los pobres; cadena de esposos entusiastas y enamorados de su fe en el Resucitado, capaces de una nueva revolución de la ternura del amor, como Aquila y Priscila, nunca apagados o replegados en sí mismos.

Uno pensaría que estos santos esposos del Nuevo Testamento no tendrían tiempo de mostrarse cansados. Así, en efecto, son descritos por Pablo y por Lucas, para quienes fueron compañeros casi indispensables, justamente porque no fueron llamados por Pablo sino suscitados por el Espíritu Santo. Es aquí en donde se funda su dignidad apostólica de esposos cristianos. Es el Espíritu quien los ha suscitado. Pensemos en cuando llega el misionero a un lugar: ahí ya está el Espíritu Santo que lo espera. Es cierto, deja un poco perplejo el hecho del largo silencio, en los siglos transcurridos sobre estas santas figuras de la primera Iglesia.

Invito y solicito a los hermanos Obispos y a todos los Pastores a mostrar a estos santos esposos de la primera Iglesia como compañeros fieles y luminosos de los Pastores de ahora; como sostén, hoy, y ejemplo de cómo los esposos cristianos, jóvenes y ancianos, pueden hacer al matrimonio cristiano siempre fecundo de hijos en Cristo. Debemos estar convencidos, y quisiera decir seguros, de que en la Iglesia semejantes parejas de esposos son ya un don de Dios y no por mérito nuestro, por el hecho de que son fruto de la acción del Espíritu, que nunca abandona a la Iglesia. Es más, el Espíritu espera el ardor de parte de los Pastores, para que no se desperdicie la luz que estas parejas difunden en las periferias del mundo (cf. Gaudium et spes, 4-10).

Dejen, entonces, que renueve el Espíritu para no resignarse a una Iglesia de pocos, casi en grado de permanecer sólo como levadura aislada, privada de esa capacidad de los esposos de Nuevo Testamento para multiplicarse en la humildad y en la obediencia al Espíritu. Es Espíritu que ilumina y es capaz de hacer salvífica nuestra actividad humana y nuestra misma pobreza; es capaz de hacer salvífica toda nuestra actividad; estando convencidos de que la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción – el testimonio de estas personas atrae –, y asegurando siempre y en cualquier caso la firma del testimonio.

De Aquila y Priscila no sabemos si murieron mártires, pero ciertamente son, para nuestros esposos de hoy, signo del martirio, al menos espiritual, o sea testigos capaces de ser levadura que está en la harina, de ser levadura en la masa, que muere para transformar la masa (cf. Discurso a las Asociaciones de familias católicas en Europa, 1 de junio de 2017). Esto es posible, en cualquier parte.

Queridos jueces de la Rota Romana, la obscuridad de la fe o el desierto de la fe que sus decisiones, a partir ya de unos veinte años, han denunciado como posible causal de la nulidad del consenso, me ofrecen, como también a mi predecesor Benedicto XVI (cf. Alocuciones a la Rota Romana, 23 de enero de 2015 y 22 de enero de 2016; 22 de enero de 2011; cf. art. 14 Ratio procedendi del Motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus), el motivo de una grave y urgente invitación a los hijos de la Iglesia en la época que vivimos, a sentirse todos y cada uno llamados a entregar al futuro la belleza de la familia cristiana.

La Iglesia necesita ubicunque terrarum parejas de esposos como Aquila y Priscila, que hablen y vivan con la autoridad del Bautismo que «no consiste en mandar y hacerse escuchar, sino en ser coherentes, ser testigos y por ello ser compañeros de camino en la senda del Señor» (Homilía en Sta. Martha, 14 de enero de 2020).

Doy gracias al Señor porque sigue dando hoy a los hijos de la Iglesia la valentía y la luz para volver a los inicios de la fe y retomar la pasión de los esposos Aquila y Priscila, para que sean reconocibles en todo matrimonio celebrado en Cristo Jesús.

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